Reto12Votos - Semana 17 - Me Cuentas una Historia de Navidad. ¡Navidad robada!

l aroma a incienso está en el aire, la canela es la especia que celebra su dominio. Las luces brillan con una carrera, flanqueada por música estrepitosa. Hay niños alineados en diferentes pisos, dispuestos como un gran árbol de Navidad. Sus rojos trajes navideños brillan, sus voces se alzan, los viejos villancicos suenan por las venerables calles de Caracas.

ero, los corazones no parecen querer llenarse adecuadamente, un viejo anhelo permanece insatisfecho en ellos. Y una brisa fría se lleva los hermosos colores, tonos y olores, haciendo que la Navidad pase como un autobús que no para y deja a los que esperan indefensos.

e doy la vuelta, me alejo, me doy prisa en la calle. Ahí está, inesperadamente, ante mí, el negocio colectivo. Me quedo atónito frente a los anaqueles y la alfombra de alimentos en el piso. Y vengo a calentar un poco el alma del recuerdo de mi hija. Un bullicioso ajetreo me golpea, busco los ojos radiantes de los niños, pero sólo encuentro un vacío desafiantemente exigente, y siento cómo algo absorbe imperceptiblemente y devora la alegría que surge; los mantos rojos se oscurecen.

onfundido, me voy de la tienda sintiendo que he perdido algo. Entre las calles la iluminación brilla muy bien, también aquí miles de luces quieren ganarnos el corazón. Pero una especie de brisa fría parece subir. ¿Estoy equivocado, o las cadenas de luces apuntan casi imperceptiblemente hacia El Guaire, atraídas por alguna fuerza ominosa?

uyo en la otra dirección, lejos del algo peculiar que quita la alegría navideña a la ciudad. Me quedo sin aliento y me paro frente a un noble restaurante del Este, que parece bastante cómodo a través de los grandes ventanales. Hay gente sentada ahí con ropa limpia. Pero: Sus ojos están vacíos, hurgan en desolados menús caros, no tienen ningún deseo de llevar el tenedor a la boca. El gris es la comida en sus platos. Pero su ropa también se ve pálida, su piel y su cabello se ven pálidos. En el reflejo de la ventana veo un vórtice negro e insonoro detrás de mí, moviéndose entre sí, girando. Pero no hay nada ahí. No, no hay nada... No un agujero negro sobre el lago como me lo imaginaba. La gente sigue despreocupada, recogiendo los últimos regalos tal cual ladrillo… Afligido, sigo adelante, sin rumbo, inquieto, cada vez más con la sensación de correr contra el viento.

llí oigo el sonido de los cantos de la iglesia, se está celebrando un servicio en la iglesia cercana. ¡La palabra de Dios como consuelo para este mundo, la buena noticia de la Navidad! Me colé en el cuarto de velas, me apretujé en un banco duro en la esquina. El interior es sorprendentemente fresco a pesar de las muchas luces. El predicador está de pie gesticulando en el púlpito, pronunciando palabras de peso. Lo oigo, pero no lo entiendo. Las palabras pasan por nuestros corazones, son llevadas, desgarradas, revolotean en la oscuridad como murciélagos sonrojados. Miro horrorizado la cara pálida del predicador cansado, cuyas mandíbulas hacen movimientos de barrido. Y vean con horror cómo se llevan las palabras de los marginados, arrastrándose hacia la izquierda, alrededor de una columna, a través de una ventana que sólo tiene una grieta de ancho. Detrás de la ventana es increíblemente oscuro y silencioso.

iento pánico al llegar, me dirijo a los pocos adoradores. Se sientan alineados como muñecos, mirando fijamente hacia adelante, con los ojos vacíos. Todos se han vuelto grises cobrizos, su ropa se ha vuelto igual de incolora. Y se vuelve increíblemente silencioso en la iglesia, no se aclara la garganta, no se tose, no se oye la respiración. Ahora el predicador también está congelado, su boca permanece, medio abierta, a la última palabra simplemente se queda quieta.

algo de la iglesia, la pesada puerta cae silenciosamente detrás de mí en el castillo. El tiempo ha cambiado, nubes oscuras se acercan, hay relámpagos. A la gente parece importarle poco, todavía llevan regalos en sus brazos, pero parecen extrañamente ausentes. Algunos simplemente se han detenido, otros se mueven viscosamente en direcciones indefinidas. «Quiero salir de aquí, escapar, muy lejos».

e abre una brecha en el cielo en contraste con el oscuro paisaje, un tenue resplandor brilla sobre la tierra como un rayo de esperanza. Nadie parece notarlo, pero me siento mágicamente atraído por él, prefiriendo tomar el sol en los florecientes y escasos rayos de sol. Sin un plan preciso me subo al Metro en dirección a Pro Patria, porque desde esta zona brilla la luz. Sólo hacemos progresos lentos, el tráfico es difícil y mucha gente cruza las calles concurridas.

