El color rojo y la fotografía íntima

Puede que usted vea a continuación mi cara (y dentro de mi cara mis párpados y mi boca) bajo una luz intensa, pero permítame contarle un secreto: lo que verdaderamente me ilumina el cuerpo es el color rojo de la pintura de labios que no me dejaban usar en bachillerato, es el color de mi endometrio desprendiéndose una vez al mes, el de la mermelada que compra mi padre para todos sus desayunos y el de la caja favorita de cigarros que todos mis amantes han tenido en común. Es el mismo color rojo de la última fogata que compartí en el extranjero, el del vientre abierto de mi madre cuando le hicieron la cesárea que me trajo a la vida, el de mi piel somatizando mis angustias, el del partido político que me dañó una parte de mi juventud y el de las banderas de mis dos nacionalidades. También es el del beso con el que firmé una carta que llegó hasta casa de mi hermano en Madrid, el de ese pequeño diccionario francés que tanto me gustaba y por supuesto, el de las ciruelas criollas que me comí la semana pasada. Usted me está viendo a mí y a mi cotidianidad.