Saludos #steemados amigos y amigas:

Hoy les traigo un #cuento que intenta generar algo de suspenso para el entretenimiento de todo el que lo quiera leer, espero poder cumplir con el objetivo inicial.

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¡¡Mami!!

Por: Arturo Pérez Arteaga

Afortunadamente mi esposa Silvia y yo llegamos a un acuerdo que nos ofrecía buenos dividendos para ambos. Nuestra situación marital se vio mejorada cuando decidimos que ella y mi hija María Luisa pasarían algunos días del año con su familia materna, esa en la que por muchas circunstancias, yo no era bienvenido. 

Para ser sincero, yo tampoco estaba muy interesado en mejorar ningún tipo de relaciones con esa gente que me parecía tan patética. En mas de una ocasión me he preguntado, ¿Cómo es posible que alguien tan dulce y buena persona como Silvia, se haya criado con esa familia tan disfuncional y retrógrada? pero ese es un tema de conversación que bien se puede tocar en otro momento.

Además de demostrar mi tolerancia, no sin antes darle mil advertencias y recomendaciones para que la influencia de aquella familia en María Luisa fuese la de menor impacto posible, el acuerdo me ayudaba a dormir mejor, porque María Luisa y su recién adquirida maña de despertar gritando “MAMI” en horas de la madrugada, habían dado al traste con mi descanso nocturno.

Establecimos horarios de llamadas, para poder fiscalizar en la distancia las actividades de mi niña y Silvia estaba obligada según el acuerdo, de notificarme cualquier actividad por insignificante que pudiera parecer en la que estaría participando mi hija y que necesitara más interacción de lo normal con sus tíos y su abuela, que dicho sea de paso, esa vieja era la mas loca de todos allí.

Silvia, interesada en mantenerse cerca de su gente, porque independientemente de que conocía el nivel de disfuncionalidad que tenían, seguían siendo su familia y como dicen por ahí: “La sangre es mas espesa que el agua”. No objetó a las condiciones que puse sobre la mesa de negociaciones.

Las primeras veces, a pesar de que tuve que lidiar un poco con la soledad auto impuesta, una vez superada me pareció estar en un paraíso, la cama para mi sólo y toda una noche de sueño ininterrumpido, el sacrificio de ver partir de mi lado a lo único que tengo parecía no ser tan malo después de todo, soy una basura, lo confieso. Pero, siendo muy sincero, el supuesto placer se vio truncado muy pronto y no se trató de la necesidad de cocinar y mantener la casa arreglada, porque ya estaba acostumbrado a ejecutar las tareas sin mucho esfuerzo y la fuente de desorden principal, estaba visitando a sus abuelos y tíos. Quizá fue por la costumbre o la falta de ella, no lo sé pero comencé a despertar de madrugada y pasar horas despierto sin razón alguna.

Opté por no comentar la situación con Silvia para no se sintiera culpable y terminara por interrumpir nuestro acuerdo, volviendo antes de lo establecido. Se le veía tan feliz que no quería dañarle la oportunidad y el humor.

Trataba inútilmente de ocuparme bastante para llegar a casa bien cansado y poder dormir bien, además cociné en exceso, lavé los baños, recogí las habitaciones e hice las camas en mas de una oportunidad, cambiando sábanas para hacer que combinaran con las cortinas e incluso una noche ante su asombro y posterior ataque de frío, bañé al perro, que nunca me agradeció aquel gesto donde terminó resfriado.

Otra noche de soledad llegó y pasó igual, desperté, ignoraba la hora, miré a mi lado de forma automática buscando el reloj despertador, marcaba las tres en punto de la madrugada, luego miré al techo de la habitación, cerré los ojos intentando reconciliarme con mi sueño y una corriente helada recorrió toda mi espalda comenzando desde abajo y terminando en la nuca cuando escuché, proveniente de la habitación contigua, la de María Luisa, el grito agudo: “MAMI”, decía.

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