Militar. Racista. Machista. Fascista. Derechista. Ultraderechista. Homofóbico. Desquiciado. Misógino. Y presidente electo.
Basta con haber leído por encimita la prensa internacional en los últimos meses para imaginar que las palabras claves de este primer párrafo hacen referencia a Jair Bolsonaro, el líder del Partido Social Liberal (PSL) que con 63 años asumirá la presidencia de Brasil el próximo 1 de enero.
¿Cómo alguien capaz de defender la tortura o decirle a una diputada que no merece ser violada por él, pudo llegar a la cima del gigante de América? La respuesta corta y fácil sería que el pueblo brasileño cometió un error histórico. La larga y minuciosa puede tornarse bastante compleja e interesante.
Empecemos por corrupción: quizá la palabra clave para entender casi todo. Que Fernando Haddad, su máximo rival, fuese el representante de Lula da Silva, ex presidente e histórico líder de la izquierda latinoamericana que fue condenado a 12 años de prisión por los delitos de lavado de activos y tráfico de influencias, fue una ventaja significativa.
Y él lo sabía: por ello su discurso en campaña electoral era firmemente anticorrupción.
En entrevista con una televisora local dijo que los izquierdistas lo acusaban de homófobo, machista y racista porque no lo podían llamar corrupto; algo que es cierto, pues el ex capitán del ejército no se ha visto empañado en casos de corrupción (aunque su asesor económico, Paulo Guedes, sí), lo que hizo que esa declaración fuese brillante.
En una nación donde por ley los funcionarios gubernamentales de alto nivel, incluyendo los legisladores, gozan de inmunidad frente al procesamiento en la mayoría de las circunstancias; en una nación conocida a nivel mundial por la samba, sus jugadores de fútbol y los escándalos de Odebrecht, Bolsonaro se enfrascó en lo que muchos ciudadanos querían escuchar: no más corrupción.
Luego estaría la estrategia política. Porque a Bolsonaro se le puede señalar de todo, excepto de mal jugador. Cuando tomó popularidad tras el intento de asesinato en su contra a principios de septiembre, empezó a ejecutar una serie de acciones muy peculiares y efectivas.
El 4 de octubre dejó plantado al resto de candidatos presidenciales, en el último debate televisivo antes del primer turno de las elecciones, bajo la excusa de que se estaba recuperando del ataque sufrido. Sin embargo, apareció, a la misma hora, en otro canal de televisión defendiendo los recursos musicales del sertaneja, un estilo muy popular en el interior de São Paulo, pero que es ninguneado por músicos locales con impacto internacional, e incluso por las élites ligadas al lulismo. Esta jugada magistral fue más que efectiva: el voto a Bolsonaro se disparó en las tierras de la música sertaneja.
Ya con su polémica actitud había consolidado su núcleo fuerte de votos, una élite especialmente de clase media y alta, con estudios superiores. Por ello se dirigió a otros públicos. Les habló a muchas personas que Lula nunca les habló -porque no le hizo falta debido a su enorme popularidad-, y con ello conectó el sur con el norte algo que nadie había conseguido desde el fin de la dictadura.
También es cierto que hubo acusaciones de juego sucio: informes periodísticos revelan cómo existió una enorme campaña de fake news a favor de Bolsonaro que, según muchos, fueron determinante en los resultados. Pero pocos ganan elecciones hoy en día, al menos en América Latina, sin rabo de paja.
¿Y después del 1 de enero, qué?
El temor a que Bolsonaro pueda llevar a cabo una serie de medidas radicales contra diversos sectores minoritarios está latente, apoyado en gran parte por su propio discurso.
Un trabajo realizado por el New York Times demuestra como la tribu munduruku, en la Amazonia de Brasil, está dispuesta a pelear, con armas si es necesario, si el nuevo mandatario decide ir a explotar las riquesas de esas tierras.
“Donde hay tierra indígena, hay riqueza abajo”, dijo Bolsonaro en 2017, quien promueve la eliminación de las tierras indígenas protegidas y ha prometido reducir la vigilancia de leyes ambientales, las cuales cataloga como un “obstáculo” para el crecimiento económico.
Otro de los debates que están sobre la mesa es el libre porte de armas. “En una población enfurecida por la crisis política y económica de los últimos años y preocupada por el aumento de la violencia, tuvo un impacto particular el compromiso que asumió Bolsonaro de romper con la actitud restrictiva de Brasil sobre las armas y facilitar que ‘la gente buena’ las posea”, escribió la periodista Sharta Darlington.
Esta promesa también fue determinante en su carrera por la presidencia: nada más en 2017, hubo 175 homicidios por día, por lo que la mayoría de los brasileños no sólo exigía combatir la corrupción; también la violencia.
Ámbito internacional
En cuanto a cómo será su comportamiento internacional ya ha dado varias pistas cómo será su comportamiento.
Sobre los 11 mil médicos cubanos que hay en Brasil, afirmó que les exigirá un examen de capacitación para que puedan trabajar en su país, y además dijo que les pagaría directamente el sueldo: no a Cuba, que según la BBC sólo les transfiere el 25 % que recibe por país.
Además, dio luz verde para que los médicos cubanos puedan llevar a sus familias con ellos. El gobierno de La Habana contestó catalogando estas declaraciones de “despectivas” y “amenazantes”, e informó que los retiraría.
Recientemente se informó que los mandatarios de Venezuela y Cuba no estarían invitados a su posesión presidencial, y decenas de expertos coinciden en que tendrá estrechos lazos con el presidente Donald Trump.
Un fantasma que camina
El próximo 1 de enero Jair Bolsonaro tomará el poder en una de las naciones más ricas del mundo con el desafío, según él mismo, de acabar con la corrupción y la violencia. Los métodos están por verse.
Y es allí cuando entran en juego las instituciones brasileñas, incluyendo el sector militar que dice apoyarlo y que cuenta con una popularidad de 78 % de acuerdo a Datafolha, porque si bien es cierto que Brasil tiene incontables fallas en su sistema democrático, es un país en el que un ex presidente de altísimamente popularidad fue detenido y una presidenta fue destituida en menos de tres años, lo que da a entender que Bolsonaro podría ser sumamente controlado institucionalmente; en pocas palabras: no podrá hacer lo que le da la gana… o al menos eso parece.
Un fantasma llamado Jair Bolsonaro camina por Brasil. Algunos le temen porque dicen que representa lo peor de las dictaduras militares y no siente ningún tipo de sensibilidad por pueblos originarios. Otros, lo hacen porque, hasta ahora, se sentían intocables.
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