Nos abrigamos lo suficiente para salir al exterior, mientras el aliento ondeaba el aire a medida que el frío aumentaba. El calor del abrigo no fue suficiente en ningún momento, al igual que los guantes, bufanda, gorro y orejeras. Nada en la vida sería apto para tan gélido clima. El lugar estaba atestado de turistas que verificaban con sus propios ojos como el río se congelaba y era ideal para patinar un par de minutos.
Reímos como dos adolescentes enamorados, hasta que el aterrador frío me impidió sentir los dedos en los guantes de lana. Mis manos se endurecieron al igual que al sufrir un calambre. Dominic los calentó un poco con su aliento, pero la capacidad que tenía el frío de colarse entre la tela, era más fuerte que el calor de su boca. Todos nosotros éramos segmentos de hielo que intentaban divertirse sobre otra pieza se hielo.
Al finalizar, tomamos chocolate caliente en el restaurante del hotel, mientras esperábamos que el calor de la bebida nos indujera un poco de tranquilidad. Mis dientes castañeaban como dos cocos en fricción y Dominic estaba demasiado relajado. No entendía cómo no se congelaba estando afuera durante tanto tiempo. Era como si fuera una piedra en medio de un glaciar de la Antártida.
Él dejó la taza sobre la pequeña mesa y clavó sus ojos en mis piernas.
―Primera vez que te veo usando jean ―comentó.
―A mi madre no le agrada —contesté con un ligero movimiento de manos—. Pero aquí soy yo misma, así que me verás usarlos más seguido.
Alcanzó mi mano enguantada y dejó un cálido beso.
—Me encantan —concluyó con una sonrisa.
Minutos más tarde subimos a la habitación, nos duchamos y acostamos. Estaba agotada como para estar de pie y el calor del cuerpo de Dominic fue lo único que necesité para quedarme dormida en su pecho hasta el siguiente día. No negaría que me encantaba estar con él, aun cuando mi corazón no le pertenecía, pero el anillo en mi dedo anular le indicaba al resto del mundo que mi cuerpo era suyo.
El día después fuimos a las maravillosas Cataratas del Niágara, algo lejos del hotel. Eran una completa hermosura que te erizaba la piel, te envolvía por completo en ese sonido del agua cayendo, las gotas que llevaba el viento y lanzaba sobre los espectadores o los majestuosos colores que la alumbraban en las noches.
Nos detuvimos en la parte alta de una especie de edifico, con una barandilla que impedía a las personas caer a la cascada. Además, tuvimos el placer de recibir una guía explícita por parte de uno de los encargados, el cual nos comentó que Niagara Falls también fue calificado como el lugar más romántico del mundo y al que muchas personas asistían a casarse. Pensé que ese hubiese el lugar perfecto para mi matrimonio, pero ya era demasiado tarde para reorganizar el momento más ansiado por Dominic.
Escuchamos todo lo que el alto hombre nos comentó, antes de pedirle que nos tomara un par de fotografías. De hecho no era la clase de mujer que se moría por una fotografía o poseía el rostro de miss fotogénica, pero Dominic insistió en guardar en una caja aquellas vivencias que tuvimos cuando éramos recién casados. Alegó que a la familia le gustaría saber que no todo fueron momentos de amargura e infelicidad.
Esa misma noche, cansada de los restaurantes de lujo, le pedí a Dominic que me llevara a comer una grasienta hamburguesa callejera. Siguiendo mis órdenes, caminamos por algunas calles, hasta encontrar un puesto no tan clandestino de comida rápida. El joven que atendía servía las mejores hamburguesas del mundo, bañadas con esa grasa que a Stella tanto le encantaba y sin un cuchillo con el cual trocearla.
Dominic ordenó dos, junto a un par de cervezas de lata. Era la primera vez que tomaba licor de un pedazo de aluminio o consumía una comida de dudosa calidad sanitaria, procedencia e incluso permiso de estacionar su carro allí. Pero de igual manera, nos sentamos en las frías bancas de la acera de enfrente, destapamos la fina envoltura y comimos sin decoro, con las manos descubiertas, al igual que el resto de las personas que nos englobaban en ese épico momento.
