Divagaciones: La melancolía y yo

Soy un ser atípico, nunca he encajado del todo en algún sitio, soy como una pieza de rompecabezas en la caja equivocada que se ha cansado de tratar de encontrar la caja correcta y ha aprendido a disfrutar cuando algunas de sus caras embonan con otras piezas… se oye triste, pero no lo es tanto, creo que todos somos un poco así, algunos más que otros, y yo soy de los primeros.

He amado mucho y me han amado igual o hasta más, y a pesar de mis mil imperfecciones hay quienes han visto en mi cosas que yo por más que he intentado no he logrado ver. Sin embargo, aún en mis momentos más plenos, me siento incompleto al menos por un instante, y necesito estar solo, estar conmigo mismo, ya que soy el único que más o menos me entiende.

Y en esos momentos juego a crear lo imposible, algo que me haga completo del todo, me hago uno con la utopía y como un Frankestein moderno, me imagino como sería ella, o como tendría que ser mi vida para que pueda llamarla perfecta. Hay gente, mucha, que afortunadamente no tiene este problema, ya sea que no se da cuenta, o porque tuvo la fortuna de ser empacada en la caja de rompecabezas correcta, yo no soy uno de ellos.

Así que en esos momentos busco en mis recuerdos aquellos instantes, aquellas personas, aquellos lugares que lograron hacer que me olvidara de mi incapacidad de encajar bien en algún lado, en algún sueño, en algún alma. Y recuerdo la voz y la sonrisa extraña de Cindy, la picardía de Sara, la adoración de Liz, las pecas en la espalda de Kathy, el maravilloso mar en los ojos de Ana, los regaños y corajes de Adriana, las caderas de Claudia cuando bailaba hawaiano, el negro maligno del cabello y ojos de Laura, la estrategia a besos de Marissa para convencerme de algo, mi pelo revuelto después de un abrazo de Vianney, el comer chocolate de los dedos de Enna, y la paz en el rostro de María Inés cuando duerme.

Recuerdo también a mis sobrinos dormidos conmigo, uno acurrucado en cada brazo, el jugar con mi padre en la calle esquivando autos, las veces que me lastimé los pies por fallarle al balón, o la mano por no atrapar bien la pelota de béisbol. Recuerdo las corridas de toros con mi abuelo, las idas al cine con mi abuela, el patinar en el parque con mis amigos de la infancia, los regaños de mi madre por mi memoria de teflón, que conservo aún hoy día por cierto.

Recuerdo el amanecer en Playa del Carmen, el anochecer junto a la fogata en alguna antigua hacienda cuyo nombre no recuerdo, mis aventuras en bicicleta paseando por las calles de Oaxaca, las premiers en el Festival Internacional de Cine de Morelia, mis caminatas por todas las playas de mi vacaciones de verano, por todas las calles de mis barrios, por todos los sueños de mi vida.

Y de repente, cuando recupero la noción del tiempo, la descubro ahí, sonriendo feliz junto a mí, y en silencio me agradece cuando antes de marcharme le doy mi recuerdo más reciente para que cuide, para que guarde en un cajón y nunca se me pierda, nunca se me extravíe en algún momento de felicidad rebosante, o de alegría desbordada; y melancolía, sin decir nada, lo toma, y se aleja en silencio sin mirar atrás, sabiendo que más pronto que tarde regresaré a ella, en un nuevo intento inútil de construir una realidad que aunque imposible, me hace valorar más lo mucho o poco que tengo, y me impulsa a vivir, un día a la vez, el maravilloso y misterioso reto de existir.

Muchas gracias si llegaste hasta aquí, espero te haya gustado el texto, es el primero de lo que espero puedan ser muchos. Después de un tiempo escribiendo de nuevo gracias a Steemit empiezan a fluir textos como este, que la verdad disfruto mucho construir. Nuevamente gracias por leerme y hasta la próxima.