—¿Con qué derecho? —preguntó entre dientes—. No tienes ninguno.
—Con el derecho de que soy su padre.
Era tan verídico como la sangre que corría por las venas de Freddy. Era mi hijo, ilegítimo y todo, pero lo era. En su cuerpo llevaba mi sangre, mi ADN. Era un Hartnett como su padrea. Y lo justo era que ella me permitiera verlo. Solo le pedía eso, no que el niño se mudara conmigo a Alaska. Milena fue una de las pocas personas que aprecié por encima de mí mismo. Ella cuidaba a mi hijo, y eso era tan sagrado como la sangre.
Ella tragó saliva, relamió sus labios y lanzó un poco de cabello hacia atrás.
—Tú no puedes hacer eso.
—Rétame —susurré—. Ya me cansé de discutir contigo y no llegar a un acuerdo. Si quieres podemos ir a los tribunales y pelear su custodia. ¿Vas a arriesgarte a que te lo quiten solo por no dejar que lo vea? ¿Se te olvida la clase de oficio que ejerces?
Milena tenía un pasado que le quitaría al niño en un pestañeo.
—Eso es parte de mi pasado, Maximiliano. Hace siete años que no hago eso. No puedes acusarme de ser así, cuando de esa manera tuviste un hijo.
—¿Lo ves? —indiqué con las manos—. Tú misma lo reconoces. Freddy es mi hijo.
—Él ni siquiera te conoces.
—¡Porque tú no me dejas conocerlo, Milena! —vociferé al apretarme el cuello con ambas manos. Ella me exasperaba al límite—. Lo único que te he pedido por todos estos meses es que me dejes verlo y decirle yo mismo que soy su padre biológico. No puedes privarme de mis obligaciones como padre. No me dejas que te dé dinero, no me permites verlo e inventas cualquier excusa para impedirme estar con él. ¿Por qué?
—No quiero que lo lastimes —respondió seguido de un suspiro.
—Más lo lastimo si no me conoce. —En sus ojos atisbé un destello de inseguridad ante mis alegaciones—. Milena, es tiempo de decir la verdad. Por favor, te lo imploro, por última vez, déjame ver a mi hijo. Él merece conocer a su padre.
Ella giró unos segundos el rostro adentro y lo sacó de inmediato. No estaba segura de permitirme un momento con Freddy. Estaba pensando qué responder, que fuese lo bastante contundente para alejarme de allí. Milena no conocía todas esas partes malas de mi vida, por lo que era estúpido que no me dejara ver al niño. No le haría daño. Nunca en mi vida le haría daño a algo que nació de mí; un ser vivo que llevaba mi sangre.
—Él no puede ahora —replicó al sonar su garganta.
—No hay problema. —Me crucé de brazos—. Esperaré.
—No —protestó de inmediato. Al ver que no me iría con el rabo entre las piernas, como el resto de las veces, cerró los ojos, soltó un suspiro y tocó sus dientes con la punta de la lengua—. ¿Si te dejo verlo, te irás? Estoy cansada como para discutir.
—Es un trato. Pero volveré.
Ella, con renuencia, retiró su cuerpo de la puerta y la abrió para mí. Entré al mismo lugar que visité innumerables veces. La única diferencia fue esa vez había tenido éxito. Al fin conocería a mi hijo como debía ser y le diría que era su padre. Me sentía emocionado y un tanto nervioso. El paso que daría no era sencillo, pero merecía el esfuerzo. Freddy merecía lo mejor de mí, y eso comenzaba con darle mi apellido.
Milena caminó hasta la habitación del niño y se encerró en ella. Yo me tomé el tiempo de observar cada tonta decoración en las paredes, los juguetes regados por el suelo, la ropa del niño en una cesta cercana a una lavadora, los muebles viejos, una cocina con tazas de diversos colores, un refrigerador oxidado y algunas estampas de carritos que sostenían dibujos de Freddy. En todos ellos aparecían solo ellos dos.
Yo no era una parte tangible de su vida o algo que estuviese, aunque fuera latente. Mi intención era cambiar eso. Entendía que algunas mujeres no quisieran que sus hijos conocieran a sus padres porque estaban en la cárcel, eran criminales buscados, drogadictos, asesinos o un centenar más de cosas. Y aunque yo formaba parte de un gran porcentaje de esas personas, ellos no sabían. Y sí, tenía los medios para protegerlo de quien quisiera dañarlo. Protegería a mi hijo con las uñas si era necesario.