Mientras reíamos, nos besábamos y olvidamos las etiquetas y el glamour que debíamos mantener en Inglaterra. Quizá alguien nos estaba grabando desde un arbusto y subiría el video a YouTube, pero eso no me robaría la dicha que sentía en ese momento o la felicidad por ser una más. Nos limitamos a sentarnos y consumir una excesiva cantidad de energético, entre el lípido de la hamburguesa y las calorías de la cebada.
Algunos minutos después, viajamos por horas hasta el Parque Nacional Jasper en el estado de Alberta. El viaje fue tan largo, que me dormí algunas horas en el hombro de Dominic hasta que él acarició mi mejilla y me dio los hermosos buenos días. Parpadeé un par de veces, antes de observar el nombre del lugar en la entrada del parque.
El chofer nos dejó en el parqueadero, bajamos y comenzamos esa travesía por una zona que no conocíamos. De nuevo, alguien se encargó de ofrecernos un fabuloso tour por cada una de las áreas predispuestas, tanto por los animales, como por lo exótico de la mezcla que solo ese inmenso sitio nos ofrecía. Conocimos los famosos alces, renos, osos y caribúes. También tuvimos el placer de observar los glaciares, lagos, cascadas y montañas, las cuales unía un exótico lugar lleno de vida.
Era el parque más septentrional de las Montañas Rocosas.
Mis ojos aún no albergaban la capacidad de grabar cada una de las especies y lugares majestuosos, mis manos no alcanzaban a tocar cada una de las flores, fauna domesticada o el agua de las corrientes, y mi olfato no fue suficiente para inhalar cada uno de los aromas que esperaba nunca olvidar en lo que me restara de vida.
Fueron los mejores días libres de mi vida, hasta que algo irrumpió.
Desperté de nuevo en un bosque húmedo, por completo empapada. Gotas de lluvia humedecían mi espalda, mientras el sonido del agua se mezclaba con el olor del pasto y creaban un almíbar de aromas mezclados que me eran repulsivos.
Mis manos sentían la grama y la tierra mojada, pero mis dedos no respondían ante las bridas del caballo. Mi lengua se trancó de inmediato al escuchar el primer relinchar del caballo, denotando un estado de miedo que solo la oscuridad creaba.
Un rayo centelló en la oscuridad y asustó a Bruce, el cual me arrojó contra el barro en tan solo segundos. Mi rostro se ensució con fango, mis manos intentaban sujetarse de las raíces del pasto y mi garganta gritó lo suficientemente alto para llamar de vuelta al caballo, pero él no regresó tal como yo quería que lo hiciera.
No recordaba por qué estaba allí, el motivo de mi ausencia o por qué me sentía de esa manera tan horrorosa. Inmensas dudas me embargaron de pies a cabeza, y la tormenta me sofocó la respiración al punto de impulsarme para intentar levantarme. La fuerza que mis brazos ejercieron sobre las manos, afloraron un temblor en mi piel y un grito ahogador en mi boca; impronunciable para el oído humano.
La lluvia caía en mares sobre mi rostro expuesto, al tiempo que mi boca se abría para pedir auxilio, pero nada brotaba lo bastante alto para que alguien escuchara. No podía abrir los ojos, me ahogaba minuto a minuto y la desesperación por encontrar ayuda me alteró en sobremanera el corazón.
Comenzaba a perder la fe en mí misma, cuando alguien me levantó del frío suelo y me envolvió en sus brazos. La persona que me levantó de suelo, me cargó en su espalda, mientras sentía el movimiento de sus músculos en mi estómago.
Su rostro era difuso y, aunque traté de aclarar mi visión, no logré distinguir quién era mi salvador. Solo sabía que era fuerte y me amparó de morir de hipotermia.
Fuimos a un famoso restaurant en el centro llamado Toqué. El lugar era algo oscuro, pero servían una comida deliciosa, desguatada con anterioridad por mi maravilloso esposo. Una de las meseras se encargó de nombrarnos la especialidad de la tarde, al igual que explicar un par de cosillas que no entendía de la carta.
―Les recomendamos la ensalada crujiente de verduras, con vinagreta y cebolla verde —emitió la chica con una enorme sonrisa—. Además, la exquisita pierna de cerdo con salsa de curry, es bastante buena, al igual que la ternera con frijoles.
