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ÉXODO DE ERIZOS
No había una mañana tranquila, ni un lugar a donde poder regresar. Ahora solo había una mirada lejana hacia el hogar que antes esta familia de erizos añoraba, un vistazo distante a un mundo decaído mientras la gran esfera amarillenta y candente ascendía a su lugar predilecto. Ellos se hallaban frente a frente, con la ineludible marcha, en busca de escapatoria de una nación donde sobrevivir más que vivir parece una hazaña de merito inconcebible. El padre erizo cargaba con sumo cuidado a su hijo, un pequeño erizo llamado Loowes que yacía dormido, agotado por el viaje a la frontera que duro más de doce horas, mientras que la mamá erizo sostenía con tacto aun más pulcro a una pequeña eriza, entre ellos seguían lastimándose por la proximidad entre sus espinas, sin embargo el dolor ya no les molestaba, se habían acostumbrado a lastimarse entre ellos, ya en sus cuerpos guardaban con memoria dactilar las espinas de sus familiares, inclusive había ocasiones en las que la sangre se derramaba y ellos apenas se daban cuenta.
— ¿Cuánto falta para llegar papi? — preguntó Loowes, el pequeño erizo que se levantaba con ojos somnolientos y mirando a su alrededor con sorpresa, seguro sus sueños lo habían trasladado a un lugar diferente, donde no tenían que huir de la tierra donde nació, donde podían crecer y sentir que la esperanza no se agotaba.
—No lo sé hijo, ya pronto saldremos de aquí…— respondió Papá erizo.
—Tengo hambre…— se quejó con voz, era la pequeña niña erizo; Mirly.
Papá erizo y mamá erizo se miraron con ojos entristecidos, ambos sabían que la escasez de su país natal y el poco dinero no fue suficiente como para llevar muchas provisiones y el viaje aun era muy largo, pues solo estaban cerca de una primera parada. Papá erizo tomo un trozo de pan y se lo acerco a Mirly y le sonrió.
—Ten mi cielo, recuerda que tenemos que aguantar un poco más el hambre, no contamos con el dinero suficiente como para que cuando lleguemos podamos comprar más comida… ¿también quieres un poco Loowes?
—No padre, yo aguanto. — respondió el pequeño erizo.
Pasaron unas horas más, el viaje continuaba y la mirada lejana de la nación que dejaban atrás seguía igual de fuerte. Mamá erizo de vez en cuando soltaba un pequeño gimoteo por el dolor de dejar a su familia y el lugar donde nació. La pequeña Mirly le preguntaba ocasionalmente:
— ¿Qué te ocurre mami?
Pero la Madre erizo solo respondía con un:
—Nada hija, es solo un ligero resfriado.
En ocasiones el dolor de acercarnos a los demás es contrastado al compararse con el dolor por dejar a muchos más.
Finalmente llegaron a otro lugar, tras pasar un puente un nuevo panorama se les presento, poco a poco se erguían escenarios que desde hace tiempo no se veían en su nación natal. En minutos u horas, ya no podían llevar la cuenta, no contaba con un teléfono o reloj, todo lo que poseían había vendido para poder ahorrar y así salir en busca de algo más. En esa nueva tierra miraban por doquier y encontraban otros erizos como ellos, a quienes podían distinguir por sus manchas de color amarillo, azul y rojo en las espinas, además de pequeños puntos blancos en el tono azulado similar al de las estrellas. Uno de esos erizos se acerco a saludar a la familia.
— ¿Qué tal?, me llamo Jarl— saludó erizo recién llegado, y con él se acercaron dos más.
Mientras el padre y la madre hablaban con los otros erizos a una distancia prudencial para evitar las espinas, Loowes miro a otros puercoespines, estos tenían manchas casi iguales, pero sin las estrellas. Algunos ignoraban a los erizos llegados al poblado y otros los miraban con recelo, aunque la mayoría mantenía más tiempo sus ojos en dirección a sus teléfonos, como si la luz del las pantallas fuera el verdadero sol y luna que necesitaban para vivir.
—Ellos son nacidos de esta tierra hijo. — explicó Papá erizo.
—Son iguales a nosotros…— dijo Loowes.
—En teoría sí, pero muchos no piensan eso. — recalcó el erizo llamado Jarl. — He escuchado de que existe cierto rechazo a erizos como nosotros.
