Tu voz como un rumor de caracolas, valiente y libre a la vez; hoy sólo me sale querer. Y recordar la voz de Vanesa Martín cantando en mi cabeza esa canción: Valiente y libre. Pero no gilipollas. Por muy adecuada o no que a cualquiera le parezca la frasecita de la borrachera, el eslogan que mañana llenará algunas pancartas en las felices concentraciones del Día Internacional de la Mujer, ojalá que no sean muchas de nuestras compañeras de trabajo, amigas, hermanas, parejas, sobrinas, hijas, nietas las que practiquen como bandera, en el legítimo ejercicio de su libertad plena, el ejemplo de volver a casa solas y borrachas. Así reza uno de los mantras oficiales en España esta legislatura para el Día Internacional de la Mujer: Sola y borracha quiero llegar a mi casa. Obviamente en clara alusión al derecho indiscutible que tiene toda mujer a no ser asaltada ni violentada por el mero hecho de serlo ni en la circunstancia más favorable para el indeseable agresor. Pero...
Hablando con una talentosa compañera periodista que ha recibido uno de los premios Meridiana -que, como cada año, ha otorgado la Junta de Andalucía esta semana-, ambos consensuamos una de las ideas fuerza para consolidar la igualdad de derechos entre ella y yo, entre mis hijos y su hija, entre su hijo y su hija, entre su padre y ella, entre hombres y mujeres: sin desperdiciar el talento de ningún hombre debemos combatir sin fisuras porque jamás se vuelva a ocultar el talento de ninguna mujer…
Mañana hablaré en la radio con la consejera de Igualdad del gobierno andaluz. Y hablaré con futbolistas andaluzas de primera división tras el convenio histórico firmado en el Congreso de los diputados que tanto las reconoce al fin. Y hablaré con quienes han rescatado la figura y traducido del inglés original una de sus novelas de otra malagueña de raza, de madre británica y de ahí también su escritura inglesa, Isabel Oyarzábal (1878-1974). El Siglo XX la vio antes y después de la terrible Guerra Civil hacer y ser muchas cosas: actriz, crítica teatral, dramaturga, periodista, diplomática del gobierno español durante la República, traductora, escritora, feminista y más. Viajó mucho y terminó sus días en el exilio mexicano ya nonagenaria. Casose -como aún se decía cuando era joven- y tuvo dos hijos. Fue una andaluza, una malagueña que llena sus libros en inglés con paisajes y protagonistas de aquí -como el niño de “Juan, el hijo del pescador” (Ediciones del Genal, 2020)- y con palabras de aquí que no traducía; una mujer cosmopolita, solidaria y asombrosa.
Pero detrás de una gran mujer también, como se decía sólo hasta ahora en sentido contrario, hay un gran tipo. Su marido, Ceferino Palencia, abogado, poeta, padre responsable de sus hijos y con quien tradujo a escritores anglosajones, supo mantenerse un paso atrás de su mujer, pese a la sociedad que cultural, moral y legalmente le favorecía como hombre, desde que descubrió su valía (como Leonard hizo tras su mujer, Virginia Woolf, y como también hicieron otros) Hablar bien de los hombres de bien no es ocultar a los violadores, a los maltratadores, a los asesinos y a los cobardes machistas; es no equiparar la palabra hombre a esa negrura de algunos, genética o adquirida por las circunstancias que debemos seguir erradicando juntos.
(c) Domi del Postigo / www.domidelpostigo.es
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Gracias
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