La chica sonreía mientras esperaba tomarnos la orden. Me encontraba tan sumida en mis propios pensamientos, que ordené una ensalada ligera, más por instinto que por ansiedad de comer algo bajo en calorías. Dominic, como buen hombre que representa el hambre del sexo masculino, ordenó la ternera con verduras. Buscaba embriagarse de calorías, llenarse hasta la última parte de su estómago y subir veinte kilos en el viaje.
La chica regresó poco tiempo después con el pedido y se alejó para dejarnos degustar la delicia del chef. Dominic atacó su comida con el hambre a millón, mientras yo revolvía la lechuga con el pollo de forma constante y persistente.
Él notó mi falta de apetito, por lo que dejó el cubierto en el plato.
―Estás ausente, Kay ―murmuró Dominic—. ¿Qué ocurre?
Miré mi comida por lo que pareció una eternidad, hasta sentir la energía suficiente para contestar de forma ambigua su estúpida pregunta.
―No dormí bien.
No me sentía con ánimos de participar en una conversación sobre mi vida. Estaba demasiado confundida con aquellos sueños que me impedían un perfecto descanso, la relajación que merecía o la tranquilidad que cualquier persona tiene el derecho de sentir.
Dominic limpió las comisuras de sus labios con la servilleta y colocó una mano sobre la mía al otro lado de la mesa, dispuesto por todos los medios a conocer la verdad.
―Cuéntame.
―No es nada ―respondí con la fija mirada en el pollo―. Solo necesito descansar, Dominic. Estos últimos días me han agotado en exceso y amerito cierto reposo.
Esas palabras fueron suficientes para que él malinterpretara el momento.
―¿No te diviertes? ―preguntó afligido.
―No me malinterpretes, Dominic. Me divierto mucho y han sido los días más maravillosos de mi vida, pero necesito un par de días para recargar energías y volver al ruedo. —Apreté su mano e intenté formar una sonrisa—. Solo te pido un día libre.
Él asintió y me devolvió la sonrisa.
―Esta bien. ¿Quieres postre?
―No. —Coloqué la servilleta sobre la mesa y me levanté—. Voy al baño.
Caminé entre las mesas hasta el impoluto baño, abrí la puerta, revisé si había alguien más y cerré con seguro; necesitaba asegurarme que nadie más entraría mientras estuviese allí. Me recosté en la puerta de madera, con los ojos cerrados, escuchando como el corazón amenazaba con saltar del pecho como una caricatura de televisión.
Era la misma pero no sabía qué me ocurría. ¿Por qué carajos soñaba lo mismo cada maldita noche? ¿Qué intentaban decirme esos sueños? Y la mejor pregunta de todas: ¿eran simples sueños repetitivos o algo malo ocurriría cuando alguien los interpretara?
Presentía que algo querían decirme, o me señalaban el futuro. Cada vez eran más y más reales, traspasaban la tela de la irrealidad y se tornaban no tan utópicos. Cada odiosa noche me despertaba sudorosa, agitada y con más preguntas sin respuestas. Ya no era el estrés por la boda o imaginaciones vacías. Era algo que debía averiguar en cuanto regresara a casa, así me costara la vida saber qué demonios me ocurría.
El problema radicaba en que no deseaba contarle a Dominic aquello que me perturbaba. No era justo hacerlo partícipe de una maldición que quizá estaba sobre mí, así que el secreto debía morir conmigo hasta el final, o la persona que se colaba entre mis pesadillas mostraría el rostro de demonio que destruyó por completo mi vida.
Lavé mis manos en el grifo, sequé el sudor que salpicaba mi rostro con una toalla y apliqué algo de polvo alrededor de mis ojos. No pretendía mostrar ese rostro que me provocaban las malas horas de sueño, así que me mantuve a la altura de la realeza.
Cuando retroné a la mesa, Dominic me esperaba para irnos al hotel. En ese momento no intentó sujetarme de la mano o empujar un poco mi coxis como tanto le gustaba. Él notó que mi estado de ánimo no era el mismo que días atrás, cuando reímos y disfrutamos lo único bueno del matrimonio. De allí en adelante solo fueron desgracias.