— ¿Cómo nosotros señor? — preguntó la pequeña Mirly.
—Erizos que se fueron de su país natal, esa tierra vecina que está sumida en una gran crisis… inmigrantes. — explicó Papá erizo.
— ¿Es eso cierto padre? — Loowes estaba confundido, nunca pensó que las cosas serian de ese modo.
—No lo sé, no creo creer en ello, la verdad siempre está muy nítida en estos días…— respondió Papá erizo. —Vivimos en una era donde cualquier cosa puede ser posible y en donde la verdad cambiante es el pan de cada día. Imagina cuantas cosas deben estar leyendo por medio del internet y que pueden ser mentiras…
— ¿Nosotros somos diferentes? — pregunto Loowes.
—No… en todos lados es así, antes ya fuimos así. — dijo Mamá erizo.
El padre erizo decidió no fiarse de las palabras de Jarl y muchas más que llegaron acerca de la xenofobia existente. El pensaba que si querían una nueva oportunidad no había otra opción más que la de tener fe. Durante todo un día fueron de establecimiento en establecimiento, de local en local con la esperanza de que el padre o la madre consiguieran un empleo para poder ahorrar y seguir su viaje. Pues esa parada no era más que eso, la primera parada de un viaje exorbitantemente largo, aun debían cruzar otras naciones, para llegar al país de la tierra temblorosa y climas fríos, junto a la nación que termina el continente. Allí la familia tenía un pariente que llevaba unos meses establecido, que podría darles techo, y con ello la oportunidad de iniciar una nueva vida.
Sin embargo, la situación no fue para nada esperanzadora, tras dos días, ninguno de los padres habían conseguido algún empleo. La familia se veía obligada a dormir en un parque y la comida se agotaba, Loowes se mantenía optimista aunque Mirly no hacía más que llorar por el frio de la noche, aun cuando su madre le daba cobijo en sus brazos. El padre se comenzaba a discutir internamente si de verdad existía esa xenofobia, y mientras más se convencía al ser testigo de algunos malos tratos que sus hermanos de patria sufrían, más las fuerzas y esperanza se perdían.
Finalmente cuando el papa erizo casi se rompía a llorar, un erizo lo vio pasar y lo saludo. Este puercoespín se llamaba Koy, era el dueño de una pequeña pero exitosa pastelería. Él y Papá erizo hablaron por un rato y este le ofreció empleo al necesitado padre de familia. Y además de eso, se ofreció a darle albergue a la familia, esta acción causo que el padre de Loowes y Mirly se quebrara y soltara lágrimas ante la gran amabilidad que Koy le ofrecía.
Pasaron unos días, y el señor Koy le permitía a los niños comer dulces de la pastelería, y el padre erizo comenzaba a ahorrar para el resto del viaje. Los días se volvieron semanas y las semanas rápidamente se hicieron 3 meses. Tiempo en el que el padre erizo y Koy se habían hecho buenos amigos, aunque siempre manteniendo su distancia para evitar que se lastimen por las espinas.
Loowes un poco más a gusto entre la gente de esa nación comprendió que no eran malos, que aunque algunas veces existían malos tratos también habían erizos como el señor Koy, que eran bondadosos. Realmente una representación de todos, donde existen tanto bien y mal.
— ¿Señor Koy? — musitó Loowes entrando en la oficina del erizo adulto. El pequeño llevaba en sus manos un pastelillo que aprendió a hornear al ver a su papa trabajando en la pastelería. — Esto es para usted.
Koy lo tomo y lo olfateo.
— En mi vida he visto muchos pastelillos… pero ninguno ha olido tan bien como este, gracias pequeño. — dijo el señor Koy para luego darle un pequeño mordisco y saborearlo. — esplendido, tienes talento para la pastelería.
—Gracias…— sonrió el pequeño erizo. — eso es por ayudarnos… por momentos creí que nadie lo haría…
—Tu padre pensaba lo mismo, pero confió en que si no lo hacía yo, alguien más pudo haberlos ayudado. — explicó Koy.
—Pero creí que existía xenofobia.
—La xenofobia realmente es más el resultado de acciones de varios inmigrantes… al llegar piensan que pueden hacer lo que deseen en una nueva tierra y menosprecian a los habitantes de ella. Esto causa por consecuencia que erizos traten a sus semejantes de una forma diferente, y ellos lo llaman xenofobia.
