Apreté la almohada en mi pecho y recordé cada segundo que estuvimos bajo la lluvia, las lágrimas resbalando por sus mejillas, esos ojitos entristecidos, el temblor en su labio inferior y el sabor de ese beso con aroma a asfalto mojado. Si cerraba los ojos podía sentir sus manos en mi espalda, sus dedos en mi mejilla, el roce de su nariz en la mía y ese aroma a la madera del rancho. Si cerraba los ojos, lo sentía conmigo.
Esa noche, cuando Samantha llegó de la academia, me abrazó hasta sentir sudor en mi cuello. Ella pidió comida china y nos sentamos en el suelo de la habitación, a comer rollos primavera y una orden de sushi. Le conté la mayor parte de la historia a Samantha y ella entendió mis motivos. Esa vez no quiso que fuera por él o guardase aunque fuese un poquito de esperanzas para un posible final feliz. Ambas sabíamos que eso no pasaría. Ezra tendría un hijo, y yo tenía a una adolescente que cuidar.
Samantha me contó sobre Keith y lo mucho que lo extrañaba. Hablamos sobre Maximiliano y lo tranquilo que estaba todo. No era normal que una mente macabra como la de Maximiliano Hartnett se durmiera en los laureles. Él planeaba algo más grande para todos nosotros, incluidos aquellos que jamás pensábamos volver a ver. Fue ciega con él. Confié en un hombre que entró en mi vida para destruir el núcleo.
Nunca sería sencillo con Maximiliano, él lo dejó claro. Sam recogió la basura de la cena, besó mi mejilla y se fue a su habitación. Ella tenía demasiadas preocupaciones, un viaje en puertas y un terrible corazón roto. Entre ambas intentamos curarnos las heridas y pronunciar palabras de aliento. La realidad era que necesitamos estar solas, pensar e intentar reacomodar nuestras vidas. No podíamos llorar eternamente por esos amores.
Dos días después de ese viaje, después de salir de compras para aliviar mis tensiones, dejé las compras en la habitación y caminé a la puerta de Samantha. Ella estaba acostada boca abajo, con el rostro contra la almohada y la mirada en la pared lateral. Toqué su puerta y entré. Ella permaneció acostada, con la mirada en mis pies y una ausencia de sonrisa en sus labios. Esa no era mi niña; esa no era la alegre chiquilla que preguntaba demasiadas cosas, con esa curiosidad a millón y una sonrisa perenne.
Mi niña no era esa a la que le acaricié el cabello y una lágrima resbaló por su nariz. Mi saltamontes no era esa jovencita hermosa que tenía el corazón desgarrado, ni la chiquilla a la que sus labios le temblaban de dolor. ¿Qué pasó con mi nena? Ella se irguió y limpió sus lágrimas. Tenía algo pendiente que hacer esa noche, pero podía esperar que ella se sintiera mejor para salir. Le conté a Sam que saldría a verme con un amigo y ella me empujó a que me fuera. Aseguró que estaría bien.
—Estaré aquí, revolcándome en mis lágrimas. —Se colocó de pie y buscó unos pantalones largos, junto a un suéter grueso y unas botas—. Yo saldré a la academia en unos minutos. Debo despejar mi mente de todo esto que me atormenta.
Me coloqué de pie y planché mi flequillo. Miré mis pantalones y recordé que debía cambiarme antes de salir. Samantha se quitó su sudadera y lanzó en el cesto de basura, junto a la puerta del baño. Sonreí cuando ella caminó hasta mí y me abrazó. Su espalda seguía caliente y el cabello frío cubría su piel. La sentí en mis brazos y pensé en todo lo que ocurrió para tenerla allí, conmigo, a salvo. Haría lo que fuera por ella.
Cuando ella se separó, quité el cabello de su rostro y apreté sus mejillas.
—Cuídate mucho. Sabes el peligro que tenemos afuera.
—Tú también cuídate, mamá —articuló, antes de cerrar mis ojos y besar su frente.
