Hola amigos, en esta ocasión les hablaré de un tema que es delicado y que en mi opinión es tan alarmante como la delincuencia desatada, debido a que las agresiones contra los derechos humanos no se dan por culpa de los antisociales, sino por los agentes de la salud, en un ambiente de total indiferencia e irresponsabilidad por parte del gobierno nacional.
Las mujeres que me lean y tienen hijos entienden lo doloroso y el trabajo que es dar a luz, sin embargo, en Venezuela, para la mayoría es una experiencia traumática, al menos para mí lo fue y eso que tuve mucha suerte, al final de mi relato les diré por qué. En el caso de los hombres éste artículo también les compete, porque son sus mujeres, sus hijas, sus hermanas o amigas las que en algún momento les toca pasar por esta situación y creo que a ninguno le gustaría saber todo lo que tienen que atravesar estas chicas y quedarse de brazos cruzados. Estar embarazada y dar a luz es un proceso natural y común para cualquiera, pero en Venezuela representa un auténtico calvario.
Les voy a contar la historia de mi embarazo y todo lo que viví y observé durante este periodo de tiempo. Como el cuento es muy largo y hay mucho que contar (prácticamente un libro), lo dividiré en partes para que puedan leerlo todo.
Comenzando por el principio, supe que estaba embarazada cuando ya tenía dos meses de gestación, a inicios del segundo trimestre del año. Actualmente, en el país son pocas las personas que te felicitan o se alegran con esta noticia, desde que te enteras empieza la letanía de los “NO HAY”. Yo recuerdo que sólo podía pensar: no hay pañales, no hay leche, no hay comida, no hay toallas sanitarias, no hay vitaminas, no hay medicinas, no hay insumos y así sucesivamente hasta el infinito. Antes de que alguien juzgue, deben tomar en cuenta que en Venezuela para el ciudadano común no hay métodos anticonceptivos viables, es decir los condones son incomprables, las pastillas anticonceptivas simplemente no hay y los otros métodos son inaccesibles a menos que vendas un riñón de lo caros que son. También quiero aclarar que los médicos venezolanos son muy buenos pero ante la falta de insumos y lo poco que ganan en su profesión no te tratan bien a menos que sea en un establecimiento privado.
Yo de inmediato me informé para comenzar el control prenatal en un servicio gratuito de un establecimiento público, es decir un ambulatorio, debido a que en ese momento la consulta con un ginecólogo ya estaba impagable. Después de dar tumbos y de ser rechazada en otros dos por falta de cupo, conseguí disponibilidad en uno. Allí me dijeron que tenía que llegar antes de las 6 de la mañana porque anotaban en orden de llegada y eso se ponía full, la secretaria llegaba a las 7 am y sólo anotaba a las 15 primeras.
El primer día que fui no me registraron porque así se te note la barriga, si no llevas una prueba de embarazo o una ecografía no te atienden, cosa ilógica y contradictoria porque sólo los hacen en establecimientos privados y se supone que las que van al público no tienen para pagarlo. La segunda vez lleve la prueba (gasto innecesario), me abrieron mi historia, me entregaron una tarjeta dónde anotaban el control prenatal, unas enfermeras me pesaron, me tomaron la presión sanguínea y me tomaron medidas del vientre. Hasta aquí todo bien, ya luego ésta sería mi rutina en las consultas siguientes. Me indicaron que me sentara a esperar al doctor, ¿saben a qué hora llegaba? ¡¡A las 10 de la mañana!! Desde las 5:30 am que nosotras estábamos allí, en mi caso sin comer porque todo lo vomitaba. Uno realmente desarrolla la paciencia en esas consultas.
Mientras esperaba a que me atendieran, descubrí que yo, con 21 años, era la más vieja de la sala en comparación con las demás chicas. Sabían ustedes que en Venezuela por cada 1000 mujeres embarazadas, 96 son adolescentes entre los 12 y los 18 años. Es la tasa más alta de embarazo precoz de Latinoamérica y el Caribe. Aproximadamente cada tres minutos sale embarazada una adolescente venezolana. Esto es alarmante señores, pero es el resultado de la falta de anticonceptivos, de nada valen las charlas y la educación sexual si un adolescente no puede tener acceso a los métodos de control natal. Las tasas dicen una cosa, pero la realidad es otra, de 10 mujeres que había en esa consulta solo 2 o 3 eran chicas mayores de 18 años.
En fin, como a las 11:00 am fue mi turno para que me atendiera el doctor, un médico general, el único por cierto, porque los especialistas habían renunciado. Ni modo, era gratis. Yo estaba súper ansiosa y nerviosa porque yo quería hablar bien con el doctor e informarme todo lo posible sobre mi embarazo. Imaginen mi sorpresa cuando la consulta duró apenas 5 minutos, lo que el doctor tardó en tratar de escuchar el foco (corazón) del feto con un cono, escribir la receta para las vitaminas y la orden para los exámenes de laboratorio que me tenía que realizar, más nada, ¡Siguiente!, recuerdo haberle preguntado sobre qué me recomendaba para cuidar mi embarazo y para las náuseas porque yo vomitaba mucho, él me respondió que comiera galletas saladas y leche (que no hay) en ayunas, más nada, eso fue todo, chao, hasta el mes que viene. Me fui a mi casa indignada, a partir de allí todo lo que quería saber se lo preguntaba al internet.
