-¿Estás nerviosa? Preguntó la mayor de las dos mujeres.

-No. Apenas pudo contestar Alejandra, sin abrir mucho la boca porque tenía la sensación del “nudo en la garganta”; no podía tragar y tampoco escupir palabra alguna porque con cualquiera de las dos acciones serían expulsadas lágrimas incontenibles del alma.

-Mamita, recuerda llamarme al llegar allá. Dijo la señora y llevó lentamente su mano a aquella mejilla tersa. «Nada más suave había pasado por mi cara en 25 años», pensó.

De pronto un gran choque de amor estremeció sus cuerpos al abrazarse con mucha fuerza, era como si quisieran fundir sus almas en una.

Silenciosos bullicios escuchaban ellas. Muchas personas andaban por aquí y por allá, el doble de maletas por cada una, pasaportes, teléfonos en mano, un par de ilusiones vagando y mucho miedo se veía circulando. Angustia y desconsuelo andaban por las esquinas de aquella enorme sala colorida y la felicidad daba rebotes también.

Alejandra con pasos en el aire se echó a andar. Se sacó de encima todos los accesorios de metal y pasó por el primer control de seguridad. Volteó y miró a la mujer del otro lado del vidrio que estaba devastada, sumergida en un mar de llantos, levantó la mano y la agitó de lado a lado. Silenciosamente sus labios dijeron: -chao mamá, te amo. Enseguida llegaron las lágrimas descontroladas y aun así recogió sus cosas y siguió adelante.

Se sentó en la siguiente sala, sacó el teléfono, escribió y envió un mensaje por WhatsApp: “amiga ya casi salimos, te llamo al abordar”.

3 horas y 27 minutos habían pasado desde que Alejandra salió de Caracas.

Y de pronto una frase del discurso en el altavoz serenó un poco sus nervios: “…Hemos aterrizado…”

Ignorando la muchedumbre Alejandra avanzaba con el mismo ritmo y sentido que los demás, llevaba ambas manos ocupadas arrastrando sus maletas. Cada paso que daba la acercaba a un futuro incierto, a un país desconocido, con cultura desconocida, pero también la alejaba de aquella de triste realidad que vivía el país donde nació. Ese país en miseria donde la paradoja reina mientras un falso socialismo lo vuelve pedazos, donde los jóvenes no encuentran el sendero para vivir con “plena libertad”, donde es más fácil conseguir un arma que medicinas y se bota más gasolina que desechos fecales.

A unos metros se podía leer en grande: “Bienvenidos a Perú” pero lo pasó por alto, porque había ya hecho contacto visual con su amiga.

-Alejaaandra, amiga, que alegría verte. ¿Cómo estuvo el viaje?, ¿Con cuál maleta te ayudo?, ¿Cuál pesa más? Preguntó Victoria felizmente mientras la abrazaba.

Pesa más la tristeza que hoy arrastro, pensó.

-Con cualquiera amiga, gracias por tu apoyo, respondió Alejandra y le sonrió.

Hoy se cumple exactamente una semana de la publicación de Casa por hambre la primera edición de "Microrrelatos, historia de un venezolano". Realmente estoy muy complacida con la interacción e impacto que causó.

Están abiertos los comentarios por si deseas hacerme alguna recomendación, estaré muy agradecida con cualquier opinión.

Venezolano, resiste.

Angeles Pereira