Subimos en silencio al auto que nos condujo directo al hotel.
Subimos el ascensor de paredes brillantes hasta el callejón de la habitación. Entramos y cada quien se desvió a su maleta, buscamos un par de cosas, tomamos turnos para la ducha y nos acostamos uno al lado del otro, sin pronunciar más que las buenas noches. Veinte minutos después, Dominic estaba dormido como un bebé.
No podía conciliar el sueño, así que me levanté de la cama y caminé hasta la terraza. La luna se alzaba en el oeste del cielo, mientras una persona más del barro de la vida intentaba buscar respuestas entre ese manto de estrellas que esa noche abandonaron a la solitaria luna. Le pedí a los astros que me ayudaran a entender lo que me estaba pasando, aun cuando nunca recibí una respuesta concreta por parte de ellos.
Me aferré a la barandilla de metal, con el frío erizando mi piel.
―Quiero respuestas ―supliqué sollozante―. Por favor, les suplico se detengan.
Mi voz se quebró ante un par de lágrimas que se deslizaron por mis mejillas. Mi corazón no dejaba de golpear con una fuerza descomunal mi pecho, junto a un temblor que brotó en mis labios y una sensación de soledad que me embargó hasta los tuétanos.
—No tengo idea de qué sean estos sueños, pero ya no quiero seguir así.
Aferré con más ímpetu mis manos al metal, mientras tragaba todo aquello que me lastimaba el alma desde la parte más intrínseca hasta la zona más superficial. Estaba cansada de vivir así, pero odiaba aún más no tener respuestas a un centenar de dudas. La agonía de no saber qué ocurría me consumía por dentro al punto de pagar como fuese el conocimiento que no tenía el placer de ostentar en mi cabeza o en mis manos.
―¿Qué sucede, Kay? ―preguntó Dominic a mi espalda.
Limpié con rapidez las lágrimas en mi rostro con el inverso de la mano y giré en su dirección. Dominic estaba soñoliento, con las manos en sus ojos y un bostezo en su boca. Lucía como un adolescente al levantarse para ir a clase.
―¿Qué haces afuera? ―Buscó una manta sobre el sillón reclinable y envolvió mis brazos con él―. Hace frío, cariño. ¿Por qué estás aquí?
―No deberías estar despierto —articulé al girar de nuevo.
Se acercó a mí.
―Solo quiero saber qué ocurre —murmuró.
Negué con la cabeza al tiempo que más lágrimas brotaban de mis mejillas. Él me abrazó con las fuerzas suficientes para calentar un corazón congelado, pero mi problema no era de frialdad, sino de demasiados signos que no me dejaban respirar. Para Dominic mis lágrimas significaban algo muy diferente a la realidad, pero no me tomé la molestia de aclarar sus dudas. Solo intenté que su abrazo no me doblegara por completo.
―Solo déjame llorar esta noche, Dominic. Mañana volveré a ser la Kay fuerte que tolera cada una de las cosas que le ocurren ―proferí al soltarme de su agarre y caminar a mi izquierda―. No tienes que estar aquí conmigo. Solo ve a dormir.
―No entiendes que no puedo dormir cuando tu dolor me despierta y me apuñala el pecho de ambos lados ―agregó―. ¿Eres tan infeliz conmigo que no puedes dormir?
No respondí al instante, así que Dominic asintió y regresó a la habitación. Cerré mi boca con ambas manos mientras lágrimas corrían por mis mejillas.
El dolor que sentía no lo había experimentado con anterioridad y mi interior lo sabía. Me rompía minuto a minuto como una muñeca a la que golpean hasta destruirle los cimientos con los que fue construida. Me sentía debilitada e indefensa, sin nadie a quién acudir para buscar las respuestas que tanto anhelaba. Sabía que no podía seguir así, pero nadie controla aquello que ocurre en los sueños o las pesadillas.
Sequé mis lágrimas y esperé que Dominic regresara para que pudiéramos hablar, pero él nunca lo hizo. Inhalé una gran bocanada de aire que congeló mi garganta y regresé al interior de la habitación, donde lo encontré sentado en la orilla de la cama, con la cabeza gacha, el corazón roto y los brazos sobre sus muslos.
