Arthur Rimbaud: “El poeta se hace vidente”.

in spamish •  7 years ago 

“El joven poeta maldito”, ¡Arthur Rimbaud habló!, lo hizo a finales del siglo XIX y hoy sus palabras tienen más fuerza que nunca. Nos seguimos tomando un café junto a él: a la salud de los locos, Los criminales, “¡Los malditos sabios que llegaron a lo desconocido!”. El joven poeta se fue de este mundo apresuradamente, pero su obra bastó para liberar las almas más torturadas por el amor, el sufrimiento, ¡La vida misma, y toda su fuerza sobrehumana! Encontrarme con Rimbaud, es abrir las puertas a la sentencia de un futuro que se aviva cada vez que ojeo su obra, en un presente que, paradójicamente, sólo se halla en medio de la incertidumbre.

“En Rimbaud me veo a mí mismo como en un espejo. Nada de lo que él dice me es extraño, por más salvaje, absurdo o difícil de entender que sea. Para entender hay que entregarse, y yo recuerdo claramente haberme entregado el primer día que ojeé su obra. Apenas leí unas cuantas líneas ese día, hace algo más de diez años, y temblando como una hoja puse el libro a un lado. Tuve entonces la sensación, y aún la tengo, de que él había dicho todo lo que había que decir en nuestro tiempo”
-Henry Miller.

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Arthur Rimbaud a los 18 años.

¿Qué fue lo que trastornó la vida de Rimbaud? ¿Su infancia? ¿Su familia? ¿Su poca fe hacia Dios y al mundo? ¿O su tormentosa relación con el poeta Paul Verlaine? Posiblemente haya sido todo. A los 19 años, Rimbaud había dicho casi todo lo que tenía que decir: no sólo revolucionó la poesía, sino que, también, se osó a denunciar y condenar lo que nadie era capaz de concebir a mediados del siglo XIX. No cabe duda que Rimbaud, fue uno de esos poco intelectuales adelantados a su época; un poeta que vivió inmensa e intensamente. Pero ¿Cuál sería esa permanente temporada en el infierno? ¿Y cuántas veces volvió a ella en sus escasos 37 años? No me atrevo a analizar su obra ni cada palabra que la compone. No me atrevería ¡Jamás! a condenar su condición de poeta y lo que significa en la literatura moderna. Pero es inevitable no ver en sus poemas su propia vida y pensamiento. Tal como lo manifestó en “Cartas del vidente” y que no es más que otra de las revelaciones de su espíritu: “Es falso decir: Yo pienso. Habría que decir: Me piensan”. En Rimbaud encontré –Y sigo encontrando- mi voz, mi alma y todo lo que alguna vez no tuvo nombre… ¡Y allí estaba el joven poeta! quien sentó a la belleza en sus rodillas, la condenó y humilló para, finalmente, saludarla y sentarse a su lado sin encontrarla amarga. Una especie de Judas fue la belleza para Rimbaud, ¡Quien sabe!... Yo la concibo de otra manera:

No hay nada que quiera seguir leyendo o viendo.
Esto se puede interpretar de dos maneras]
(Nadie sabrá a qué me refiero)
Como el color que creemos ver, y nos hace maquinar un mundo de huertos: ¡Allí donde hay vida!
Hoy sé quienes están y quienes no.
Y sigo engañando a medio mundo -accidentalmente-
por advertirme en una forma.

Hoy sigo afirmando que en un mundo de odio
hasta el infante asesina.
Como quien dispara dos veces al amor
¡no sé en cuál temporada!
Así lo hizo Verlaine a Rimbaud.
Yo no puedo saludar a la belleza
Cuando el anticristo te señala.
Es que se halla en el infierno.
Eso lo tenemos claro]
Nos exhuma lo más inmundo, nos llena de fruición y nos hace ahogarnos de nuestro propio vómito.
Y es que con ese espíritu qué puedes irradiar
(me tomaré una copa de vino a tu salud).
Rimbaud aprendió a sentarse en la misma mesa con la belleza.
Yo aún fundo colores que no me atrevería a denominar.
Tampoco sé qué es.
Pero no es belleza
Porque lleva en ella la sátira del demonio.
La divinidad no es alada
tiene cuernos y está bañada en sangre.

-Estefanie Franco/ Agosto, 2017.

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Rimbaud fue el primer poeta que leí –Casualmente a los 19 años- Y es el poeta al que siempre vuelvo sin importar qué. He recomendado a mis colegas que lean a Rimbaud, más veces de las que he podido conocer a un nuevo artista y contagiarme de su obra. Siento que una parte importante de la cual estoy hecha es –si bien no me atrevo a llamarlo producto- gracias a la obra del poeta. Eso me hace recordar a lo que hablé hace unos días con una amiga y que no ha dejado de agitar mi enmarañada mente. Y es que, como artistas, nuestra obra puede estar muchas veces (Pero no siempre) influenciada por lo que sentimos o vivimos. No obstante, la pregunta estaría en cuestionarnos de quién es la obra: ¿De quien la hace, o del que la contempla, la escucha o la lee? En mi caso, siento que la obra de Rimbaud me pertenece, y me pertenece cada vez que, temblando y anudando la boca del estómago, abro al alzar y casi por intuición una página del libro:

[Fragmentos de “Delirios I/Virgen Loca: el esposo infernal” –Una Temporada en el Infierno. A. Rimbaud.]

