Te recuerdo marinero y pescador, siempre con los ojos arrugados bajo tus pobladas cejas protegiéndote del sol. Puedo evocarte blanco de sal marina, erguido sobre el vaivén de las olas, superando tempestades en el mar y la vida cuando estabas junto a nosotros.

Pero también te recuerdo en tu sillón, preguntando cuando volverías a casa.

Sin timón y sin brújula con la mirada extraviada en la inmensidad del olvido.

Yo te buscaba entonces, en lo más profundo de tu ausencia, en lo que un día fue tu sonrisa, y ya no estabas. Te habías marchado mucho antes de despedirte.

Dolió mucho saberte ausente sin comprender que navegabas olas ajenas, buscando estrellas perdidas. Sí, dolió tanto como tus palabras olvidadas.

Lamento mucho no haber estado a tu lado cuando comenzaste a sentirte perdido, solo podía aferrarme a tu voz lejana y pedirte que me esperaras, que anclaras tu barco un poco más y no supiste hacerlo, padre amado.

El olvido te envolvió como un remolino y te arrastró a las profundidades, solo quedaba tu piel, tus manos arrugadas y enraizadas en este mundo, aferradas a quedarse un rato más.

No tuve tiempo, te marchaste asido de las manos de quienes te amaban y te cuidaban y yo quede huérfana de tu último abrazo, de tu consejo y palabra oportuna.

Hoy reposas donde siempre quisiste estar, donde pasaste media vida disfrutando y la otra media soñando.

En las profundidades, jugando con mis lágrimas convertidas en corales y conchas marinas.

Ya no importa en qué lugar me encuentre ahora, nos cobija el mismo cielo y nos baña el mismo mar. Tus recuerdos no tienen fronteras ni hemisferios.

Estaremos juntos para siempre.

Fuente:Archivo personal

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Fecha	10 may. 2015
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