Ambair. Capítulo V.

in spanish •  7 years ago 

Un cuento de las cumbres azules, en las montañas andinas
Por fin se confirmó la noticia del arribo de un nuevo cura. Llegaría a La Cumbre el próximo sábado; únicamente faltaban tres días. Y “Buche de Tamo” de inmediato empezó su labor de comunicador. Tocaba de puerta en puerta, iba a los locales comerciales, a la escuela, a las granjas, a los campos sembradíos; en fin ese días, recorrió La Cumbre y sus alrededores, llevando la información.

-¡A las cuatro de la tarde, llegará a La Cumbre otro Clérigo! ¿Ya usted lo sabe? ¡El sábado llega el nuevo padrecito! ¿Ya se enteró…? ¡Vamos a recibirlo al padrecito!-

El campanario de la iglesia Virgen de La Montaña dejó escuchar cuatro repiques, anunciando las cuatro de la tarde del día sábado. Y en ese preciso momento, los parroquianos en romería, se aglomeraban, al encuentro del último autobús que pasaría por La Cumbre.
A los pocos minutos, el esperado transporte como de rutina ¡Jadeando por la subida! Se detuvo en el viejo terminal de “La Parada”, para dejar a los pasajeros. De su interior sólo descendió un hombre, que al partir el autobús quedó en la acera, bajo la mirada averiguadora de los vecinos. Porque en aquel sitio estaban congregados todos los pobladores de La Cumbre; ese evento lo habían esperado desde meses. ¡Allí estaba el anhelado padrecito!

Con semblante de hombre maduro, cabello ondulado rociado de algunas canas en las sienes y bajo la negra sotana un cuerpo robusto. Además, traía poco equipaje: tres maletas de cuero teñidas en negro y una caja que contenía algunos libros. Todos los presentes quedaron callados observando al nuevo párroco. Oportunidad que aprovechó el recién llegado cura, para andar unos pasos hacia los feligreses; quienes de pie esperaban en el andén de la terminal de autobuses. Los parroquianos portando pancartas de imágenes de La Virgen de la Montaña, miraban al recién llegado cura. Y en ese instante les dijo:

-Yo soy desde ahora El Párroco de La Cumbre y voy a presentarme, mi nombre es…-
Pero los aplausos y la gritería de la feligresía apagaron la voz del sacerdote. Los vítores no dejaron escuchar quien era el personaje.
-¡Viva! ¡Viva el Padrecito! ¡Bienvenido! ¡Bienvenido a La Cumbre…! ¡Ha Llegado El Representante de Dios, Nuestro Señor…! ¡Viva el Padrecito…!- Y el sacerdote respondió a la feligresía allí aglomerada.
-Estoy para servirles en la Iglesia Virgen de la Montaña-
Y se prolongaron las ovaciones.
–Desde hoy, Yo seré su guía espiritual…-
De pronto, confundidos con los aplausos y aclamaciones de los vecinos se escucharon las exclamaciones de una mujer.

-¡No puede ser Dios mío!- -¡No puede ser…!- -¡No es verdad Virgen Santísima de La Montaña!-
Y el l rostro de aquella mujer palideció, con la tonalidad del blanco papel. No creía lo que sus ojos veían. ¿Acaso sus sentidos la traicionaban?

¡Ambair! quedó petrificada por unos segundos y luego corrió como quien huye para nunca regresar, corrió por las calles de La Cumbre hasta quedar exhausta. Después, con lentos pasos y absorta siguió caminando y cuando llegó a su cabaña, salió a su encuentro Carmelina Molina: dama de compañía de Ambair y encargada de los quehaceres diarios en la casa. Al instante Carmelina, al ver el rostro demacrado y las lágrimas de Ambair, le preguntó:
-¿Señorita Ambair qué le ocurre, la veo muy desmejorada, está Usted enferma?-
-Carmelina estoy muy impresionada, a mí, no me puede estar sucediéndome esto-
-¿Pero señorita Ambair dígame que le acontece? Parece que vio un fantasma-
-Vamos a mi aposento Carmelina y te explicaré. Todo comenzó esta tarde con la llegada de…-

Las tibias mantas de lana de su cama y un chocolate bien caliente que le preparó Carmelina, sumieron a Ambair en un profundo sueño.
A la noche siguiente, la luna en plenilunio fue más preciosa que de costumbre, en La Cumbre. Así, el disco lunar con azulados resplandores era la luminaria celestial que destellaba sobre el tapiz de los campos sembrados, de las rosas, de los claveles y los jazmines de La Cumbre.

Flores del páramo.

Sería medianoche, cuando una mujer tocó suavemente la puerta de “La Casa Parroquial de la iglesia Virgen de La Montaña. En aquel momento, el eslabón de hierro, adosado a la madera de la residencia dejó escuchar su profundo retumbar...
Así mismo, el pelo ambarino de aquella linda mujer, convertido en cascada se derramaba sobre la negra estola, que cubría una blusa de lana rosada de mangas largas; la cual comprimía levemente su talle de blanca amapola.
Sus inmaculados pechos se movían acompasadamente al ritmo de su respiración entrecortada. Su corazón palpitaba aceleradamente conmocionado por la emoción del momento. Mientras la sangre golpeaba en sus sienes y todo su cuerpo estaba envuelto en un leve temblor de turbación.
En aquel segundo, una lámpara abrió un abanico de luz en la casa cural y sus reflejos se dispersaron por la ventana, para romper la tenue luz de luna llena.
La puerta se abrió lentamente, como si no quisiera abrirse, para iluminar la figura radiante de una seductora mujer, por cuyo rostro resbalaban lágrimas, cual gotas de rocío sobre las flores y luego en el umbral de aquella habitación una voz rompió el murmullo de la noche andina:

-¡Ambair! ¡Ambair eres tú!- -¡Mi Dios es Ambair!- -¡Mi Hermosa Ambair! -¡Virgen Santísima, Audio Montiel, han pasado veinte años y ahora regresas, como el sacerdote de La Cumbre!
En aquel momento, Ambair entró al recinto y la puerta se cerró detrás de ella.