“Ninguna otra alma tendría la suficiente fuerza -¡La fuerza de la desesperación!- para soportarla, para ser protegida y amada por él. Además, no me lo imaginaba con otra alma: se ve su ángel, nunca el ángel de algún otro –creo-. Yo estaba en su alma como en un palacio que hubieran desocupado para no ver a nadie tan poco noble como usted: eso es todo. ¡Ay, yo dependía completamente de él! Pero ¿Qué quería él con mi apagada y cobarde existencia? Él me devolvería una mejor, ¡Si no me hiciera morir!. Tristemente despechada, le digo a veces: “Yo te comprendo”. Él se encogía de hombros.
(…) Así, al renovar sin cesar mi dolor, y encontrándome más extraviada ante mis ojos –como ante todos los ojos que hubieran querido clavarse en los míos, sino estuviera condenada al olvido de todos para siempre-, yo tenía cada vez más hambre de su bondad. Con sus besos y sus abrazos amigables, era un cielo, si, un cielo sombrío en el que entraba yo, y en el que hubiera querido estar abandonada, pobre, sorda, muda, ciega. Ya me estaba acostumbrando. Para mí éramos como dos niños buenos, libres de pasearse por el paraíso de la tristeza. Congeniábamos. Pero después de una penetrante caricia, me decía: “Como te parecerán de extrañas, cuando yo ya no esté aquí, todas las cosas por las que has pasado. Cuando ya no vas a tener mi brazo bajo tu cuello, ni mi corazón para reposarte sobre él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque será necesario que me vaya, muy lejos, un día. Además, es necesario que ayude a los demás: es mi deber. Aunque esto no sea muy atractivo… querida alma”. De inmediato yo me presentía, habiéndose él marchado, presa del vértigo, precipitada en la oscuridad más espantosa: la muerte. Yo le hacía prometerme que no me abandonaría. Veinte veces la hizo, esa promesa de amante. Era algo tan frívolo como cuando yo le decía: “Yo te comprendo”.
(…) Ah, yo nunca sentí celos de él. No me dejará, creo. ¿Qué se puede volver? No conoce a nadie, nunca trabajará. Quiere vivir sonámbulo. ¿Sólo su bondad y su caridad le darían derechos en el mundo real? Por instantes olvido la lastima en la que he caído: él me hará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre los adoquines de ciudades desconocidas, sin cuidados ni penas. O yo despertaré, y las leyes y las costumbres habrán cambiado gracias a su poder mágico; y el mundo, siguiendo lo mismo, me permitiría deseos, alegrías, indolencia. Oh ¿la vida de aventuras que existe en los libros de niños, para recompensarme, a mí, que he sufrido tanto, me la darás tú? Él no puede. Ignoro su ideal. Me ha dicho que tiene pesares, esperanzas: eso no debe importarme ¿Le habla él a Dios? tal vez yo debería dirigirme a Dios. Estoy en lo más profundo del abismo, y ya no sé rezar.
Si me explicara sus tristezas, ¿Las comprendería mejor que sus burlas? Me ataca, pasa horas haciendo que me avergüence de todo lo que me ha podido tocar en el mundo, y se indigna si lloro”.

De “Una Temporada en el Infierno”, podría decir que es el momento en que el poeta revela casi todo en su vida. Junto a “Iluminaciones” constituyen dos pilares fundamentales en la vida y obra del joven. Para Rimbaud, tal vez, el infierno no era más que sus luchas internas ¡Sus demonios!, posiblemente haya sido su condena, su maldición de hallarse en el tiempo equivocado. Y, podría decir, que por accidente se convirtió en una de las principales influencias en la literatura contemporánea, en especial para los surrealistas. Una vida tan agitada, clandestina, dolorosa y efímera... Cómo agradecer su paso por la tierra sin llenarnos de amagos sinsabores de tener la blasfemia de no reproducir su obra, sino que, por el contrario, hacernos parte de ella.

No sé de qué manera hablar de Rimbaud en unas pocas palabras, ni de lo que significa en la cultura moderna. Muchos literatas no conciben su obra sin hacerle mención. Si tuviese la osadía de llamarme poeta, no podría escribir sin hablar de él. Curiosamente, así les ha sucedido a muchos. He perdido la cuanta de cuántos poetas he leído y cuántas veces el nombre del joven Arthur Rimbaud, aparece entre versos y prosas. Seremos, entonces, ¿discípulos de él, o mero seguidores de su obra? Eso lo sabrá cada mundo. Por mi parte, no puedo entender esta vida si no me hubiese atrevido a leer sus poemas, sin haber experimentado, anteriormente, lo inexistente y absurdo que la poesía suele, de alguna manera, describir y darle forma a lo no tiene nombre, pero que existe.

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Paul Verlaine, poeta y amante de Rimbaud.

Finalmente, aún no he encontrado una relación con la literatura que se base en alentar la vida con sus brumas incapaces de esclarecer los vicios y la cólera, o como mencionó alguna vez Rimbaud: “Logré hacer que en mi espíritu se desvaneciera toda esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla”. Empero, la literatura, como la de Rimbaud, hace algo más significante: ¡Transforma! tal como lo dijo Joseph Conrad: “Escribir significa conocer el ser en el fracaso”. La poesía no es algo que necesariamente debas entender, ¡Eso sólo lo sabrán sus propios autores! Simplemente es algo que debes sentir, y tal vez sólo así, lograremos entender, descubrir o querer descifrar algo de nosotros mismos ¡o sabrá el universo! de quién o a qué.

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