Les cuento que las vitaminas (ácido fólico y hierro) que me mandaron, no las conseguí en ninguna farmacia, lo cual no es ninguna sorpresa. Los exámenes me los tuve que hacer goteados, es decir unos un día, otros otro día, unos en un lugar y los demás en otro porque ¡vaya, vaya! En los laboratorios no hay reactivos para las pruebas más básica como examen de heces o de orina. Como pude me los hice casi todos.
En mi siguiente consulta le manifesté al doctor que tenía cierta molestia en el vientre, que dolía para caminar, él me dijo que no caminara mucho y que no alzara peso (cosa que yo no hacía obviamente). Al mes siguiente, ya preocupada y con desesperación le dije que el dolor limitaba mis movimientos y que sentía un peso como si se me fuera a salir del vientre, el doctor me miró un rato, me preguntó si tenía cierto flujo y si me molestaba para orinar. Le dije que sí, así que me mandó a realizarme un examen de orina y para el dolor acetaminofén.
Volví cuando tuve el resultado del examen, yo ya caminaba lento y con cuidado, me dolía mucho el vientre, el doctor “revisó” mi examen y afirmó que yo no tenía nada. Me preguntó de nuevo si tenía flujo y yo le volví a decir que sí, me despachó con una receta para un antimicótico genérico en las manos. Salí de allí con lágrimas en los ojos, pensé que perdería a mi bebé. Mi mamá desesperada ya de verme tan mal movió cielo y tierra para que ese mismo día me pudiera atender un ginecólogo obstetra. ¿Saben que tenía? Una infección vaginal común y corriente en las embarazadas, fácil de detectar y de curar pero como el otro doctor no me prestó atención, se convirtió en una infección “crónica aguda” que ya estaba afectando al útero y por ende, al bebé. Me mandó unos analgésicos, antimicóticos en crema y en pastillas, y antibióticos. Se los puedo jurar, mi familia buscó en todas las farmacias de tres ciudades en tres estados distintos y sólo consiguieron una caja de analgésicos, que no eran los que me mandaron sino otros, y una caja de los antimicóticos en crema. Yo necesitaba entre dos a tres cajas de cada uno para completar el tratamiento, las demás medicinas no las encontramos. Si mejoré con lo que conseguimos, pero no me curé del todo.
Pasado ese mes mi mamá hizo un chanchullo (trampa) para que un médico privado me atendiera. La diferencia fue abismal, directamente proporcional al costo de la consulta. Me hicieron mi primera ecografía, lo que me emocionó demasiado. Este doctor, preocupado por la infección persistente me mandó otro tratamiento más intensivo y me advirtió que quizás el bebé nacería con alguna complicación debido a que la infección no fue detectada a tiempo. Esos meses lloré mucho, no sólo por las hormonas sino de frustración, bajé de peso en vez de subir lo normal, porque no comía bien. Lo poco que mi familia conseguía para comer, yo lo vomitaba y después ya no había con qué llenar ese espacio vacío, aunque la prioridad era mi alimentación, tuve muchas deficiencias. Creo que deben de adivinar que ese otro tratamiento tampoco lo conseguí completo, sólo una parte que sirvió para aliviarme pero no me curó.
Durante los siete meses que estuve en control prenatal en el ambulatorio, sólo me hicieron 2 ecografías, la primera fue sin foto porque no había papel y la segunda ni el informe tuvo por el mismo motivo. Llegué a los ocho meses y medio sin saber el sexo de mi bebé, sin tener ni un solo paquete de pañales, sin fórmulas lácteas, sin nada. Entre el vaivén de reposos y la escasez no tuve oportunidad de hacer colas para adquirir estos productos, tampoco podía mandar a otro por mí ya que, en Venezuela, si quieres comprar pañales, leche o cualquier producto escaso para el uso de bebés y niños, tienes que llevar el certificado de nacimiento de tu hijo para que te vendan uno o dos de estos productos. Si estás embarazada debes llevar la ficha del control prenatal y si eres el padre debes llevar la ficha o el certificado y una autorización firmada por yo no sé quién.
Como ven, demasiado complicado para un pobre. Muchas mujeres con embarazos en distintas etapas de gestación amanecen afuera de los establecimientos, aguantando frío, lluvia, calor, presiones, incomodidades y malos tratos. Muchas se desmayan, lastiman a sus bebés, los pierden e incluso se mueren por hacer estas colas. Los que tienen el dinero suficiente, se ahorran estas colas comprando estos artículos en el mercado negro o importados a unos precios exorbitantes. Al final de mi embarazo, mi esposo vendió sus pertenencias de valor y con eso pudimos pagar la consulta privada, con un doctor que también atendía en el hospital (de los pocos especialistas que atienden allí). Supe que iba a tener una hermosa niña y me curé la infección gracias a un farmaceuta que me tuvo lástima.
Esta historia continuará...
Gracias por compartir tus vivencias ^_^
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Que terrible. Toda una travesia lo que vivimos los venezolanos en este pais. Mucha fuerza!
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