Soledad

La tristeza finalmente me encontró en medio de la montaña, escalando en busca de la felicidad, hizo que el precipicio se acercara a mí, que el acantilado me hechizara y me hiciera rodar por él, entre tanto veo alejarse a mi tesoro deseado, veo cómo un pedazo de papel ya no significa nada y cómo todos lo aprecian al lado de la tan deseada felicidad.

En momentos así no puedo acudir a nadie, la lástima y la empatía humana me parecen repugnantes en estos momentos, desearía tener a un sordomudo para que solo estuviera ahí para mí y no me diera su opinión, ni me dijera “¡Ay pobrecito!” como sé que todos me dirán al escuchar mis vivencias, en momentos así solo confío en el papel, el confiable papel, de un cuaderno o una hoja cualquiera, en el que puedo descargar mi ira, mi decepción, mi tristeza, y por qué no, mi felicidad, con la confianza que nunca me juzgará, ni dirá a mis espaldas “Que deje de llorar, parece marico” cuando mis lágrimas caigan sobre él y lo vuelvan tan débil como mi alma cuando algo la entristece tanto y que puedo hacer poco o nada, a menos que me resigne, la más pura resignación, con el que un queda como premio de consolación cuando pierdes las esperanzas, que sí, irónicamente es lo último que se pierde.

Y cuento con esos lectores anónimos que dejan correr sus sentimientos en cuanto comienzan a leer lo que escribo, o espero causar una pizca de eso, al menos moverles un poco la sonrisa o las lágrimas y que al culminar de leer puedan volver a sus vidas cotidianas preguntando: “¿Qué le habrá pasado a este loco esta vez?”