Sobre los compromisos sociales en tiempos de redes sociales

in spanish •  6 years ago 


Familia

Totalmente acorde con la exacerbada proliferación de la tecnología a nuestro alrededor, las emociones del ser humano parecen remitir a niveles de interacción cada vez más débiles. Pasamos más tiempo observando detenidamente la pantalla de un teléfono celular, impacientes por absorber en cada segundo que nuestro dedo se desliza en la superficie táctil del aparato, una mayor cantidad de información vacua, desprovista de toda emoción profunda, que comunicándonos con otro ser humano.

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Cada vez interactuamos menos con nuestro entorno físico, limitándonos a hablar siempre con las mismas personas, a ir siempre a los mismos sitios, por comodidad o quizás por miedo.


El ser humano siempre ha sido un ser de hábitos y costumbres fijas, con el paso del tiempo y el avance de la tecnología hemos tenido que crecer nosotros a su vez y adaptarnos a la evolución de nuestro entorno con el fin de seguir existiendo en plenitud en la sociedad Pero, ¿De verdad seguimos existiendo en sociedad?

Sin necesidad de definir la palabra podríamos responder velozmente que si, por supuesto que sí, ¿Cómo se me ocurre cuestionarme eso? Si no existiéramos en las sociedades que conocemos, podría reinar el caos o simplemente seríamos unos ermitaños aislados en lugares recónditos del mundo. Una sociedad es un conjunto de personas que se relacionan entre sí de acuerdo a determinadas reglas de organización estipuladas desde que el concepto de sociedad es manejado como tal.

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Si no subsistiese, nuestra existencia no funcionaria de la manera en que la llevamos. Adiós al estilo de vida del que “gozamos” en la actualidad.


Mi pregunta se refería solamente a la parte “social” de vivir en una sociedad. Esto nos demanda comunicarnos con otros seres humanos sin contar con una pantalla de por medio, aunque últimamente eso también se ha visto sustituido por las redes sociales y la facilidad de las compras por internet.

Ya ni siquiera tenemos la necesidad de salir de casa para comprar alimentos, ni ropa y calzado. Cada vez tenemos menos amigos para sentarnos a tomar un café, y más amigos que vemos a través de una cámara, y, lo segundo no está mal, es parte de nuestro crecimiento tecnológico el que el día de hoy tengamos la posibilidad de acceder con mayor facilidad a aquellos seres queridos que se encuentran lejos de nosotros, pero, lo que a mi parecer está mal, es que elegimos sustituir por completo el contacto físico con otro humano por aferrarnos con fuerza a la pantalla.

El Internet es una excelente herramienta para fomentar el aprendizaje y el acceso a la información, una fabulosa invención que nos permite mantener el contacto con aquellos que ya no se encuentran cerca e incluso hasta una fuente de trabajo sustentable, pero malgastamos nuestro corto y valioso tiempo de vida diaria navegando de las formas menos útiles, como mirando por horas fotos, videos, actualizando perfiles y en general, escrudiñando en la vida ya no tan privada de nuestros pares.

Compromisos como el amor en pareja se han vuelto francamente insoportables en algunas ocasiones, por la falta de privacidad y la constante necesidad de atención y aprobación del mundo que suele pedir a gritos alguno de los dos que conforma la relación.

Cada vez, somos más asiduos a mostrar una enorme sonrisa en alguna red social decadente, en donde solo se evalúa de manera narcisista el aspecto feliz de la pareja que sonríe mirando fijamente un punto indeterminable en el pequeño foco de la cámara de algún teléfono celular, posando presumiendo de la infinita felicidad que puede resultar ser a partes iguales, cierta o no.

El amor se convirtió simplemente en conversaciones casuales sin demasiado sentido ni contenido, en miedo a entregar demasiado porque la generación anterior se empeñó en enseñarnos con excesivo ahincó que nada es para siempre y que no debemos confiar con plenitud en nadie, pues cualquiera que dejemos observar en el abismo de nuestro interior, puede tener la capacidad de hacernos daño, de destruirnos con algunas palabras sofocantes y dolorosas o alguna acción inesperada.

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¿Cómo no van a ser los millenials una generación aferrada al miedo a crecer, si la generación perdida, nuestros progenitores nos dieron el ambiente y la educación perfecta para inculcar en nosotros profundamente el pavor a sopesar en nuestras manos las obligaciones que el ser humano siempre asumió?


Esta especie de reflexión nació de uno de esos momentos de pánico, en los que me senté a analizar con detalle mi vida y las decisiones que estaba tomando, y como casi siempre, llegué a la conclusión de que vivir tal como lo he hecho, temiendo siempre en exceso antes de dar cada paso, con un miedo profundo por lo que el cambio representa, no es vivir.


Así que, como el cambio es lo único constante que nos hace crecer, elijo aferrarme a él, a pesar del discurso casi tecnófobo en que se convirtió este escrito.

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No se trata sobre la tecnología haciéndonos perder nuestra humanidad, el problema es que la mayoría de nosotros ni siquiera trata de conservar aunque sea un vestigio de ella.


Fuente de las imágenes


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