Érase una vez un “alguien” sentado en una colorida plaza que observaba el cielo y la gran montaña situada tras un obelisco mientras una abrumadora soledad corroía su alma. El corazón de este alguien se hallaba roto por culpa de un amor egoísta que recientemente había tocado su vida y su mente se encontraba atormentada ante la idea de perderse a sí misma por culpa de sus sueños perdidos.
Sin previo aviso apareció ante ella (nuestra primera “alguien”) un joven (nuestro segundo “alguien”) de cabello negro y ojos verdeazul. Ella tenía los ojos castaños enrojecidos de tanto llorar, y sus labios que alguna vez habían sonreído sin mesura, ahora se hallaban curvados en lo que parecía una perpetua expresión de tristeza. Él en cambio irradiaba vida, no había otra forma de describirlo, era casi imposible concentrarse en la melancolía teniéndolo cerca.
-¿Cómo puede ser? –Comenzó a decir con una expresión indescifrable en la mirada- ¿Qué hace una rosa llorando entre calas y silvestres?
Arrancada de sus pensamientos, nuestra primera alguien se quedó impresionada por aquel chico, era todo líneas y ángulos, como una obra de arte de pie frente ella, pero desconfiada y vacilante decidió ahuyentar a aquel hermoso intruso de su tormento.
-No estoy de humor para palabrerías. Ni soy rosa ni lloro entre calas, así que hazme el favor de marcharte.
Nuestro segundo alguien sonrió con ganas, como si fuera precisamente la respuesta que esperaba y acto seguido, tomó asiento a su lado. Ella sintió como un escalofrío surcaba su espina dorsal. Aquel extraño se comportaba con demasiada familiaridad y soltura, y esto la desconcertaba.
-¿Por qué hay tanto dolor en tu mirada? –preguntó él.
-¿Por qué el sol brilla cada mañana y la luna alumbra las noches? –Respondió ella desviando la mirada hacia el suelo- Algunas cosas simplemente son así porque sí.
El asintió con recato y se giró hacia ella.
-¿Crees en coincidencias?
-Dejé de creer en ellas.
-¿Por qué?
-Pues porque tengo cosas más importantes en las cuales pensar, más importantes que “coincidencias” –Contestó ella con un tono de voz que develaba su cansancio- Todo pasa por una razón.
-Bien, entonces ¿Cuál es tu razón de estar aquí sentada en medio de una plaza con inspiración francesa en un país de despedidas? –Insistió él.
-Encontrarme en un lugar que no es más que una imitación de otro, en un país de montañas bañadas en lágrimas por una innumerable cantidad de “adiós” sin retorno me pareció lo más adecuado para permitirme reflexionar sobre todo lo que he perdido.
-¿Qué perdiste?
-Pues estaba enamorada, o al menos creía estarlo, de un hombre al que no le tembló la voz al despedirse sin motivo dejándome sin nada… -Comenzó a decir ella cortándose de repente- Espera ¿Por qué estoy hablando de esto contigo? Ni siquiera te conozco, mucho menos sé tu nombre.
Él sonrió con dulzura y posó su mano sobre la de ella, gesto que la tomó desprevenida pero aun así no retiró su mano. Su calidez la reconfortaba y ella deseaba aferrarse a aquel desconocido. ¿Por qué? ¿Quién lo sabe? Había algo en él que era diferente y al no quedarle nada que perder, no había ninguna razón por la cual no arriesgarse a conocer a aquel chico.
-¿Me creerías si te digo que siento que te conozco de algún lugar?
-Pero si jamás nos habíamos visto…
-Te equivocas, te conozco de toda la vida. Antes de que nacieras si quiera, yo ya estaba loca y perdidamente enamorado de ti.
Fue entonces cuando ella se dio cuenta de por qué aquel sentimiento de familiaridad. Claro que lo conocía, había visto ese rostro incontables veces en sus sueños. De pronto entendió por qué buscaba desesperadamente respuesta a su dolor en el imponente Ávila y el cielo azul de Caracas, todo se debía al recuerdo de esos ojos, verdes y azules, vivos y esperanzadores. Una sensación de alegría y paz le embargó el cuerpo. Destinada a enamorarse del mismo hombre en diferentes vidas y a olvidarlo cada vez que su cuerpo se volvía polvo, hasta que en un nuevo tiempo, lugar y momento se reencontraran y ella lo recordara todo.
-¿Por qué has tardado tanto…? –Preguntó ella mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Shh… Ya estoy aquí Annie, ya no estarás sola –Dijo él con una sonrisa de medio lado que le hizo recordar cuantas veces había despertado besando esa sonrisa en Londres, Viena, India, Tahití… Fue en ese momento donde sintió por primera vez en esa vida que estaba verdaderamente viva.
Esta historia se encuentra ambientada en la Plaza Altamira ubicada en Caracas Venezuela. Uno de los lugares que me atrevo a llamar como uno de los más hermosos de mi ciudad.
(Esta foto la tomé poco antes de irme de mi país y quiero dedicársela a todos los Venezolanos que como yo, extrañamos con nuestro cuerpo y alma el lugar donde se encuentran nuestras raíces, nuestra amada Venezuela, nuestra pequeña Venecia).
Hola! Una narración llena de magia! buen post. saludos
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Muchísimas gracias, significa mucho para mi que le gustara 🙂
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Muy bueno , me gusto mucho de verdad, estaré pendiente por mas historias de este tipo
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Muchas gracias😊 ¡Nos estaremos leyendo!
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Muy buena narrativa me enganchan tus relatos sigue asi buen fin de semana largo.
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Muchísimas gracias, aprecio mucho su opinión 😃 ¡Felíz fin de semana largo!
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Excelente! Eres muy buena en lo que haces. Sigue así amiga @alicewolf. Te sigo. Dale un vistazo a mi blog. :-D
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Ya te sigo amiga @maguifalcon 😊 Muchísimas gracias por tu comentario ¡Estaré pendiente de tu perfil!
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