Desde pequeño tengo un sueño recurrente. Un avión pasa a muy baja altura sobre mi casa. Miro la trayectoria y me doy cuenta de que el aparato esta cayendo en barrena. Me emociono al saber que puedo acercarme al lugar del accidente y ver los restos del fuselaje. Brinco sobre una paredilla y echo a correr a través del monte persiguiendo la columna de humo que marca el lugar de la caída, pero nunca llego. Me despierto antes o simplemente no encuentro el sitio. Ahora pienso que si el sueño me regalara la visión de la nave despatarrada entre los arboles y los muertos desparramados por todos lados, se acabaría para siempre el sueño: volvería a la realidad y no podría sentir de nuevo la emoción de niño, aquella inocente emoción que desconoce los horrores de la muerte.
fuente : por paul brito/[email protected]/@Brito Escritor