La hambreante ruina de muchos supone la riqueza exuberante de unos pocos, muy pocos de hecho. ¿Qué pruebas pueden aportarse? Basta con mirar lo que ocurre en Venezuela, o en Cuba. Dos países dentro de nuestro mismo hemisferio. Dos países hermanos, por su ascendencia y también, ahora, hermanados por la pobreza extrema a la que los han sometido aquellos que dicen hacer todo por amor a su pueblo. Desde luego a ellos no les va mal, se les ve bien cebados, como preparados para su San Martín, en los programas de televisión en que aparecen. Relojes de lujo, buenos trajes, buena alimentación. Para ellos es cierto que no hay crisis, ni financiera, ni alimentaria, ni médica.

Lo que más me sorprende, de todos modos, no es su cinismo ni su hipocresía, o que mientan continuamente a los demás y tal vez incluso a sí mismos No, nada de todo eso, sino su habilidad para vivir su vida sin remordimiento alguno, sin sentir esa comezón, ese escozor o l menos picor que te molesta cuando haces algo que no está bien; que v contra la esencia de lo humano. Pero ellos han conseguido suprimir su humanidad para que ésta no les moleste en su propósito de enriquecerse y de llevar una vida muelle y de lujos a costa de todo y de todos. Su ideología es la de la autocomplacencia, la de la onfalofilia, es la del yo construido sobre los cadáveres infinitos del otro. Cadáveres literales o metafóricos, porque han destruido lo que de humano hay en sus semejantes, condenándolos a vivir una vida infrahumana, sin esperanza.