Tan pronto como la puerta de la habitación fue abierta, logré distinguir a un niño con la camiseta del hombre araña en su cuerpo. Llevaba lentes correctivos, el cabello revuelto, un short de jean y unos tenis blancos en sus pies. Él caminó junto a su madre, con la fija mirada en el extraño frente a él. Su mirada era distinta a la que me entrego la primera vez que fui a verlos. Quizá mi hijo había cambiado en todo ese tiempo que llevaba sin verlo, o solo eran los ojos del cariño que crecía más y más cada día.
—Freddy, hay alguien que quiero presentarte.
Él dirigió toda su atención a mí, miró sus zapatos, unió las puntas de los mismos y elevó de nuevo la mirada. Noté decisión en sus ojos, junto a un poco de miedo.
—¿Eres mi papá, no es así? —me preguntó sin desviar la mirada.
Ambos quedamos igual de sorprendidos. No sabíamos que Freddy manejaba esa información. Era increíble que un niño de siete años me dejara boquiabierto, con un nudo en la garganta y sin saber qué responder. Quería contarle la verdad, no que se enterara a través de la televisión. Esa sería la única manera de que mi pequeño se enterara de una noticia de tal magnitud. Él lo era todo para mí, así que me palidecía.
—Freddy, ¿por qué lo dices? —preguntó Milena, alarmada ante la sorpresa.
—Siempre los escucho a través de la puerta —contestó al enderezar sus pies y desviar sus ojos de Milena a mí—. Tú no quieres que lo conozca, y él no deja de insistir para conocerme. ¿Hasta cuándo ibas a mentirme, mamá?
—Cariño, yo… —Milena no sabía qué responder ante la simple idea de ocultarle algo que él sabía. Ella bajó a su altura, tocó su cabello con una mano y la otra la dejó en su brazo izquierdo—. No lo conoces. Él no es una buena persona.
Freddy regresó la mirada a mí y me escaneó con sus pequeños ojitos.
—Yo no lo veo malo —alegó en mi defensa—. ¿Recuerdas que te pregunté hace días por mi papá y me dijiste que no sabías nada? Dime la verdad, mamá. Quiero oírla.
Milena quería encerrarse en un cuarto a llorar como una niña, tras ser vencida por un niño que no llegaba ni a la cuarta parte de su edad. Yo aflojé un poco la corbata de mi cuello, froté mis palmas en los pantalones y respiré profundo. Nada sería tan sencillo después de eso. Había mucho que explicar, y un poco de tiempo antes de la medianoche.
—Esta bien —articuló Milena—. No te lo dije antes porque apenas él sabe de tu existencia. No quería comprometerlo contigo. Siempre hemos sido tú y yo, y estamos bien. ¿Por qué ahora quieres que te presente un hombre que apenas acaba de llegar?
Él bajó la mirada a sus manos y volvió a pegar la punta de sus zapatos.
—Porque quiero dibujar a mis dos padres en una hoja blanca —masculló.
Ella apretó a su pequeño entre sus brazos y soltó una lágrima. Ella se había equivocado al creer que Freddy era muy pequeño para saber la verdad. Y yo me había equivocado al pensar que la insistencia era algo bueno. Y allí estábamos, a unos metros de distancia, y tan lejanos como dos planetas en el universo. Quería abrazarlo con la misma fuerza que lo hacía Milena, pero él no me lo habría permitido.
Milena lo despegó de su cuerpo, sonrió y limpió la lágrima de su mejilla. Dejó un tierno beso en su frente, antes de retirar los risos marrones que caían sobre ella. Él miró en mi dirección, divisó la distancia y decidió acortarla. Sentí que mi corazón saldría del pecho al detenerse frente a mí, tan pequeño como una caricatura del dos mil. Él no quería soltarlo así de pronto, así que me agaché y quedé a su altura.
—Hola —saludé con un atisbo de sonrisa.
—¿Eres mi papá? —preguntó sin esperas.
Las palabras quedaron atoradas en una parte de mi boca. Era hermoso escuchar que mi hijo me decía papá, aun cuando la intención era solo preguntar. Me sentía orgulloso de lo que había conseguido, incluso al utilizar una fuerte artimaña. Él estaba ahí, tan pequeño y frágil, con sus enormes ojos abiertos y una duda en su mirada.
—Sí, lo soy —respondí al final.
Él miró sus pies una vez más y, al elevar la mirada, extendió su mano ante mí.
—Soy Freddy.
Me sorprendió la madurez de mi hijo. Cualquier otro niño se habría escudado en la espalda de su madre, pero no mi hijo. Y amaba decir mi hijo, aunque solo fuese en mi cabeza. Lo bueno era que podía repetirlo una y otra vez, hasta el cansancio. Freddy era mi hijo, y él lo sabía. ¡Diablos! Nunca fui más feliz que en ese momento, con su mirada sobre la mía y una ligera mueca en sus labios. Era tan similar a mi padre de niño.
