Cuando el hombre realmente comprende que la tierra no pertenece a ningún individuo sino más bien que es de todos los hombres, en ese punto el hombre conoce lo que es el amor. Este era el ideal de Alberto Bocaranda, un joven de unos 28 años, moreno de pómulos salientes, dientes blancos, y siempre solitario. Sus padres se habían sacrificado para darle sus estudios, dentro de sí siempre ardía esa llama de ser escritor. Pero sus padres querían que fuera un abogado o una de esas carreras de renombre el cual pudieran llamar a su hijo como licenciado o ingeniero, lo cierto es que ya avanzado en 6to semestre de Derecho, aquel volcán que llevaba dentro de sí se desbordó haciéndolo abandonar la carrera.
Retiró sus papeles de la universidad, y fue hablar con los sacrificados padres, a explicarle el porqué había abandonado tan divina carrera. Cuando entró a la pequeña casa, estaba Ismael Ignacio Bocaranda, sentado en su puesto del comedor, con su silla de cuero de chivo, y madera, una silla ancha pero cómoda. El viejo se estaba comiendo una sopa, al ver a entrar a su único hijo se contento, pero sin pararse de la mesa le dio una bienvenida. En cambio doña Pastora de Bocaranda estaba en la cocina bajo el calor incesante que hacía allí, con un delantal azul y su cabello recogido, salió al encuentro de su hijo, estampando un beso en sus mejillas le extendió una silla al lado de su padre y sentó a Alberto Bocaranda en el comedor, sirviéndole rápidamente un plato de sopa, repitiendo lo mismo con ella. Hablaban de todo un poco, si era posible la mesa también hablaría pues el regocijo de sus padres al tener a su único hijo en casa los hacía alegrarse.
Llegó el momento en que Don Ignacio Bocaranda le preguntó a su hijo como iban las cosas en la universidad, Alberto titubeo en responder, se lleno de un valor inmenso para explicar lo sucedido: - “Tengo una vocación arrasadora: es más creo que es la única fuerza que me mueve por este mundo y que me hizo llegar hasta aquí, tengo una vocación artística, la más misteriosa de todas, ella me envuelve con su arte y me permite plasmar el misterioso mundo de las palabras en papel, ¡Quiero decirles, que voy a ser escritor” Don Ignacio quedó en un profundo mutismo, Doña Pastora miró a su hijo con una contemplación profunda, casi llena de misericordia, pero luego dirigió su mirada a la autoridad firme de los Bocaranda a su esposo. El hombre dejó la sopa por la mitad, se levantó de su silla y no pronunció palabra alguna, la apreciación de su rostro era de desaliento.
La madre de Alberto lo tomó por su brazo y le dijo: - Mijo ¿Qué has hecho? - Y se levantó también de la mesa sin esperar respuesta a su pregunta.
Las emociones que experimentó ese día nuestro héroe le habían desgarrado el pecho, al ver que sus padres, aquellos sacrificados padres, no creían en el porvenir de su hijo.
Sentado en aquella plaza Bolívar, lo cual justamente en el medio tenía una estatua del libertador sobre su caballo, la silla donde se encontraba Alberto era dura, entre sus manos llevaba aquella obra del colombiano Gabriel García Márquez, el libro era Cien años de Soledad; lo abrió y se inclinó un poco para leerlo. Lo tenía fascinado la historia de los Aureliano, es más hasta pensó que en cuanto tuviera un hijo lo llamaría Aureliano. Ya había leído unas dos páginas, cuando justamente frente a él una mujer se sentó y abrió un libro de Kafka, intrigado por saber el título se dio cuenta que la mujer lo observaba al quitar la vista de la portada del libro, notó que la mujer tenía una belleza esclavizadora, pues los ojos de nuestro héroe estaban esclavizados para contemplarla, y se quedó observándola sin ningún tabú y admiraba todo su ser, la tez de la mujer era como azúcar sin refinar, sus ojos con la luz de aquel sol le daban un tono color miel, sus labios perfectamente dibujados le adornaban su rostro, era como si los dioses hubiesen metidos sus manos para estampar la belleza de este ser, su cabello cobrizo y alborotado con una abundancia abismal le cubría los pómulos, sus cejas perfectamente marcadas y sin descuido alguno. Al ver a Alberto absorto, la mujer se levanta de su puesto, y camina hasta él, su figura era prestigiosa para la vista del hombre, con su libro entre las manos, se sentó a su lado y le preguntó - ¿Qué lees? - Alberto quedó pasmado, tomó su libro con las dos manos y le dijo: - ¡Algo de realismo! Ella sonrió y al mismo tiempo le dijo: - ¡Yo soy surrealista!. Los dos rieron. El preguntó por su nombre y ella le respondió: - Soy Rosa Gómez - entre la conversación se despidieron.
Nuestro héroe se retiró a su casa se sentó sobre su máquina de escribir; y empezó a entonar un verso:
la tengo pero no soy su dueño,
más bien ella es mi dueña,
ya le he entregado mi alma y mis pensamientos,
ella habita en mis ojos,
pero para que llamarlos mis ojos,
si todo lo que poseo es de ella,
en cuestiones de conciencia,
no soy yo el que escribe este poema,
sino ella
Tomó la hoja y la guardó, los pensamientos sobre Rosa le disipaban aquellos pensares sobre lo sucedido en su casa. Se sentía enamorado, como llevado por los aguas en una serena corriente.
Este es la primera parte de un libro que se trata de una serie de relatos escritos por mí. El desenlace de este relato es apasionante por la historia de amor que se desata.
Atentos a mis próximos post, ya que es la continuación de este relato.
Estoy trabajando por un sueño, que es la impresión de mi primer libro sobre Mis Memorias y Relatos.
Soy un súper lector de los libros de Realismo, Surrealismo, y Filosofía.
ENAMORADA DE TU ESCRITO Y ENAMORADA DE TI... ME ENCANTÓ
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Realmente hermoso, :( Venezuela :'( te sigo desde Barquisimeto
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Gracias @nomedigasluis
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me encanto tu post.....te sigo
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Muy bueno amigo, gracias por compartirlo @nanowins77
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