Badlands: Prólogo [0]

in spanish •  6 years ago 

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La furiosa percepción, equivalente caótico de fortaleza, que sólo posee a aquellos hombres dignos de admiración, aquellos que blanden su espada ante el viento para amenazar a las corrientes del futuro, y dejar en la tierra marcado el filo permanente de su mirada. Así, seducido por su venganza, tomó al mundo que le fue encargado tras su conquista y lo convirtió en el polvo que fue al principio, e insatisfecho por su desenfrenada campaña, embriagado por su gloriosa guerra, tomó al antiguo planeta que lo vio nacer y lo condenó al mismo destino.

Son numerosas las leyendas que adivinan su nombre, pero todos lo nombran después de destrucción y caos. Y como todo en el cosmos, el siguiente mesías debe nombrarse orden.

El tiempo ha envejecido la suficiente como para contar nuevas historias, pero apenas surgen leyendas de su suelo, como semillas germinando ante la calidez de la trascendencia y la lluvia ambiciosa de los hombres que se acomodan (y reacomodan) al caos. Los cielos se despejan para provocar las miradas de los aventureros, y en la mente de un hombre que por primera vez contempla a la diosa celeste, impacta el destello profético que le acompañará por siempre, porque se le acaba de nombrar orden en honor al caos, y su carácter se forma con la desmedida esperanza que le rodea y las retorcidas ambiciones que le implantan. Aquellos que él mismo cultiva con sus poéticas y apasionadas proezas, más cantos que conciertos, pero aun así, toman a los soñadores y melancólicos del espíritu y les promete viejas conquistas. Cautivados por el joven, comunidades de seguidores sacrifican su presente por el futuro de los siguientes. De las apocalípticas ruinas de las devastadas ciudades, recrean al ángel que hace siglos reto al dios del cielo, y cuando el primer navío venció la atmósfera del planeta. La ilusión de su nueva y repetida conquista se hizo factible.

Y en su nuevo planeta, mientras edifican la gloria que vive en sus melancólicos corazones, el experimentado soñador dice diseñar al regidor digital que gobernará como los magnos a inconformes y positivistas por sobre la nueva ciudad que bautizan: Nueva Metrópolis.

Mientras tanto, en el recién abandonado planeta, la diosa celeste dibuja su brillo azulado sobre las dunas. Y hace renacer ideas en aquellos que observaron el desesperado escape sin ser avisados. Pues la vida se aferra a su patrón, drenando al corazón con la envidia corrosiva de la gloria de la supervivencia, y con mirada celosa diseñan su propio orden para que conviva con el caos del que algunos todavía no se pueden desprender.

Singular llaman al profeta que vive bajo las dunas, y aunque propagaba su voz desde hace tiempo, esta noche toma sentido. Rodeado de serpientes eléctricas y la evidencia de su profecía, se nombra a sí mismo rey y ruge al final de su discurso ¡por la singularidad! Con la fuerza de todos ellos en uno, diseñan los laberintos de su fortaleza digital y analógica. Los adornan con libertad programada y sirenas de neón, y orgullosos de su monumental logro, se esparcen por su arquitectura cuántica para conquistar los callejones inexplorados de su complicado laberinto para recrear las viejas costumbres codificadas en las tarjetas madre de las Ciudades Apocalípticas.

Singular, descansando sobre su trono electrónico, recorre los pasillos con los que soñó y ambiciona en su corazón el tacto glorioso de la dama futurista que persiste indecisa.

Pero sobre las dunas, se dibujan agresivos canales que invaden su naturaleza. Horsepower hace rugir los corceles que doma, con tanta furia que el escándalo se apodera del ambiente como la luz diurna que lo acompaña. Y tras de él se delegan las primitivas y violentas tareas de conquista y dominio a aquellos que como él, juraron su alma al indomable motor de combustión. Horsepower se reclama conquistador sirviéndose de la obligación que dejaron inconclusa aquellos que huyeron de, según sus coros, su atemorizante espíritu ingobernable. Y ha destinado su última mirada a los caminos que protegen las valquirias guerreras de la carretera y a sus oídos el canto cacofónico de los motores.

Y así, los hombres cuyo fuego arde en su espíritu, están condenados a domar al caos.

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