—Un placer, Freddy. —Estreché su mano con delicadeza—. ¿Cómo estás?
—Hago tarea para la escuela. Más que todo sumas y restas. ¿Quieres ver?
—Me encantaría —afirmé de inmediato.
Miré a Milena al franquear a su lado y entrar a la habitación de Freddy. No era la suite imperial o una octava maravilla, pero cada artículo estaba en su lugar. La cama estaba junto a la ventana y una pequeña mesa de noche de madera vieja. Gran parte del piso era cubierto por un tapiz de colores, bajo el cual se encontraban los zapatos, un castillo de lego y gran parte de sus juguetes de años. Por último, la ropa estaba colgada de un tubo de metal, dentro de un armario escueto color marrón oscuro.
Tenía muchos dibujos en las paredes, ajenas a las pinturas hechas con acuarelas de años atrás, cuando apenas era un bebé. El techo tenía pegada toda una galaxia fluorescente, que brillaba en sus noches oscuras. Las cortinas de la ventana de cuerpo completo, estaban timbradas con el universo de una famosa película animada. Todo allí dentro se complementaba con sus artículos escolares y de higiene personal.
Quería que nada le faltara a mi hijo, comenzando por un lugar decente donde vivir. Pero la simple idea de pedirle a Milena que se mudara a un apartamento en el centro de la ciudad, le causaba una comezón en el cuello. Ella eran tan cerca, que sería imposible convencerla para que abandonara todos malos viejos hábitos y se introdujera en un mundo nunca antes conocido, donde el dinero no tendría que preocuparle.
Freddy tenía un pequeño escritorio con una lámpara de foco y sus libros. Caminó hasta ellos y me indicó que estaríamos mejor sentados en el suelo. Él se desplomó sobre el tapiz y esparció los libros frente a él. No pensé en los gérmenes o la idea de sentarme directo en el piso, solo lo hice, por él. Cerré los ojos y desplomé mi cuerpo contra un suelo helado, que erizó la piel de mi trasero en segundos. Freddy no se inmutó.
Lo ayudé a buscar en los libros la tarea y le indiqué lo que había aprendido sobre el tema. Me limité a verlos escribir sobre un cuaderno cuadriculado, mientras mi corazón se aceleraba con él. Tanto batallar para ganarlo, que estar allí me resultaba utópico. No podía creer que después de tanto, pudiese acercarme al cuerpo de mi hijo. Sin mentira ninguna, esa fue uno de los mejores momentos de toda mi miserable vida.
—¿Por qué no insististe más? —preguntó él—. En pedirle verme.
—Lo hice, pero ya sabes cómo es ella. —Carraspeé mi garganta ante una pregunta importante que debía formular antes de marcharme—. ¿Te gusta vivir aquí?
—Es mi casa —respondió con la mirada baja—. Y me gusta estar con mamá.
—¿No te asusta estar conmigo? Soy un desconocido.
—No. Te he visto antes. Te conozco. Saliste en la televisión por mí. —Él elevó la mirada del cuaderno, se sentó sobre sus piernas y comenzó a tener una especie de ti nervioso con el lápiz—. ¿Sabes que cumplo años pronto? El veintiocho de diciembre.
—No lo sabía. ¿Harás una fiesta?
Su rostro se oscureció al preguntar algo tan tonto como eso. Mi hijo era un niño muy inteligente, que entendía el medio que lo rodeaba. Sabía quién era yo. No me veía como un desconocido, sino como el hombre que decía ser su padre. Causaba furor en Milena que su hijo sintiera más empatía por mí que lo que ella sentía por el padre de su hijo. Yo nunca lo negué o quise ocultar la verdad. Era ella quien no quería descubrirla.
Freddy dejó el lápiz sobre el cuaderno y reposó sus manos en los muslos.
—Mamá dice que no hay dinero —articuló en un murmullo.
—Eso no es problema para mí —contesté con una sonrisa sincera—. Tú dime qué quieres en tu fiesta y te prometo que lo consigo para ti. Tú solo pide.
—Quiero pastel de chocolate, una bici y que mamá ya no llore por las noches. —Las palabras de Freddy dejaron un boquete en mi pecho. Él ocultó sus ojos tras un poco de cabello que caía sobre su frente, mientras yo buscaba qué responder—. ¿Crees que el dinero te alcance para eso? Si no, solo quiero que mamá deje de llorar.