Dejé que se alistara. Caminé hasta mi habitación, me bañé con agua caliente, me coloqué unos pantalones negros y blusa ajustada y un abrigo que rozaba la mitad de mis muslos. Después de aplicarme una tenue capa de maquillaje, un poco de perfume y un reloj, observé la mujer en el espejo. Sentía que algo me faltaba. Toqué mi cuello y recordé el regalo de Ezra. Busqué en la mesa de noche el trébol y lo colgué de mi cuello. Ahí me sentí menos vacía e incompleta. Lo sentía conmigo.
Bajé el ascensor, subí a mi auto y conduje a un lugar que conocía a perfección. Siempre que lo visitaba era por una razón específica, y la mayoría de las veces se enfrascaba en una sola palabra: sexo. Dean era un gran amigo, uno de los mejores que tenía. Sabía que él sentía algo por mí, uno de esos sentimientos que no puedes ocultar porque en tus ojos se nota. Él lo sentía por mí, aun cuando dijimos que no tendríamos nada. Él era un hombre hueco, sin corazón, tan muerto como yo.
Subí las escaleras y toqué su puerta. No me alisé el flequillo o revisé mi ropa. No lo visitaba por la misma razón de siempre. Esa vez quería un amigo de verdad, un confidente, alguien en quien depositar mi confianza y saber a plenitud que no haría nada malo con ella. Dean era casi el hombre perfecto para mí: un buen padre, un excelente amigo, un amante que se esforzaba y un hombre en el cual llorar. Era buen cocinero, un hombre gracioso, con un trabajo promedio y sin antecedentes penales.
La mayoría se preguntara: ¿qué más podría pedir? Bueno, él no es Nicholas.
Escuché ruido dentro del apartamento antes de ver una puerta abrirse. Dean llevaba el cabello revuelto, unos pantalones de dormir con corte bajo, descalzo y sin camisa. Mis ojos se detuvieron en ninguna parte de su cuerpo, aun cuando tiempo atrás lo escudriñaba como una vajilla de porcelana china. Le sonreí y él arrastró el cabello con su mano derecha. Los músculos de su brazo saltaron junto a una sonrisa en sus labios.
—Andrea —saludó y tendió su mano para que pasara—. ¡Qué sorpresa! ¿Por qué no avisaste que vendrías? Hubiese barrido el piso y recogido la ropa.
—No quería que me dijeras que no.
—Siempre estoy para ti —masculló y besó mi mejilla—. ¿Quieres beber algo?
—¿Qué tienes que sea bueno?
Él se detuvo junto a una inmensa lámpara y frunció el ceño.
—¿Qué te parece vino?
—Tinto, por favor —pronuncié con las manos en el espaldar del mueble.
—Esta bien.
Él se colocó una de las franelas de cuello redondo que amontonaba sobre uno de los sillones. Observé la cantidad de revistas en la mesa de centro, junto a una media colgando de uno de sus reconocimientos. Dibujé una sonrisa al descubrir quién era Dean en realidad. Las veces que nos veíamos en su apartamento, él recogía sus cosas y las lanzaba en el armario. Yo siempre le avisaba cuando iba a verlo y eso se lo facilitaba.
Dean regresó minutos después con una botella de vino tinto y dos copas. Vació un poco en la mía y repitió el proceso con la suya. Rozó la mía antes de arrastrarse por el sillón, cruzar una pierna sobre la otra y reposar su brazo en el espaldar. Ese era su movimiento mágico, antes de rozar mis labios y arrojar la ropa al suelo. Él pensaba que lo visitaba para que fuera mi juguete sexual, y sonreía ante ese pensamiento.
—¿Cómo estás? —preguntó y se acercó más—. Hace mucho que no venías.
—Me ocupé con la revista, y estuve fuera de la ciudad por unos días.
No lo miré. Clavé la mirada en una camisa de líneas blancas que estaba en el piso, junto a una de sus botas de trabajar. Dean dejó su copa en la mesa y tocó mi mentón con su pulgar. Giré el rostro y lo miré a los ojos. Dean era un hombre precioso, casi de revista. Las mujeres babeaban por él, y él solo tenía ojos para mí.
