Llevo tu firma grabada en la piel
desde que tus escritos
se adueñaron de cada parte de ella.
Ahora te veo siempre,
incluso, cuando esas marcas
abrasan mi piel.
Porque el hielo también quema.
Ya te he (des)conocido
varias veces.
Pero mis dedos
nunca pierden la memoria.
Cuando deciden
ir por otro camino,
el Jazz consecuente
del eco que has dejado
en mi memoria,
actúa como las migajas de pan
cuando crean un camino para las aves.
Así,
nunca dejas de ser mi norte.
Me dirijo a ti,
aunque tus miedos caigan sobre mí
como avalancha.
Aunque sea difícil
observar el sol
cuando diluvia
en tu propio hábitat.
Iré en tu dirección
siempre,
y ya no es porque tú estés ahí
sino porque ahora
mi lugar tiene tu nombre.