Saludos #steemados amigos y amigas:

A continuación les entrego la primera parte de un #cuento que, como muchos de los que he escrito y por inverosimil que parezca tiene mucha relación con un hecho de la vida real. En esta oportunidad trato de generar algo de suspenso, espero poder lograrlo... que lo disfruten.

Miedo en la Capital. Parte I

Por: Arturo Pérez Arteaga

Son tantas las cosas que me pasaron desde que me vine a vivir a la capital, pero esta es por mucho la más extraña por mí experimentada.

Luego de lograr mudarme al primer apartamento que arrendé conjuntamente con otros dos amigos, pensé que estaría tranquilo en una zona de gente regularmente adinerada y a pocos minutos a pie de mi trabajo, todo un lujo que no cualquiera se podía dar.

A fin de cuentas, trabajar en un lugar donde te piden como requisito el ser proactivo y tener la capacidad de hacerlo bajo presión, es laborar para un patrón que más que empleados, requiere esclavos, por eso debe pagar bien y en eso me convertí. 

Mi jornada era de doce a catorce horas diarias con la excusa de que nada ni nadie me esperaba en casa y generalmente al salir de la oficina comenzaba la rumba. 

Me iba a parrandear con mis compañeros, “oficinos” que como yo sólo necesitaban mantener sus insaciables vicios. Gente que al igual que yo, se burlaba de quienes deben mantener a su familia o cumplir mil compromisos sin que ningún sueldo les alcance.

Mi vida era una feria constante o mejor aún, una mala parodia de la vida de un ejecutivo del primer mundo, quizá esa era la razón por la cual esto no me ocurrió antes.

El día en que el cansancio me venció, precisamente cuando no pude irme de parranda, me fui a casa a descansar un poco. Por primera vez estaba en el departamento iluminado por la luz del sol desde que lo alquilamos, hasta ese momento no había notado cuan espacioso y lujoso era, mi vanidad se vio inyectada por una dosis ridícula de autosuficiencia y orgullo de sólo imaginar que era yo un privilegiado, como nos dicen los marginales resentidos que no pueden siquiera soñar con llegar a esto.

Luego de regodearme en mi estupidez por un rato, comí algo y me di una larga ducha, disponiéndome a leer alguno de los libros que adornaban la biblioteca del apartamento. En verdad no me interesaba la lectura, sólo quería relajarme para dormir de forma placentera.

El libro, una novela rusa, surtió el efecto esperado, me  sumió en un letargo. Caía la noche cuando me desconecté, lo último que recuerdo es el ruido incesante de los vehículos que transitaban por la autopista frente al edificio y el canto de los grillos y sapos de la cañada cercana a la ventana de mi habitación.

No sé a qué hora de la noche desperté bruscamente, posé la mirada en el techo de la habitación y me sentí algo extraño, al intentar moverme mi cuerpo no respondía, parecía que el único bien despierto era mi cerebro. 

Pensé que estaba soñando pero el hecho contrastaba con la gran conciencia que tenía de mi y todo a mi alrededor, agudicé el oído y noté que no se escuchaba ni el paso de los carros ni el canto de insectos y batracios en la cañada.

Traté de levantarme, no pude, mi cuerpo seguía paralizado, irreverente o más bien indiferente, a continuación comencé a sentir sobre mí un peso. 

No sabría decir que era porque mis ojos bien abierto no veían nada, sólo el techo, pero se sentía como una persona que se acuesta sobre uno…

Continuará...

* La imagen corresponde a una foto de la fuente de la plaza Bolívar de Caracas tomada por mi con una cámara Sony