Es común que cuando nos sintamos desmotivados o nuestro mundo se vea sacudido por los vaivenes de la vida nos preguntemos: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cuál es el propósito? A veces hasta más radicales ¿Por qué vivir? Y creo que; necesitamos de estas sacudidas para poder adentrarnos aunque sea un poco, en nosotros mismos. Para reinventarnos, revaluarnos, reencontrarnos, en definitiva: un nuevo comienzo.

Todos en algún momento y todavía la gran mayoría hemos ido en piloto automático, sin definir metas a conseguir, sin saber bien por qué se hace lo que se hace, sin un propósito de vida.

Es fundamental tener un plan de vida, aspiraciones y metas con planes a corto, medio y largo plazo. Porque ese es nuestro combustible. Es verdad que todos tenemos deseos y sueños, lo que ocurre es que normalmente se quedan así, solo como SUEÑOS. En momento de carencias y de dificultades nuestras metas y/o propósitos nos dan la fuerza para seguir adelante. He incluso me atrevo a decir que nos salvan de la depresión clínica.

Conocerse mejor es vital, saber: que te gusta hacer y que no tanto. Las ya mencionadas metas a cumplir y los plazos en donde deben estar escritas (Importantísimo). Por supuesto, no se trata de planificar al estricto de detalle tu día ni mucho menos una vida entera, claro que no, se trata de tener las cosas claras y saber por qué vives.

La vida no tiene ningún sentido, al menos no un objetivo universal para toda mujer y hombre. En cambio el sentido de la vida es algo que defines de manera muy personal, todo depende ti. No hay mayor dignidad que vivir con objetivos claros en respeto con los valores personales.

Uno de los casos más emblemáticos es el de Víctor Frank en su libro “El hombre en busca del sentido”. Da testimonios de los horribles tratos en los campos de concentración de la Alemania Nazi. Al presenciar las inhumanas condiciones en la que se encontraba recluido junto a otros más, el se dio cuenta de algo muy importante y es: la libertad interior. La libertad de poder elegir como el, desde adentro, afrontaría aquello que no podía controlar. Que la esperanza no se trataba de algo que le llegaría sino algo que decidía.

Buda también entendió que no hay sentido en la vida más que el que uno le da, que no se trata del destino sino del viaje. No había realización o sentido, en vivir tanto en la pobreza extrema como en la riqueza extrema, que en muchas áreas de la vida el equilibrio era esencial, y solo en el momento en que el ser humano podía dejar de llevarse por sus deseos y enfrentar los problemas; podía encontrar paz y felicidad.