Divagación #41. De transformaciones a mitad de la noche.

En ocasiones, es inevitable aquella sensación en tu pecho que aparece a mitad de la noche para recordarte que nada de lo que pasó está bien o está mal, que sólo está.

A veces pasa que en medio de tanto llanto, entiendes que sólo ocurren cosas que te gustan y cosas que te disgustan. Quizá eso fue lo que accidentó nuestro amor, quizá sólo empezó a disgustarme más de lo que me gustaba.

Entonces, a mitad de la noche y en medio de todo ese sentimiento que ha estado atormentándome en las últimas horas, pienso, escucho y empiezo a creer en la falsedad de los amores que duelen, de los amores que mienten y que piden disculpas por algo diferente cada semana.

Pienso, escucho y empiezo a negarme de todos esos amores que gritan, que te destrozan a golpes la ropa, el tiempo, la sonrisa, los sueños y la flor que está en el centro de la mesa.

Y de repente el sentimiento se convierte en resentimiento.

En resentimiento hacia aquellos amores que no hacen más que prometer estrellas a mitad de una noche poco iluminada, en una mala cara hacia aquellas personas que te cubren los ojos para luego alegar que lo hicieron por ti y por tu bienestar.

Y en medio de la transformación, de la metamorfosis del sentimiento, caigo en cuenta de que no hay amores celosos que intentan impedir que otros te vean por miedo a perderte, que sólo hay amores que tienen miedo a que seas mejor sin ellos.

Caigo en cuenta también de que hemos malgastado nuestra vida viviendo en una fantasía, que le hemos depositado nuestra confianza a aquel que nos dice que sólo debemos dejarnos caer, en lugar de a aquel que cae con nosotros.

Y entonces, después de todo el proceso de transformación del sentimiento y del descubrimiento, aparecen una y otra vez las mismas preguntas en tu cabeza.

Aparecen y empiezas a odiar cómo un día estás muy seguro de todo y luego al día siguiente todo su mundo se agita.
Empiezas a odiar también lo incierto de este mundo, que todo esté compuesto de cosas dispersas que aparecen acomodadas del modo correcto.

Y de repente, ni siquiera sabemos quién somos y aún así tenemos miedo a fracasar siendo nosotros mismos.

Sale el sol, salimos de nuestras camas, nos asomamos al mundo y vivimos indirectamente otras vidas para así escapar de la nuestra.
Vivimos esa rutina autoimpuesta mientras en nuestro interior queremos hacer lo todo lo contrario a lo que los demás esperan de nosotros.
Vivimos y a mitad del día nos provoca correr.

Correr y seguir corriendo hasta que se nos olvide quiénes somos, dónde estamos, a dónde vamos, de dónde venimos, que queremos y que en algún momento nos quisieron.

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