Un día montando bicicleta en el vecindario noté que desde la ventana de una de las casas que quedaba en mi vía (tenía una ruta establecida para cada tarde hasta que mi bicicleta se averió) se asomaba una hermosa mujer de largos cabellos marrones y ondulados, la nariz más perfilada que alguna vez haya visto y esa mirada perdida que contenía millones de suspiros alegres, lo sé por su sutil sonrisa. Esta mujer solo se concentraba en una cosa, el cielo, sus nubes; o al menos eso puedo suponer. Rápidamente desvié mi mirada hacia la inmensidad de nuestra atmósfera que no nos permite ver el espacio exterior y no noté nada nuevo más que las impredecibles y hermosas nubes así que giré mi mirada hacia el rostro lleno de calma de aquella hermosa mujer. Soy un romántico de las nubes y siempre las veo mas no sabía cuando podría yo volver a estar en las nubes. Me quedé observándola hasta que se hizo un poco tarde. Ella estaba en su mundo, nunca me notó. Al llegar a mi casa, como es de costumbre, sí observé las nubes, y esta vez yo estaba en ellas.

¿Que si volví?

Sí, más nunca la vi asomada.