—¿Estás bien?
—No, no lo estoy. —Dejé la copa en la mesa y suspiré—. ¿Podrías abrazarme?
Dean me apretó a su pecho y cerré los ojos cuando sentí el pulso de su corazón junto al mío. Necesitaba que alguien me abrazara con todas sus fuerzas y me susurrara una mentira. Me forcé a aceptar una realidad que no creí fuese la mía. Me forcé a sentir un odio hacia Skyler y un desprecio hacia el niño, pero no podía siquiera concebirlo. Recordar que era el hijo del hombre que amaba, me hacía sangrar una vez más.
—¿Qué pasa, Andrea? —preguntó sobre mi cabello—. Nunca te había visto así.
—Porque nunca me sentí como ahora —afirmé con la nariz en su cuello—. Estoy destruida, Dean, y no sé cómo repararme. De nuevo me siento destruida.
—¿Qué pasó?
Me separé de su cuerpo y respiré profundo. No lloré como días atrás, cuando empapé la almohada o cuando me despedí de él. No lloré porque no quería sentirme más débil de cómo estaba, ni deseaba que él limpiara mis lágrimas. Dean me conoció en una etapa deslumbrante, cuando era la mujer brillante que sacó una revista a flote sin tener idea de en lo que se estaba metiendo. Él siempre admiró ese rasgo en mí. Lo notó como Nicholas lo hizo en su debido momento. ¡Demonios! No podía sacármelo de la cabeza.
—¿Recuerdas al hombre del que hablé? El hombre de mi pasado. —Dean asintió y bebió un poco de vino—. Regresó a mi vida hace poco más de un mes. Lo encontré en Gresham, mientras paseaba con la hija de Perla. Luego nos vimos en una cafetería por accidente, y quedamos en volvernos a encontrar en un recordatorio que les harían a unos amigos que teníamos en común. Eso sucedió hace unos días… y no puedo olvidarlo.
Dean movió la nuez en su garganta y arrastró el cabello que caía sobre su frente. Supuse que no esperaba que habláramos de un hombre que era mi pasado y una persona que dejamos como tema pasado, al igual que su esposa. Dean ingirió más vino y relamió sus labios. Yo sujeté la copa entre mis manos y subí una pierna al sofá.
—¿Por qué no estás con él?
—Esta casado, y su esposa esta esperando su primer hijo. —Él amplió sus ojos y noté un grado de alivio en su mirada—. ¿Te imaginas cómo me sentí cuando ella le dijo que le daría algo que yo no puedo darle? Me desgarró por dentro despedirme de él una vez más, como dos malditos, teniendo en cuenta que no podré volverlo a ver.
Dean carraspeó su garganta antes de ingerir más vino.
—Sé cómo se siente. Perdí a mi esposa, ¿recuerdas?
—Sé que no debí estar con él, eso hizo más dolorosa la despedida. —Apreté su mano izquierda entre la mía y sentí el calor de su toque—. Dean, aunque es tarde para arrepentirme, no lo hago. No me importó ser su amante esos días, porque lo amo con locura. Le daría mi alma a ese hombre si me la pidiera. Lo único que no me perdonaría jamás sería arrastrarlo a mi lado cuando tiene un bebé en camino con otra mujer.
—¿Y qué pasaría si no hubiese bebé?
Sopesé esa idea por días. ¿Qué pasaría si no hubiese bebé? La felicidad que sentiría en mi pecho sería extravagante. Nada jamás se compararía con tenerlo a mi lado, esa vez para siempre, sin bebés que nos separen y sin anillos que lo aten a alguien más. La felicidad que sentiría si Ezra me llamaba para contarme, no se igualaría a nada existente. Sería la mujer más feliz del mundo si ese bebé no hubiese existido, pero lo hacía.
