Hace como dos semanas murió la generación milenial, me di cuenta de ello cuando vi los titulares de las noticias y ahora, en lugar de los antiguos y provocadores títulos que apelaban a nuestro individualismo, consciencia ambiental, corrección política o lo difícil que es trabajar con nosotros, han cambiado solo dos o tres palabras y he sentido como si de un plumazo empezara a quedar relegado a ser un anexo más de la historia, donde unas breves líneas se escribirán para aquellos que, de manera ingenua y torpe, empezamos a cambiar al mundo.
Tan solo por apegarme al cliché de los llorones que podemos ser los milenial, intento aporrear el teclado mientras intento cumplir con la obligación diaria de sentirme ocupado; quien diría que después de aparentar cualquier cosa durante un tiempo uno termina por convencerse; siempre había sabido que éramos efímeros, pero es muy distinto cuando lo sientes.
Tengo varios archivos abiertos y no me decido cual debo trabajar primero. Mis notas pendientes son breves anexos que se pierden en una historia que no tiene ni principio ni final, solo puedo sentir en este momento la música que me acompaña y el pequeño martilleo de las teclas que se escabulle entre la voz de una realidad alternativa. Divago solamente para sentir ese placer que a veces se torna tan esquivo, escribir no es un trabajo sencillo, pero como en toda tortura hay algo que disfrutar. Por alguna estúpida razón siento que la presión del mundo ya no se encuentra sobre mis hombros y siento pena de los pobres desgraciados que tendrán que llegar al final de esta fiesta a recoger los platos rotos, nosotros tenemos nuestra parte de la cual hacernos responsables, ahora ellos no podrían tener mejor nombre: Generación Z como el final del alfabeto, como los zombis en los que se convierten antes de aprender a hablar. Ya para qué.
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