-¿A qué has venido Ambair?- -A buscarte Audio Montiel- -Es demencial Ambair, son muchas las circunstancias que nos separan-
-Sí Audio, una locura de veinte años, que no he podido olvidar y llegué a pensar que enloquecería. Pero algo me decía dentro de mí, que debía seguir soñando con tu amor. Audio, de rodillas rogué a la luz divina de Jesús en La Cruz, para que tu recuerdo no dejara de vivir conmigo-

-¿Por qué me esperarme? ¿Por qué no amasaste a otro hombre? ¿Y si no hubiese regresado? Debo decirte algo, en aquella época en que te conocí, hace veinte años, yo debía ingresar al seminario, todo estaba planificado por mi madre. Jamás quise que lo supieras y, a mi tío Bernabé también se lo oculté. Mi querida Ambair fue mi secreto y también a ti te mentí. Ambair, nunca fui marinero. En ocasiones, navegué con mi papá, que ya murió; lo mismo que mi madre- -¿Audio y por qué no regresaste a buscarme, como lo juraste?-

-Al comienzo de mi iniciación como seminarista, estuve, a punto, en más de una ocasión a renunciar al sacerdocio; pero mi mamá siempre se opuso. Toda su ilusión se traducía en tener un hijo cura. ¡No sabes! Como ella persistentemente insistió en verme ordenado de clérigo. Pretendí volver a ti y no tuve valor para hacerlo. Mi mayor temor fue a los tabúes de la sociedad mojigata en que crecí. Pudo más el pánico al reproche y al disgusto de mi madre, que la angustia de saber que existías y la posibilidad de volver a ti, a tu amor; para estar contigo. ¡Compréndeme Ambair! Los convencionalismos morales, el celibato, los votos de Fe y Castidad a La Iglesia, me comprometían al Ministerio de Dios-

Después de aquellos minutos iniciales, Ambair se había serenado y las lágrimas ya no brotaban de sus claros ojos. Y entonces, ella preguntó:
-¿Y qué haces ahora aquí en La Cumbre Audio Montiel?-
-Lo decidió La Diócesis, no fue mi voluntad venir a La Cumbre, te confieso, tenía ansiedad de volver a ti y a la vez, ¡Miedo a mirarme de nuevo en el cristal de tus ojos! ¡Miedo a saberte tan cerca como ahora nos coloca la casualidad! Qué ironía, de nuevo otras personas decidieron por mí; el arzobispo así lo ordenó. Y ahora, estoy aquí frente a ti. Yo te creí cada, pero a cada instante he soñado contigo. Idealicé estar a tu lado y en tu regazo para tener la ambrosía de tus besos. Tú siempre fuiste la sublima añoranza y tus dulces antojos han vivido conmigo. ¡Además, te pensé casada!-

-¡Casada! Audio Montiel. ¿Con quién? Yo me entregué a La Iglesia, hasta ahora y únicamente, he dedicado mi existencia a Dios Nuestro Señor, lo mismo que tú, yo soy casi una beata.
¡Nunca dejé de amarte! No logré borrarte de mi memoria. ¿Recuerdas? Yo tenía diez y ocho años en aquellas tardes de nuestros encuentros y ayer como ahora soy de ti… Y no olvides, me quedé esperando allá en mi Refugio, tu regreso…-
-¡Ambair aún te amo! Y eso es pecado que me condena a la expiación. Como miembro de La Iglesia, debo cumplir con los cánones del catolicismo. Pero yo guardo de ti, la ambrosía de tus labios de rosa. Tú me dejaste el tímido pétalo de tu piel de niña y las horas de amor que juntos vivimos-

-¡Audio! Son las jícaras de la miel; panales del amor Audio…-
-Ambair ¡Siempre mi Ambair…!-
Sus voces se convirtieron en susurros y la penumbra invadió aquel cálido interior, cuando el farolillo del cuarto se apagó.

-Ambair es la felicidad del pasado que vuelve con lo profano del momento-

-Audio, toma los mágicos antojos de mi amor, que nos yunta otra vez; porque el futuro nos espera…-
-Sí, son las jícaras de la miel. Panales del amor Ambair-

Plenilunio sobre las cordilleras.
Aquella madrugada en las serranías andinas, las rosas y claveles en flor se engalanaron para exhalar sus delicadas fragancias y los campos de labranza bajo los destellos de la luna resplandecieron de placidez. Y los violines de los bosques en su sinfonía de hojas, dejaron escuchar sus acordes armónicos, para el escarceo cimbreante de las luciérnagas; únicas testigos indiscretas con su lumbre, en aquel tálamo de amor.
Sopló el viento juguetón y frío del páramo andino, silbando entre los aleros de las casitas montañeras. Mientras Morfeo a todos adormeció en La Cumbre, en aquella noche diáfana de plenilunio, tachonada de estrellas con sus destellos.

Ambair, Audio y el Amor.

Fin.

Prof. Norberto Prato.
Julio de 2.004
Venezuela.

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