Me detuve frente a él, en silencio total, mientras más lágrimas resbalaban por mis mejillas. Dominic no soportó el dolor que mi rostro reflejaba, por lo que se levantó y envolvió mi cuerpo con sus brazos. Me abrazó con la fuerza necesaria para caer al suelo y traspasarnos esa tristeza que nos envolvía como el aire que respirábamos.
Me abrazó hasta que el dolor fue más llevadero; me abrazó para compartir la pena de una vida en desgracia a la que fui consumida; me abrazó para llevarse mi tristeza en la manga de su suéter; me abrazó porque me amaba más que a nada en la vida.
―Me rindo, Kay ―susurró en entrecortadas palabras una frase que jamás esperé escuchar de su boca―. No sé qué hacer para hacerte feliz. Quedarme a tu lado sería un inmenso placer, pero no es justo ser feliz mientras tú te ahogas en dolor.
Alejándose de mis brazos, quitó el anillo de su dedos anular con tanta tristeza que mi alma se fisuró a la mitad. Él fijó la mirada en el aro que pendía de sus dedos, abrió mi mano derecha y lo depositó en la palma, como la entrega de lo único que nos unía. Un sollozo escapó de mi boca ante el frío que quemaba mi palma.
—Lo siento, pero no puedo seguir así —masculló con dolor.
Limpió mi rostro con su suéter, pero las lágrimas continuaban.
―Yo… —Intenté decir algo, pero las palabras no brotaban de mi boca.
No podía formar oraciones claras. Mi mente se convirtió en un vacío infinito del que no podía escapar. Nada circulaba por mi cabeza lo bastante coherente para expresar que él no era el culpable de mis lágrimas o mi infelicidad. Dominic estaba consciente que al principio no era una mujer feliz, pero me divertía mucho con él. No era justo que se convirtiera en culpable por algo que no le competía.
Dominic esperó que en algún momento le confesara ser el amor de mi vida y que no quisiera dejarlo ir, pero esas palabras nunca salieron de mi boca. Todo lo contrario, me llené de tantas lágrimas que las palabras se ahogaron en mi interior.
―Kay, todos vivimos bajo el mismo cielo azul que vemos cada día, pero ninguno tiene el mismo destino. —Acarició con suavidad mi mejilla—. No me perdonaría convertir tu vida en un infierno, así que me alejaré por el bien de los dos.
Dirigiéndose al baño, se cambió de ropa, buscó algunas cosas y sujetó la maleta. Estaba decidido a alejarse de la mujer que era solo desgracias y complicaciones. Sus votos de amor duraron menos que un anciano en un concierto de rock. Tanto amor que Dominic decía sentir, murió ante la primera dificultad que se apersonaba.
―Pediré otra habitación —me informó.
Su quebradiza mirada y la profundidad de su respiración, soltaron las palabras definitivas de una de nuestras últimas conversaciones.
―Eres tan perfecta incluso cuando lloras —finiquitó.
Dicho eso abandonó la habitación, dejándome con el anillo de matrimonio en la mano y un centenar de preguntas sin respuestas en la cima de mi cabeza.
Creí que Dominic renunciaría a mí mucho antes de todo lo sucedido, y aun así soportó como un fiel soldado. Le daba algo de crédito por soportarme durante tanto tiempo, pero le recriminaba abandonarme en un momento tan crítico como ese. Me ahogaba en mis propias palabras, no podía decir nada, y él tomó una decisión que fue el inicio de una marca que solo se oscureció al paso del tiempo.
Esos malditos sueños me destruyeron la vida, cambiaron los planes y arruinaron una hermosa relación que esperaba tener con alguien especial. Era tiempo de buscar respuestas, aun cuando el conocimiento fue más desgarrador que vivir en la mentira.
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También te voté y seguí.
Gracias por tu aporte.
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Peace and love to Venezuela inspiringArticle
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Esto es raro, no entiendo :| o sea... Siento que me faltan piezas anteriores a este capítulo, pero bueno. Al menos ya entendí una duda de ayer 💜 #DOMINICPUDRETE
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Me rompe mi cora cada vez que Kay dice que nunca amará a Dominic :(
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#steemitvenezuela
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