— ¿Entonces es culpa de los erizos como nosotros?, ¿los que han viajado a otro lugar en busca de hogar?
—No, vaya que no… es culpa de ambas partes, una porque algunos recién llegados tienen una mentalidad errónea, pero muchos son erizos honrados y bondadosos que solo quieren una oportunidad para vivir mejor. Y del otro lado existen los que no gustan de la idea que erizos extranjeros lleguen a sus hogares, pero también hay muchos que se muestran comprensivos y tratan de ayudarlos…
— ¿Podría ser que la xenofobia y la desinformación están ligadas? — se cuestionó Loowes.
—Si… claro que lo están, todos creen cualquier verdad, atrapados en las redes, cualquier rumor se transforma en una verdad… pero prefieren creer eso porque es más sencillo.
—Suena egoísta…
—Lo es, pero en eso nos hemos convertido, en masas individuales con respecto a las creencias. Atrapados en una nebulosa donde no hay verdad y mentira, solo información y vida.
Al día siguiente la familia prosiguió su viaje, pero Loowes antes se despidió con un abrazo del señor Koy, donde comenzó a sangrar levemente, pero resistió el dolor.
Durante el viaje en autobús, Loowes y su hermana Mirly jugaban con una consola portátil que el señor Koy les regalo para el viaje. El padre erizo fue al baño cuando el autobús se detuvo frente a una estación de servicio y mientras los niños permanecían junto a su madre. Unas voces llamaron la atención de Mirly y Loowes.
En el asiento de adelante, unos erizos mayores, mucho más que el padre de los niños se reían y decían cosas algo inapropiadas de algo que miraban por la ventana. Loowes y su hermana abrieron la suya y observaron a dos erizas tomadas de las manos mientras caminaban y también a un puercoespín con las espinas de un tono más oscuro.
—Que desagradable… no los oigan niños. — dijo la madre erizo a sus hijos. —No son más que homofóbicos y racistas.
— ¿Qué es eso mami? — preguntó la pequeña y adorable Mirly confundida.
—Eso cariño, es homofobia y racismo…— respondió la madre.
— ¿Cómo la xenofobia? — intervino Loowes.
—No, la xenofobia es la repulsión hacia erizos de otros países Loowes, pero hay muchas más formas de discriminación… todas ellas se deben a las ideas retrogradas y prejuicios.
—Atrapados en una nebulosa de verdades y mentiras…—dijo Loowes en voz baja. —El mundo es muy complicado.
—Así es hijo, aunque se luche contra la discriminación, aun existe mucha en el mundo en el cual vivimos…— musitó mamá erizo.
— ¿Eso no es malo mami? — preguntó Mirly.
—Así es el mundo… pero mientras hayan personas con mentes abiertas y buenas, todo mejorara Mirly. — dijo la madre abrazando a sus hijos.
El viaje continúo, pasaron más de 12 horas a bordo del bus, la pequeña Mirly dormía y los padres también lo hacían. Loowes sintiéndose algo solo miro a su alrededor y contemplo que al igual que su familia, muchos pasajeros, en su mayoría gente de su país natal, estaban sumidos en el mundo de los sueños, lo que no era una sorpresa, hace mucho cayo la noche. A excepción de alguien, una eriza joven, como de su edad, sentada junto a una eriza más grande pero que no terminaba de ser una adulta. La puercoespín mantenía sus ojos en una tableta táctil y sus oídos estaban tapados con uso auriculares, sin embargo, cuando Loowes la miro fijamente ella alzo la mirada y lo miro, un reflejo de timidez se mostro en Loowes y desvió la mirada y volvió a sentarse en su asiento.
La eriza se levanto y fue a Loowes colocándose de pie junto a su asiento.
—Hola, eso fue grosero. — le reprochó la joven eriza.
—Solo me senté de nuevo. — respondió Loowes perplejo.
— ¡Cuando hay contacto visual es grosero que desvíen la mirada así! — se quejó la puercoespín.
—Sigo sin estar de acuerdo. — Loowes se encogió de hombros. — Soy Loowes.
—Y yo soy Breena.
— ¿Qué haces despierta?