Tampoco me regocijaría o celebraría si ese bebé muriera. Ezra quería un niño, y sí, el destino se lo dio con la persona que no quería, pero lo tenía. Quitarle algo suyo por caprichos, era caer demasiado bajo. Con un hijo muerto, nada competía. Quizá él volvería a mí, pero no sería el hombre del que me enamoré. Nicholas pasó por demasiadas metamorfosis a lo largo de esos quince años. Ya no era el capullo que conocía en el Álamo; Ezra Wilde era el ave que aprendió a volar y a cuidarse solo.
Sentí el pulgar de Dean rozar mi mano, justo antes de elevar el rostro.
—Todo sería diferente si ese bebé no existiera —respondí después de sumirme en esos segundos de pensamientos—. Si Ezra estuviese solo, mi vida no sería tan terrible. Sé que él regresaría con intenciones de divorciarse, pero esto lo cambia todo. Ya no puede pensar nada más en él, cuando en el vientre de su esposa crece un bebé suyo.
Él quitó su brazo del espaldar y acunó mis manos entre las suyas.
—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Escucharme y abrazarme —pronuncié.
—Todo lo que quieras. —Envolvió mi cuerpo con sus brazos y reposó el mentón en mi cabeza. Respiré el aroma del jabón en su cuerpo—. ¿Sabes que pudimos ser felices?
—En otro momento lo habríamos sido —susurré y toqué su espalda.
Dean me separó de su cuerpo y colocó mi cabello detrás de la oreja. Por primera vez no intentó tocarme más de la cuenta o me indicó que deseaba acostarse conmigo. En su lugar me trató como la amiga que era y la mujer que estaba frente a él, con el corazón en las manos. Dean también abrió su corazón y me mostró lo que ocultaba.
—¿Por qué nunca me diste una oportunidad, Andrea?
Pestañeé un par de veces y bajé la mirada a mis manos.
—Mi corazón nunca dejó de ser suyo.
Dean respiró profundo y soltó el aire lentamente. Bajó la pierna que tenía sobre el sofá y clavó los codos en sus muslos. Se encorvó sobre la mesa de centro, con el mentón sobre sus manos entrelazadas. Nunca quise dejarlo en esa asquerosa zona de amistad de la que pocos logran salir, y habría sido injusto para él que le dijera que podría llegar a quererlo, cuando mi corazón fue siempre de mi petulante vaquero de Charleston.
Engañar a Dean era demasiado para mí. No me pareció justo jugar con un sentimiento tan fuerte como lo es el amor. Y sí, quizá él no me amaba. Tal vez se trataba de un simple sentimiento de conformidad que experimentaba conmigo, o era esa sensación de confort o tranquilidad que le daban mis brazos. Dean me repitió un millón de veces lo bien que se sentía conmigo y la falta que le haría si algún día me marchaba.
Él sí se enamoró de mí, los recuerdos me lo confirmaron.
—Dean, ¿habrías aceptado que te amara a medias? —pregunté y el giró su rostro hacia mí. En sus achinados ojos grises noté dolor, opacado con un mordisco ocasional en su rosáceo labio inferior—. Yo no lo creo. Cuando entendieras o notaras que no sería totalmente tuya, comenzarías a recriminarme no decirte lo que sentía en realidad cuando aún teníamos tiempo de dar marcha atrás. Cuando no quisiera salir contigo, cuando hablara de mi pasado o alguien me recordara a ese viejo amor, tú te sentirías engañado.
Él se enderezó antes de colocarse de pie. Su altura siempre me intimidó. Era tan alto como un rascacielos, su cabello tenía reflejos dorados naturales, sus labios eran rojos y suaves. Una densa capa de vello cubría su pecho y los brazos. En su frente aparecían arrugas cuando se molestaba o entristecía. Su nariz no era perfilada, era algo gruesa en la punta. Sus orejas eran grandes y sus dedos largos. Le encantaba el color violeta y las tardes de sol. Usaba siempre un pantalón blanco y una franela violeta.
Conocía muchas cosas de él, cosas que quizá me habrían enamorado si mi corazón no le perteneciera a Nicholas Eastwood. Me habría enamorado del grisáceo color de sus ojos, de la finura de sus labios, de la suave piel de su espalda, de ese toque que me enloquecía cuando tenía media botella de alcohol en mi sangre. Me habría enamorado del ancla colgando en su pecho: regalo de su padre, antes de irse a la marina.
