Desde la orilla

Hoy lo vi. No pude evitar sentir una extraña mezcla de sorpresa y temor aderezada con una pizca de deseo. Agité mi brazo en señal de saludo, él respondió efusivamente e impresionado abrió sus ojos más de lo normal. Me acerqué, nos besamos en la mejilla, sus brazos me rodearon y un escalofrío recorrió mi espalda. Podía sentir su pecho presionándome y su barba acariciando mi hombro, mientras su olor varonil me embriagaba por unos segundos. Después del abrazo entusiasta, apaciguó su semblante; es un hombre calmado y al que francamente, le soy indiferente. Quizás podría conseguir más fácilmente otras curvas seductoras y otras sonrisas deleitantes. Para él solo soy unas semanas de locura, unos besos a escondidas, unas miradas furtivas que acabaron en caricias explosivas.

La belleza de nuestra relación recaía en la fluidez de nuestras acciones. No nos detuvimos a preguntar demasiado, solo tomamos el camino que nos pareció adecuado. Además no forjamos compromisos, cada quien seguía su propio compás; fue una suerte que nuestros itinerarios coincidieran una temporada. Nos vieron un par de veces juntos, pero eso no fue algo concluyente, ya que, tomábamos cierta distancia ante los ojos del mundo. Nadie sabe —excepto ustedes, queridos lectores—que apagaba mi fuego interno con su mar. Cuando nos reuníamos flotaba en él mientras su sal invadía mi cuerpo, sin embargo no pude mantenerme así por mucho tiempo. Tristemente la inclemencia de sus aguas intentó ahogarme en un remolino profundo y casi me pierdo dentro de él. Aunque tal vez lo estoy, pues mi mente aún se inspira con su recuerdo. La falta de experiencia navegando aguas traicioneras, impide evaluar mi desempeño al mando del timón; al menos llegué a la orilla.

Ahora observo su belleza a lo lejos. No siento sus manos en mi cuerpo, ni su olor en mi piel; lo que sí siento es una ligera incomodidad generada por la posible vulnerabilidad de mis secretos. Como uno de los temas favoritos de sus amigos son las historias de otros, desconozco qué tan furtivos sean nuestros encuentros realmente. Quizás su lengua se agite al recordarlos, aunque es un caballero discreto, una orilla sin olas a la luz del día. Tal vez nadie se entere por su habla sino por mi escritura, así que debería ser un poco más precavida. Probablemente esta sea la última vez que escriba sobre él, ese dios marino que una vez inundó mis fisuras y del que sacié mi sed; ya el calor de nuestra relación mermó. Sus charcos se secaron por el intenso sol del olvido y mi fuego se apagó con las frías ventiscas de la indiferencia.