Concurso Cervantes: 7ª Entrega

Era una época en donde las personas de un pueblo se reunían una vez por semana, en una plaza para conversar, allí reían, cada quien conocía a cada habitante del pueblo. Un pueblo pequeño que cuando llegaba algún extranjero los habitantes lo notaba inmediatamente.

Llegó ese día en donde todos se reunían, entre su compartir y sus charlas, se dieron cuenta que estaba llegando un hombre, un extranjero, que con sólo su presencia las personas sentían, que este hombre había pensado más que otros hombres, poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad, aquella serena reflexión y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que le falta toda ambición. Cuando esté hombre pasó por en medio de todos, y se sentó, las personas lo rodearon y se sentaron a su alrededor, en ese preciso momento alguien exclamó:
¡Es él un maestro! - en ese momento, una mujer que estaba cerca del hombre dijo - ¡Maestro llena nuestro espíritu con tus consejos! - Él extranjero habló y los aconsejó.

Cuando el cielo estaba apuntando con su crepúsculo, se oyó un chillido, más bien era un sollozo, todas las personas giraron sus cabezas a dónde provenía el sonido, se dieron cuenta de que era Inéz, mejor conocida como la miserable, estaba flaca por su desnutrición y su boca seca, de aspecto físico era como un cadáver. Todos los de aquel pueblo la conocían como la miserable pero sin saber el porqué.

Inéz se acercó al hombre extranjero, entre su llanto pedía consuelo, se tomaba su cabeza, poniendo al descubierto sus manos, Aquellos dedos largos y huesudos, con sus ojos hundidos debido al insomnio, le dijo al maestro:
¡Tengo una pena, que nadie puede calmar! - Él hombre con mirada compasiva, la toma por los hombros y la mira de frente preguntándole - ¿Cuál es tu pena mujer? - La mujer cubriendo su rostro entre sus huesudas manos le dice:
"Se trata de Ana, mi querido maestro, solo le faltaba un mes para cumplir sus dos años, cuando de pronto su corazón dejó de latir, aún tengo en mis oídos el sonido de su voz infantil, por la casa siguen sus muñecas. ¡Cómo la extraño mi maestro! Antes de ella he tenido, dos pérdidas más, pero las anteriores no cumplían ni siquiera el mes después de haber nacido. En cambio Ana ha durado conmigo casi dos años, su ropita aún la lavo, de vez en cuando ordeno sus juguetes, pero la pena y la desgracia me persiguen. Ya Fernando me ha dejado, el también sufre, se ha entregado a la bebida porque no encuentra consuelo. Yo solo estoy entregada a la soledad, y a los recuerdos. No como porque no me da hambre, y debido a tantas lágrimas creo que estoy deshidratada, ¡Vengo a ti, sin esperanza!" - cuando terminó de decir estas palabras, gritó tan fuerte que hizo eco en todo el pueblo con su llanto.
El maestro sin quitarle la vista, le habló con frescura y le dijo:
"¡Ay! Mujer, entiendo tu pena. Pero ¿Acaso no sabes lo osados que son los niños? Ellos hablan directamente con Dios y le piden insistentemente, que los haga ángeles, son tan obstinados estos infantes, que terminan por convencer a Dios, y esté cumpliendo sus mandatos los hace ángeles. Porque recuerda que la vida, el amor y la muerte vienen de la misma fuente; el cual es, ese ser absoluto, que es Dios.
Así que mujer, allá ante el trono de Dios tus hijos se ríen, se alegran y se divierten, llora si quieres, pero también alégrate que esos ángeles ruegan a Dios por ti -"

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