«Tengo que verte»
Eso pensó mientras sus fuerzas disminuían.
Sería difícil con la ceguera casi total, pero no le importaba para nada: luchó fuertemente para poder dirigir su cansado cuerpo hacia el frente de la casa. Esperando, recordó el día en que se conocieron...
Para él fue amor a primera vista. Su forma de cuidarlo lo hacía sentir más que seguro. Disfrutó cada uno de esos momentos en los que jugueteaban y su alegría era inmensa. Lo llenaba darle el amor que ella buscaba, y sabía que su carácter nunca fue fácil pero sabían muy bien que él era solo suyo y ella era únicamente de él.
Recordó incluso esos momentos en los que alzó la voz muy fuerte y él solo deseaba estar a su lado. Envejeciendo, no es fácil encontrar ese vínculo con alguien que no te cambie por otro más sano, y más fuerte.
Sus fuerzas se diluían, pero él seguía adelante en su determinada decisión de verla por última vez. De alguna manera él sentía que ella estaba por llegar al hogar que tantos recuerdos hermosos guardaba. Su respiración se hacía cada vez más débil y el seguía sólo pensando en ella, no existía nada en el mundo que le hiciera cambiar de parecer. Sabía que moriría, ¡lo sabía! pero debía despedirse. Deseaba con todas sus fuerzas tenerla ahí...
Al llegar a su meta se sentó a esperarla y la vio llegar en un automóvil. Se alegró inmensamente, y agradeció tener la fuerza suficiente para al menos ver su silueta. Cerró los ojos, feliz, y dejó escapar un débil gemido de alegría.
Ella lo vio y le sonrió sintiendo esa calma que la invadía cada vez que lo veía, pero tenía algo de afán por dejar sus cosas dentro de la casa, por lo que siguió hacia adelante. Al dejarlas y ponerse más cómoda le empezó a echar en falta inmediatamente.
¿Dónde está mi gruñón que no entró conmigo?»
Pensó ella al percatarse de su ausencia y lo buscó donde lo vio sentado instantes antes. Ahí estaba él, su fiel amigo, yaciendo ya casi muerto. Ella lloró al notar el gran esfuerzo que el pobre había realizado para llegar hacia su destino sólo para poder verla al llegar. Sintió un vacío abismal que no podía consolar con nada.
—No me dejes sola.
Le dijo llorando y acariciando su pelaje. Ella lo amó desde que lo vio de cachorro, y recordó todo el tiempo que compartieron juntos. Se despidió con un beso entre lágrimas y como pudo le susurró «espérame del otro lado»
El perro volvió a abrir sus ojos, la miró con un gesto de aprobación y pensó alegremente «te pude ver».