Mi relación con la cocina no ha sido siempre buena, por muy raro que suene siendo la hija de una mujer que dedicó más de 30 años a cocinar en su propio negocio. Crecí entre ollas y sartenes, con el olor del “tomatajo” como decía mi padre, viendo todos los días como personas que no conocía se sentaban en las mesas del salón y pedían los platillos que mi familia preparaba.
Para mí era de lo más normal ver como aliñaban un pavo, un pollo o hasta un borrego, y aunque lloraba porque me encariñaba rápidamente con los animales, mi padre decía que no lo hacía por placer, sino porque si no qué iba a vender –lo que les platico fue hace más de 25 años, no estaba de moda la cocina vegana- y entonces de qué íbamos a vivir.
Bueno, pues así transcurrió mi infancia, jugaba afuera, en la palapa, donde las trabajadoras lavaban los trastes que se ensuciaban, los platos, los vasos, las jarras, cucharas, cuchillos, etc. Todo lo que uno nunca ve cuando llega a comer a un restaurant, desde las compras de los insumos, la limpieza de los baños, del piso, de todo, todo eso yo lo conozco, porque crecí allí, en el seno de una familia que se dedicaba al servicio al cliente, a “enamorarlos por la panza” y no por los ojos.
Pues, de ahí no viene mi amor por la cocina, aunque se lea loco, la realidad era que lo único que yo preparaba eran las jarras de agua de fruta y otros trabajos manuales como la limpieza y orden de los utensilios, pero de la cocina, la encargada era mi madre, el sazón solo ella se lo sabía poner a los guisos, bueno, se lo sabe poner, porque no ha muerto, solo se retiró a cuidar nietos.
¿De dónde nace tu interés entonces? Les soy honesta, como la mayoría de las personas, nace de la necesidad, cuando empecé a estudiar la universidad tuve que irme a vivir sola a otra ciudad y aunque mis padres me mandaban montones de comida preparada, después de dos o tres días se terminaba y tenía que ingeniármelas para cocinar algo por mi cuenta. La primera semana cociné huevo de mil formas, huevo revuelto, estrellado, con arroz, con plátano, con frijol… de todas formas con todo lo que encontraba, pero si, llegó a aburrirme. Entonces me hice amiga del atún, barato –en ese entonces- saludable y rápido, pero al igual del huevo, luego de una semana ya no me era muy apetitoso.
"Entonces a la tercera semana descubriste tus dotes culinarios y ¡Voilà! Toda una chef"
No, aún estaba lejos de descubrir mi querido y apasionado amor por la cocina. Para no cansarlos con anécdotas vergonzosas para mi persona –que luego les relataré- debo confesar que mis primeros atinos con los alimentos los tuve gracias a una amiga con la que compartía la renta del lugar donde vivíamos, luego de que se riera miles de veces por mis fracasos en la cocina, decidí intentarlo tantas veces como fuera necesario para callarle la boca y a diario preparaba algo, no importaba la hora a la que llegara de la escuela o el trabajo, llegando corría a cambiarme la ropa, sujetarme el cabello y a ver qué tenía en el refrigerador y qué podía hacer con eso.
Pues vaya sorpresa, aunque al principio solo hacía lentejas y sopa de fideos, tengo que decir que me quedaban muy ricos, después empecé a experimentar con otras recetas un poco más internacionales, arroz frito, luego un poco más de dificultad, pechugas rellenas, fajitas, ya dominada la pechuga de pollo avanzamos con algo para las fiestas, frijoles charros, chilaquiles, etc. Y así cuando vine a notar ya veía programas de cocina, compraba revistas de recetas, buscaba libros de comida mexicana, me recorría los pasillos de cocina de las tiendas departamentales y me emocionaba si me regalaban una cuchara de madera o algún trapo para la cocina.
Pero no fue hasta que formé mi familia cuando realmente nació en mí ese amor por los alimentos, digo, antes de que llegara mi hija, disfrutaba y me gustaba cocinar, pero faltaba esa satisfacción que te brinda el cocinar para quien amas. El buscar los mejores productos, el ir al mercado temprano para comprar las mejores verduras, el conseguir el pollo y los huevos criollos, libres de hormonas para tus pequeños, el buscar la mejor sarten que no libere residuos peligrosos, el mejor aceite para freír, la mejor técnica de cocción para que los nutrientes no se pierdan... bueno, tardaría demasiado enlistando toda la información.
No soy experta, ni mucho menos pretendería presumir de mi comida, porque creo que el paladar es algo tan variado como los colores, hay personas que lo tienen tan entrenado que saben diferenciar hasta el tipo de sal que usó para sazonar y hay quienes en cambio no diferencian si comieron pollo o gallina. Me considero una aficionada entusiasta, que prefiero gastar en mantequilla y harina que pagarme la manicura, sí, tan así es mi gusto.
El mejor cumplido y lo que me hace crecer el corazón enorme es cuando mis hijos terminan su plato y me dicen “estuvo riquísimo mamá” porque saben que eso me hace feliz, y que por lo regular siempre hay algún postre en casa y cuando no lo hay, probablemente sea hora de ir al supermercado por provisiones para prepararlo.
No sé hasta donde llegue este "pasatiempo" por llamarlo así, pues aunque lo disfruto mucho, sé por mano propia lo difícil y cansado qué es dedicarse al negocio de la comida, te "encierras" muchísimo y bueno, tampoco quiero perderme el ver crecer a mis bebés. Lo que más, más me gusta -y en lo que no soy precisamente buena- es hornear, AMO hornear, galletas, panqués, pasteles, brownies, etc. es lo que más disfruto y podría hacerlo todos los días si la mantequilla que me uso y el gas estuviesen más baratos. Y es que, quien le dice que no a una rebanada de pastel acompañada de un café durante una tarde de lluvia.
Bueno, creo que me he extendido, espero pasen un agradable día, si tienen alguna receta que deseen compartir son bienvenidas.
saludos.
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