Tragué el nudo en mi garganta y froté mi cuello con una mano.
—Haré lo posible —pronuncié tras sentir algo que no estaba acostumbrado a vivir.
Me quedé con él un rato más, hasta que terminó su tarea. Milena entró a la habitación pasados unos minutos y le comentó que debía lavarse los dientes para acostarse a dormir. Él recogió todas sus cosas del piso, al tiempo que me colocaba de pie y sacudía mi pantalón con ambas manos. Lo observamos colocar todo de regreso en el escritorio y entrar al baño del apartamento con demasiada velocidad.
Milena me indicó que lo había pensado y me dejaría ver al niño, siempre y cuando llamara antes. Era una victoria más, pero aún no ganaba la batalla. Me sentiría completamente victorioso cuando Milena y Freddy estuviesen bien. Solo así me daría a mí mismo el cinturón de ganador. Mientras tanto, solo eran ladrillos que apilaba uno sobre otros, hasta construir esa mansión que ellos habitarían en mí nombre.
Al Freddy salir del baño, con la pijama puesta y los dientes limpios, observé a Milena arroparlo, besar su frente y susurrarle que pasara buenas noches. Ella caminó de regreso al umbral de la puerta, donde me encontraba. Yo no sabía qué decirle a mi hijo para desearle buenas noches, así que él rompió el silencio y se despidió de mí.
—¿Volverás? —preguntó esperanzado.
—Si eso quieres —respondí.
—Creo que me gustaría.
Quería acercarme y besar su frente como cualquier otro padre, pero era demasiado pronto para pensar en ello. En su lugar, apagué la luz de su habitación y caminé a la puerta del apartamento, donde Milena me esperaba para despedirse de mí. Le aseguré que volvería a verlos muy pronto, y que no se preocupara por la demanda. Bajé de nuevo las escaleras y subí a un taxi, dispuesto a ser feliz por esa noche.
Todo estaba perfecto en mi parte paternal, aun cuando el resto de mi mundo se desplomara al suelo como una torre de naipes. Le indiqué al taxista que me dejara en la entrada del apartamento, le cancelé el dinero marchado y bajé del auto. Saludé al portero y subí el ascensor. Mis planes eran dormir con una sonrisa en el rostro toda la noche, de no ser porque una persona desagradable estaba esperándome en la entrada.
Mi hermano Carter estaba detenido en la puerta, con un cigarrillo en su boca y un pie en la pared. Entre la penumbra parecía el criminal que se negaba a proclamar que era. Me acerqué hasta él, miré el humo del cigarrillo impregnar el aire y el aroma a nicotina entrar por mis fosas nasales. Carter parecía una chimenea andante.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté sin ánimos de pelear—. ¿No te parece algo tarde?
—Vine por mi dinero —respondió al pisar la colilla con la suela de la bota—. Dámelo ahora, y todo habrá terminado. —Ignoré sus palabras y le di la espalda, dispuesto por todos los medios a ignorarlo—. ¡Solo eres un maldito cobarde, Maximiliano Hartnett! No quiere que mamá se enteré la clase de asesino que eres.
Quedé perplejo ante las acusaciones de Carter, aún más cuando las hacía en un pasillo que aunque no estaba poblado, las paredes tenían oídos. Le pedí explicaciones de sus acusaciones, a lo que él solo replicó que no era más que un asesino sin piedad de todo ser vivo que caminaba por la tierra y se metía en mis asuntos. No toleré que siguiera pulsando en esa dirección, así que estampé mi puño contra su nariz perfilada.
—¡Vete! —grité al empujarlo por el pecho—. ¡Solo vete!
—Ni siquiera la puedes tener a ella.
—¿Qué dijiste?
—¡Qué eres un cabrón que no puede cogerse a la mujer que dice querer! —Escupió un poco de sangre al suelo—. ¿Qué pasa si yo te hago el favor?
La sangre hirvió en mí ser, junto a un golpeteo en el cerebro que repetía una y otra vez que no podía atentar contra mi propia sangre. El solo pensar que le haría daño a Carter, provocaba que mi estómago se contrajera de asco y repulsión. Podía ser todo lo que quisiera, pero al fin del día era mi hermano; mi único e idiota hermano.
—Con ella no te metes —mascullé entre dientes, aun con el puño apretado.
—Veamos si puedes impedirlo. —Él intentó retarme al detenerse frente a mí y empujar mi pecho con ambas manos. No pude reaccionar, o sí podía, pero no quería lastimarlo aún más—. Lo sabía, no eres más que un cobarde.
