A partir del año 1968 comencé a estudiar el bachillerato en el Liceo Baralt de mi ciudad de Maracaibo y relativamente cerca del mismo se encontraba el aeropuerto “Grano de oro”, razón por la cual en el transcurso de ese año se hizo común que cuando teníamos algún tiempo libre algunos estudiantes nos fuéramos hasta allá.
Se convirtió para algunos y me sumo a ello, en un ritual ir a caminar por los espacios del terminal aéreo.
Había un ambiente nostálgico en el mismo, tal vez por el hecho que era un lugar de despedidas que las bienvenidas o regresos no lograba contrarrestar.
A pesar de ser un lugar pequeño su estructura tenía el encanto del arte en su construcción y en algunas paredes se encontraban obras pictóricas de algunos artistas plásticos.
Estar allí era como transportarnos a un lugar diferente, algunos decían que era como ir a Europa sin salir de la ciudad.
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Veíamos despegar los aviones y aterrizar los que llegaban, los primeros recorrían primero la pista hasta la cerca que separaba las instalaciones del barrio llamado la manzana de oro y desde allí iniciaban un recorrido veloz, como impulsándose, hasta unos metros más allá de las instalaciones del aeropuerto, despegando a pocos metros de la cerca final que colindaba con el barrio de Ziruma; los segundos llegaban generalmente en la misma dirección en que salían, tocando tierra a mitad de la pista y frenando totalmente casi en l mismo lugar donde los primeros despegaban, luego giraban y se iban hasta el frente de la terminal donde los pasajeros bajaban directamente a la pista.
Los familiares emocionados veían como sus seres queridos llegaban, algunos desde donde nosotros nos colocábamos, el balcón, en el que paradójicamente con lágrimas en sus rostros los familiares o amigo de los primeros extendías sus manos despidiendo al avión que llevaba sus seres queridos.
El aeropuerto era un cumulo de sentimientos encontrados, un carnaval de emociones que podía palparse en el aire, en el que sobresalía la incertidumbre.
Los aviones eran como pájaros mitológicos que en sus estómagos llevaba los afectos de muchos, yo los asociaba en ese entonces con los extraterrestres de la novela “La guerra de los mundos” de H.G.Wells que había leído recientemente.
Al año siguiente ocurrió la tragedia del avión de Viasa y el ritual de ir hasta allá se acabó, el recinto se transformó en fantasmagórico y perdió su encanto, finalmente fue cerrado y mudado el aeropuerto hasta Caujarito, en las afueras de la ciudad.
Ahora las instalaciones, luego de ser remodeladas, albergan algunas dependencias de la universidad, pero para quienes por largos meses, como un ritual de iniciación, paseamos por sus pasillos se mantiene impregnado el recuerdo de los aviones que salían y llegaban, de los abrazos de felicidad y tristeza y de las emociones que conformaban la esencia del ambiente.
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