Me habría enamorado del misterio en su mirada, de los latidos de su corazón, del color de su piel, de su sazón en la cocina, de lo descuidado que era con su cabello, de esa sonrisa que calentaba mi gélido corazón. Me habría enamorado de su forma de bailar, de los músculos en sus brazos, del excelente besador, del tono grueso de su voz, de lo atractivo que se veía en ropa interior y del excelente padre que era con Johanna.
Me habría enamorado del hombre que me entregó su corazón, cuando en mi pecho solo había conexiones flojas. El motor que alguna vez tuve, se quedó con el mecánico.
—En otra vida, tú y yo habríamos sido felices. En esta vida, eso es imposible.
—¿No puedes sacártelo? —preguntó con la mirada en mis ojos.
—No es una espina en un dedo. Hablamos de años y años con este sentimiento encerrado, y cuando al fin logré liberarlo, lo atraparon de nuevo. —Me coloqué de pie y toqué sus hombros. Él se tensó al principio, antes de relajarse—. Tú eres un hombre maravilloso y mereces que alguien te ame completamente, no a medias, ni comparativo con alguien más. Sé que encontrarás a alguien que lo haga, pero esa no soy yo.
Él sujetó mi cintura y me dio un aplastante beso. Yo permanecí con los ojos abiertos y una sorpresa en la mirada. No abrí ni moví mi boca. Él se apretó a mi cuerpo y subió sus manos por mi espalda. Quería que cambiara de opinión con un beso. Cuando sus manos intentaron subir mi camisa, empujé su pecho con ambas manos y retrocedí. Él amplió los ojos y notó mi entrecejo fruncido, seguido de una mirada acusadora.
Frotó sus ojos y deslizó la mano hasta el mentón. Noté la mirada apenada que en sus ojos nació después del breve momento de brusquedad. ¿De verdad pensaba que con un beso cambiaría de amor o de parecer? ¡Qué lamentable es conocer aquello que duele!
—¿Aquí termina todo? —preguntó.
—Así es. Será lo mejor para ambos. Quiero enfocarme en Samantha, en su viaje, en las remodelaciones de la revista y en mi propia vida. Me abandoné en estos últimos años y no sé quién es Andrea White ahora. Quiero aprender a vivir sin él, a recoger mis pedazos rotos y pegarlos con adhesivo. Quiero ser feliz por una vez en tantos años.
—Me parece perfecto. —Entrelazó las manos en su cuello—. Tienes todo el derecho de ser feliz. Te mereces eso y más. Lo que te pediré es que no me digas adiós. Tuvimos muchos momentos bonitos y quiero recodarlos así. No se sabe si en un futuro logras sacar ese sentimiento de tu cuerpo. Y si es así, aquí estaré siempre para ti.
Después de todo, me apenaba decirle adiós. Dean fue una parte importante de mi vida durante algunos años, cuando el dolor me inundó de pies a cabeza. Él era esa pieza discordante que no armaría mi rompecabezas. Dean fue una parte esencial de una etapa en la que necesitaba con urgencia unos brazos que me sostuvieran antes de caer al suelo. Y aunque siempre estaría agradecida con él por ser mi paracaídas, no lo amaba.
Di un paso adelante y sujeté sus manos. Eran más grandes que las mías, las venas se marcaban en sus brazos y en la superficie de sus manos. Miré sus ojos una vez más, dispuesta a agradecer tantos momentos bonitos. No quería que nuestra despedida fuese algo dañino, ni que dejara un mal sabor de boca. Esperaba encontrarlo en otro momento y verlo con una mujer que si estuviera dispuesta a entregarse en cuerpo, alma y corazón.
—Gracias, Dean.