—No puedo dormir… ¿y cuál es tu excusa?
—Supongo que la misma. — respondió el joven erizo; tras escuchar esto Breena comenzó a reír y Loowes le sonrió en respuesta.
Mientras más continuaba el viaje más amigos se hacían ambos, lastimándose ocasionalmente por su espinas, pero intentando soportar el dolor. Breena le conto a Loowes que viajaba solo con su hermana mayor debido a que su madre falleció meses atrás cuando tuvo problemas de salud y en los centros médicos de su país no había material ni personal para atenderla. A su padre jamás lo conoció. Loowes se asombraba al ver como la eriza seguía sonriendo, denotando la gran fuerza interna que debía tener para soportar el dolor de la perdida. Pasaron unos días y fueron de autobús en autobús, y con cada parpadeo el destino se acercaba.
Abarco el momento en el que ya habían llegado a la tierra que tenían planeada, la familia de Loowes estaba completamente aliviada, pero el pequeño erizo bajaba la mirada ensombrecido por la despedida que pronto ocurriría.
—Supongo que este es el adiós, estaremos a un país de distancia. — Dijo Breena con ojos llorosos.
—Si… te extrañare…— dijo Loowes intentando no llorar.
—No te preocupes, tenemos más maneras de seguir hablando… ten— dijo Breena sonriéndole. La eriza se dirigió a él y lo abrazo. Y entrego un pequeño ukelele. — Adiós Loowes.
El abrazo ocasiono más dolor del que Loowes ha experimentado alguna vez, las espinas de ambos chocaban y atravesaban los cuerpos. Y cuando se separaron y Breena se marcho en otro autobús para seguir su camino, el dolor seguía, incluso aumentaba.
Pasaron días, las cosas mejoraban para la familia, el papa erizo consiguió un trabajo con su pariente que les dio asilo. La madre cuidaba a los niños quienes en unos meses podrán ir ya a la escuela. Una noche, Loowes se negaba a cenar y se puso frente a una ventana en la residencia donde vivían. Sus padres se acercaron a él.
— ¿Por qué sigo sintiendo dolor si ya ninguna espina me atraviesa? — preguntó Loowes mirando por la ventana a los erizos en la calle.
—Las relaciones entre erizos son así… es la naturaleza del apego supongo… buscamos amor para escapar del dolor de la soledad y cuando nos acercamos nos lastimamos por nuestras espinas y por los lazos que creamos. Y una vez separados, ambos dolores permanecen…— explicó Mamá erizo abrazando a su hijo sin importarle las espinas.
— ¿Y por qué no tan solo elegimos el primer dolor, el de la soledad?
—Porque sentimos y necesitamos amor, por lo que estamos dispuestos a sufrir por ello, así siempre hemos sido y siempre seremos hijo mío. — contestó el padre. — Entre el dolor hay esperanza y en la esperanza hay dolor, tan solo busca el equilibrio.
Los tres siguieron hablando por un largo rato, hasta que la pequeña Mirly llego y se unió a la conversación, Loowes comenzaba a sentirse un poco mejor. Cuando llego la hora de dormir, el pidió permiso para permanecer un poco mas mirando por la ventana. Unos minutos después de estar solo, el joven erizo reflexiono acerca de todo lo que había aprendido en ese viaje, y comprendió que el viaje aun seguía y siempre seguiría. Miro a los erizos en la calle, aun atrapados por sus teléfonos, aun tratándose mal entre todos y muchos actuando por beneficio propio como parte de un absurdo ideal individualista, y aun seguían discriminándose, además de que seguramente la situación en su país natal iba empeorando, parecía que demasiados erizos habían olvidando que bajo las espinas de distintos colores y tonos, bajo los ideales y gustos, eran iguales.
—Todo seguirá igual…— dijo Loowes para sí mismo levantándose y tomando el ukelele que Breena le regalo. — a menos que se luche por mejorar… tan solo se necesita creer un poco más…
Me ha gustado esta fábula. Es una gran catástrofe esto de la migración debido a las crisis sociales provocadas por sociópatas en los gobiernos ...
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Gracias, si es una gran pena, por eso quería escribir esta fabula, donde se diera una critica a la crisis económica, a la discriminación, xenofobia e incluso a la conductas del ser humano con respecto al apego, la soledad y el amor.
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