En esta oportunidad, les contaré algo que desde hace más de 3 años viene ocurriendo en mi casa. Una vez, mientras mi familia y yo nos encontrábamos en la cocina de mi hogar, nos llegaron inesperadamente visitas en el tendedero de ropa, eran dos hermosas Guacamayas de cola azul. Nosotros sorprendidos nos congelamos por un segundo, en eso mi padre pide que le acerquen las bananas que teníamos y se atrevió a darles un trozo a cada una, las dos Guacamayas temblorosas aceptaron nuestra pequeña y humilde bienvenida a nuestro hogar tomando de la mano de mi padre aquella banana. Ellas, felices de comer aquel fruto, con sus sonidos estruendosos se despidieron.

Ya habíamos notado la presencia de estas majestuosas aves, con su canto, ¿quien no se enteraría?. Las habíamos visto volar por toda la zona e incluso las vimos en un apartamento de las cercanías de mi hogar, el apartamento es llamativo para las aves debido a el jardín de flores hermosas que posee en su ventana.

Ese día nos despedimos de las Guacamayas felices y sorprendidos, rogando por una nueva visita inesperada como esa. En nuestro hogar ya habíamos tenido encuentros cercanos con la naturaleza, muchas veces las aves pequeñas como Tortolitos o Azulejos ingresaban por las ventanas, desorientados y asustados teníamos que ayudarlos a salir. En otras ocasiones, polillas del tamaño de la palma de una mano o Saltamontes también hacían acto de presencia.

La espera de esa visita no fue muy larga, a los dos días volvieron a aparecer en espera de nuevos frutos. Empezamos a alegrarnos y siempre teníamos un racimo de bananas para ellas e incluso empezamos a comprar semillas de girasol, puesto que eso las volvía locas, lo amaban, les encantaba. A veces teníamos que racionar la comida pues podían comerse 1k en cada visita.

En días lluviosos incluso esperaban que la lluvia pasara en nuestro tendedero. Era hermoso pues se acurrucaban las dos juntas. Se encontraban tan cómodas en nuestro tendedero que un día, decidieron consumar su amor. Tuvimos que cerrar la cocina para dejarlas tranquilas y no interrumpirlas. 

Luego de eso, no las vimos más por un tiempo y nos preocupamos por ellas. Las dos eran aves muy dóciles a pesar de lo rudas que podían aparentar, imaginamos en algún momento que le tocaron la ventana a alguna familia mal intencionada que despojaría su hermosa libertad para mantenerlos en su hogar. Estuvimos siempre al tanto de escucharlas en cualquier momento, pero no venían.

Pasaron varios meses, hasta que sin más, las escuchamos. Felices por verlas volar y sorprendidos, ¡Ya no eran 2, ya eran 3!. Resulta que ese día que consumaron su amor, desde ese entonces criaron a su nuevo pichón. Siempre que venían tocaban la ventana con sus picos y cantaban, incluso cuando todos nos encontrábamos dormidos era imposible no despertarse con ellas, hasta que incluso si no eran escuchadas, iban a todas las ventanas para ver si nos encontrábamos en casa.

Ellas son tan inteligentes que llegamos a tener un silbido, en el cual si ellas se encontraban en la zona o en los arboles, reaccionaban al silbido e iban a comer a nuestro tendedero.

Hoy en día, son una hermosa familia de más de 14 Guacamayas, que vuelan por todo San Bernardino. Tocando ventanas, posando en tendederos, alegrando familias en sus tiempos oscuros e iluminando y llenando de colores lo que de sombras se había transformado.

Puedo decir con orgullo, que fui de las primeras familias a quienes esas Guacamayas alegraron y que de cierta forma, se criaron en mi tendedero y debo agradecer a cada una de las familias que aceptaron a aquellas Guacamayas en sus hogares y que con un trozo de pan compartieron sin despojarlas de su hermosa libertad, permitiendo que hoy sean esa hermosa familia que surca los cielos de nuestra gran Caracas, Venezuela.

Cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.