Él subió mis manos y besó la superficie de ambas. Sus labios eran fríos y la barba rozó mi piel. Sonreí y él soltó mis manos, antes de frotar su cabello y regresar a la cocina, por más vino. Abrió una de las alacenas superiores y extrajo una botella más. No pensaba emborracharme ni perder el juicio, pero tampoco rechazaría vino gratis. Dean regresó con la botella, la dejó sobre la mesa y señaló la cocina con la cabeza.
—¿Quieres lasaña? Preparé mucha en el almuerzo.
—Me encantaría —articulé con una sonrisa.
Esa noche nos despedimos. Dean guardó la esperanza de que en algún punto el amor que sentía por Ezra muriera. Yo le comenté varias veces que no era una enfermedad que se trataba con antibióticos, ni un rollo fotográfico que usas y cambias por otro. Antes de marcharme besé su mejilla y le sonreí. Me llevé una buena imagen de él, y una despedida apropiada. Esa fue la penúltima vez que lo vi antes de desaparecer.
Capítulo 44 | Alma sacrificada [Parte 1]
Esa última despedida me quebró por dentro. Lloré todo el camino hasta la parada de taxis, en el aeropuerto, en el avión y en el taxi de regreso al pent-house. Lloré como una desgraciada por un hombre que se convirtió en mi más grande imposible. Esa tarde subí el ascensor y dejé las maletas en la habitación. Samantha no estaba por ninguna parte, así que me lancé en la cama. Extraje el collar y lo apreté en mi palma derecha.
Yajure...
(Ya me está gustando llamarte así xD)
Me siento mal por el pobre Dean, pero era lo mejor. Alguna vez te dije que sentía que él realmente estaba enamorado de Andrea y para ella no era más que su amigo y juguete sexual.
Me alegra saber que cerraron ese ciclo y no sé si volvamos a saber algo de él, pero si es así, me gustaría que fuera una buena noticia. Como dijo Andrea; que encuentre alguien a quien amar y que lo ame de vuelta.
Aime, e hiciste darme cuenta de algo personal...
Voy a beberme el resto de tequila que tengo por ahí y a buscar más :'v
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Oh el dolor sigue y seguira que seguira.
Andrea es una mujer maravillosa y se merece lo mejor despues de tanto sufrir .
Dean un hombre a la altura pero no lo ama hizo bien en quedar con el en esos terminos .
O mi dios lo que me preocupa al igual que Andres es maximiliano ese sicopata al acecho que tramara .😢
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Hay momentos en la vida que tenemos que dar vuelta a la hoja y seguir con nuestras vidas ...Pero con Andrea no puede dar vuelta todavía con Ezra...
Que nos tendrás preparado Aime...
Que hará el Psicópata de Maximiliano...
Con Dean tuvo que cerrar el circulo y dar vuelta de hoja, un buen hombre pero no lo amaba.
Así es la vida.
Gracias por actualizar.
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Pobre Andrea nuevamente el corazón Roto, y para completar sin esperanzas ni poder entregar su corazón a un hombre como Dean, y sin saber el futuro que le deparara a este porque el no se enamoro de alguien como Perla....
Sam próxima a viajar con su corazoncillo roto pero un futuro por delante, y Andrea con ganas de retomar su camino ojala Ezra la contacte pronto o esta mujer se nos va a secar de tanto llorar....
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Una parte melancólica. Por favor que Andrea se entere de todo yaaaaaa!!!!!!
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Era necesario. Hay que cerrar circulos para avanzar. Triste pero bueno no se podia hacer mas
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Pobre Dean ama a Andrea pero ella sigue amando a Ezra es mejor asi para que ambos puedan continuar con sus vidas además Ezra ya va por ella .
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Hay personas q aparecen en tu vida como estrellas fugaces, mientras están allí te alegran los días y los iluminan, luego se van pero su recuerdo t deja sonrisas. Es lo bonito d este mundo.... Lástima x Dean, no fue amado como quiso pero el corazón d Andrea hizo su elección.
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Me partió el corazón Deán...es el hombre ideal verdad. Lastima q sea un personaje.
Ahora cm es eso q desaparece?
No pensaras matarlo no??..
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