—No te mato porque eres mi hermano.
—¿Cuándo te ha detenido? Mataste a gente importante. Casi matas a papá —articuló antes de dar limpiar el hilillo de sangre que corría por mi nariz y entraba en su boca, con el inverso de la mano—. La verdad duele, hermanito. —Franqueó a mi lado y caminó al pasillo, no sin antes culminar—. Pero tranquilo, nos veremos en el infierno.
Capítulo 31 | Alma sacrificada [Parte 2]
Milena frunció el ceño y cerró un poco más la puerta. La noticia sobre la posible demanda era algo real. Estaba cansado de pedirle encarecidamente que me permitiera ver el niño. Ella solo decía no, una y otra vez, al punto de enloquecerme de ira. Yo no podía seguir de esa manera. Si ella no lo hacía por las buenas, tendríamos que pedirlo ante un juez y un juzgado, así mi reputación terminara en el suelo.
Ok, esto no es normal. Primer capítulo que siento a un Max humano, un Max con sentimientos; no me cuadra este sentir :v que vuelva a ser malo. Y el hermano sospecho que le hará daño a Andrea 😭
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Tardaste bastante en notar ese lado de Max
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¿Por dónde empiezo?
Ah, ¡ya sé!
AMO INFINITAMENTE A MAX 😍
Me alegra que por fin se muestre un poco más de ese lado bello que tiene este hermoso y despiadado personaje.
Amé al pequeño Freddy 😍 lo juro. Espero que Max pueda convencer a Milena de irse a un mejor apartamento y así cuidar mejor de ellos, eso le quitaría una preocupación y le permitiría seguir tranquilamente con sus fabulosos planes malvados :3
Carter es un loco, siempre lo he dicho y por eso fue mi gran sospechoso en algún momento.
No hay más qué decir, amé todo de este capítulo.
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Se puede decir que cada que Max quiere ser bueno puede serlo sobretodo por Freddy, no estuvo bien que amenace a Milena pero pues era la unica forma de que ella cediera aunque tenga los suficientes motivos para no querer que el se acerque a su hijo es un derecho que no les puede negar. Ojala acepte mejorar un poquito la calidad de vida de Freddy recibiendo ayuda del cuervo. Carter bueno el es otro cuento ojala no termine muerto a manos de max....
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presiento que el niño puede hacer cambiar a max con eso de que su mama llora en las noches por ahí se puede agarrar para que el sea el padre que su hijo quiere y este con su mama y deje en paz a andrea
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El peor castigo de maximiliano seria que Ezra y Andrea se quedarán juntos al final y criaran a Freddy cómo su propio hijo imaginense perder a su obsesión y a su hijo con el hombre que más odia sería genial
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😱
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pese a tolo lo maldito que pyede set lo cambia un poco x ese amor de padre. que esta surgiendo en El ..pero su hermano no dara tregua 🤔😱😱😱😱😱
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Aquí a maximiliano se le nota que tiene un poco de corazón,aunque sea su hijo😘😘
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OMG!!!! Esto está por explotar!!!!!
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Tengo sentimientos encontrados con max, puede sentir amor por su hijo. Siendo un destructor de felicidad y amor.
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Es muy raro Max....sus sentimientos por su hijo lo hacen parecer normal pero no puede guardar al psicopata escondido por mucho tiempo. Y Carter otro loco más. ...
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wow.!!! sera que Aime los manda al infierno.??????
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Aime este Max estará arrepentido algún dia? Eso espero porque ese niño merece el cielo, por solo pedir que su mamá deje de llorar.
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Vamos a ver cuanto le dura el amor paternal, alimañna
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Como todos los humanos tenemos cosas buenas y cosas malas, Max es uno de ellos.
El ser padre le ha dado un poco de luz a su vida pero debe de pagar por todo el daño que ha hecho.
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¡@aimeyajure! Muy bueno el contenido, sigue asi!
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El lado paternal de Max no opaca ni un poquito su horrible obsesión, es más, q clase d ejemplo podría ser para un pequeño q empieza a vivir? Y encima con el hermano adicto, cuya amenaza es de temer. Esperemos q sólo quede en eso.
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Me hiciste llorar ,me emocione con el pequeño Freddy eres tu mi papá ,se me salieron las lagrimas te lo juro ,si es bueno mi Max yo lo se ojala su hijo pueda cambiarlo, Carter que aremos con el esta total mente desquiciado al querer desquitarse con Andrea .Gracias por actualizar.
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Y lo sfirmo capitulos candentes maximiliano es escoria humana solo la paternidad lo hace un humano normal .💩👹
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