n un tramo abierto, poco después de Caño Amarillo, el tren se detiene inesperadamente. Veo al operador poniéndose el chaleco, ajustándose la gorra, saliendo sin decir una palabra y dando un paso atrás. Buscando ayuda, me dirijo a los demás pasajeros - y miro a los rostros vacíos, a los ojos vacíos. Una indiferencia de plomo rodea a los pasajeros cargados de regalos de Navidad, reconozco una ventana inclinada y siento cómo la vida desaparece de esta grieta, cómo la alegría de vivir y la voluntad de vivir son absorbidas y crean espacio para una indiferencia gris. Debemos seguir adelante, y rápidamente, cada vez hace más frío y más oscuro. Me daré una sacudida y me subiré a la cabina del conductor.

n su torpeza el operador ha dejado todo atrás, incluso la llave sigue ahí. En una valiente desesperación, suelto los frenos de aire y me las arreglo para suministrar electricidad a los motores. Pero también la tecnología parece coja, gimiendo de cansancio, el coloso sólo se pone en movimiento lentamente, se acelera. Ahí lo veo de nuevo: en el espejo retrovisor parece que se avecina una gran tormenta, que muestra las características de un huracán rojizo, nubes rojas se disponen en espiral alrededor de un centro oscuro, el escenario recuerda a una gigantesca galaxia en el horizonte opuesto.

elante de mí la luz se abre paso, como un foco parece indicar el camino. 40 toneladas de acero se arrastran gimiendo hacia ella, aparentemente poderosamente retenidas por el agujero negro detrás de nosotros en el espejo que amenaza con rebelarse. Reconozco el niño que se eleva frente a mí y que parece casi majestuoso a la luz. Parece un castillo en una ola oscura, como la última esperanza de un mundo en decadencia.

e atrevo a hablar al micrófono con un toque de humor grotesco, pero déjalo así. Los frenos están accionados, las puertas desbloqueadas, pero los pasajeros no hacen ningún esfuerzo por abandonar sus asientos. Los asientos azules de ambos extremos del tren se tiñeron también de rojo.

omo mejor puedo, me apresuro a llegar al hospital de Los Magallanes de Catia, probablemente los 200 metros más largos de mi vida. La recepción está sin tripulación, todo parece abandonado. Una ambulancia vacía con puertas abiertas se encuentra frente a la sala de emergencias.

as puertas del ascensor están abiertas, pero mi miedo es infundado, la tecnología parece funcionar. Siguiendo una intuición, presiono el botón. Cuando la puerta finalmente se abre de nuevo, entro en un pasillo vacío. El personal parece haberse ido. ¿En una fiesta de Navidad? Rechazo el pensamiento de nuevo y trato de encontrar mi camino. Inesperadamente me paro frente a una ventana de cristal más grande - y me asusto, porque en un reflejo veo el agujero negro directamente detrás de mí. Y hay una habitación frente a mí, con muchas camas pequeñas. A primera vista, todos parecen vacíos. ¡Pero allí! Hay un niño ahí tirado mirándome. Sus ojos parecen querer decirme algo, mírame amablemente.

omo por arte de magia, la puerta se abre de par en par y veo el agujero negro enrojecido entrando en la habitación. Quiero gritar de horror, saltar a la puerta para cerrarla de golpe, pero estoy paralizado por la conmoción y tengo que mirar impotente como el vórtice ensangretado se extiende en la habitación y comienza a chupar la pintura de las paredes, para devorar las etiquetas de los bebés pintados a mano.

l niño sonríe y me mira. Entonces mira con obvio placer la tormenta que se cierne sobre su cabeza y que se convierte en un verdadero desastre. Ahora el niño extiende su mano contra el techo y las nubes comienzan a girar cada vez más rápido, pareciendo condensarse en el punto de giro. El agujero enrojecido se vuelve más oscuro y da cada vez más conciertos en un centro, mientras que un ruido estruendoso e hinchado se propaga. La tormenta parece agarrar la mano del niño - o ¿el niño agarra la tormenta? Entonces el niño agarra inesperadamente el agujero negro, que se ha reducido a una bola, e inmediatamente lo rodea con su tierna manita.

e repente todo está tranquilo. De repente los colores han vuelto. El hospital está volviendo a la vida. Miro por la ventana del décimo piso y veo el sol de la tarde sobre la ciudad. Hasta huele a canela y vino caliente en el hospital. Y desde algún lugar suave suenan villancicos navideños.

as enfermeras conducen a más recién nacidos a sus cunas en la habitación y los padres jóvenes hacen mimas infantiles frente a la ventana. Tú, el único niño, parece que me saludas con la mano abierta, se ha disipado la plaga roja. En la parada del Metro, los pasajeros discuten en voz alta el paradero del conductor del tren, lo que me hace sonreír en voz baja. Ya todo regresó a la normalidad. Son las doce, ya es navidad.