¡Heil Obama! El fascista estado americano

in spanish •  7 years ago  (edited)

Traducido con la autorización expresa del gran Lew Rockwell @lewrockwell. de puño y letra, por email.

Exposición de Lew Rockwell en la Cumbre de Arizona de Casey Research, Cuando muere la moneda

Agradezco a Doug Casey y su fantástico equipo por permitirme el honor de dirigirme a este gran grupo, que, debo decir, me llena de optimismo. Hoy voy a hablar del tema que Doug me pidió que tratara, que es si América se encamina al fascismo. Tal vez podría resumir mi charla simplemente diciendo ¡Heil Obama!, pero no lo voy a hacer (risas del público).

Todos sabemos que el término “fascista” es peyorativo. Se usa para describir cualquier posición política que no le gusta al que habla. No hay nadie en estos días que esté dispuesto a pararse y decir “Yo soy fascista. Creo que el fascismo es un gran sistema político y económico”.

Pero yo sostengo que, si fueran verdaderamente honestos, la gran mayoría de los políticos, intelectuales, y activistas políticos, deberían decir exactamente eso.

El fascismo es el sistema de gobierno que carteliza el sector privado, planifica centralmente la economía para subsidiar a los productores, exalta al estado policial como fuente de orden, niega derechos y libertades fundamentales al individuo, y hace al poder ejecutivo el amo ilimitado de la sociedad.

Esto describe la política dominante hoy en América. No sólo en América; esto es cierto en Europa, también. En efecto, tanto se ha vuelto parte del pensamiento central que ya apenas se nota.

Es cierto que el fascismo no cuenta con un aparato teórico superior. No existe ningún teórico mayor como Karl Marx. Esto no lo hace un sistema social, económico y político menos definido o real. El fascismo también resalta como un estilo bien definido de manejo social y económico. Y sostengo que es una amenaza mucho mayor, para la civilización, que el socialismo en todo su esplendor.

Esto es porque sus rasgos han sido parte integrante de nuestra vida, y por tanto tiempo, que nos resultan casi invisibles.

Pero, siendo el fascismo invisible para nosotros, es ciertamente nuestro asesino silencioso. Carga un estado enorme, violento y pegajoso sobre el mercado, que chupa el capital y la productividad como un parásito mortal a su organismo anfitrión. El estado fascista es la economía vampiro. Se chupa la vida económica de un país, causando una muerte lenta a la que fuera una economía pujante.

Déjenme darles un ejemplo reciente. Últimamente la prensa se llenó de datos del censo de USA de 2010. Los titulares hacían énfasis en un gran aumento en la tasa de pobreza, el mayor de los últimos 20 años, y llegando al 15%.

La mayoría de la gente oye esto y lo descarta, probablemente con buenas razones. Al final, los pobres de este país no son pobres según ningún parámetro histórico. Tienen teléfonos celulares, televisión por cable, autos, comida en abundancia, mucho ingreso disponible para gastos. Por otra parte, no hay una clase fija que pueda llamarse “los pobres”. La gente entra y sale, dependiendo de su edad o sus particulares circunstancias de vida. Además, en la política americana, cuando oímos la cháchara sobre los pobres todos sabemos lo que se pretende: dejen que el gobierno les meta otra vez la mano en el bolsillo.

Pero oculto en el informe hay otro hecho, que tiene un significado mucho más profundo. Es sobre el ingreso medio de las familias, en valores reales.

Lo que los datos revelan, este año, es devastador. Desde 1999, el ingreso medio de los hogares cayó 7.1%. Desde 1989 el ingreso medio de las familias casi no se modificó. Y desde el fin del patrón oro, casi no ha crecido en absoluto. La gran maquinaria de generación de riqueza que América supo ser, está fracasando.

Ya las generaciones no pueden esperar una vida mejor que la de la anterior. El modelo económico fascista ha matado lo que una vez se llamó “el sueño americano”. Y, por supuesto, la realidad es peor que lo que revelan las estadísticas. Porque debemos considerar cuántos ingresos hay en un mismo hogar, para llegar el ingreso total. Después de la segunda guerra mundial, con la masiva y magnífica reducción del ingreso del gobierno, y del gasto militar, un solo ingreso por familia pasó a ser la norma. Pero luego se destruyó la moneda, y los ahorros de los americanos fueron barridos, y el capital básico de la economía fue devastado.

Fue aquí que los hogares empezaron a tener dificultades para mantenerse a flote. El año 1985 fue el punto de inflexión. Fue en ese año cuando se volvió más común ver dos ingresos por hogar, que uno. Las madres ingresaron en la fuerza laboral, para mantener los ingresos familiares.

Y los intelectuales celebraron esta tendencia, como si representara liberación. Alabado sea el señor, todas las mujeres, en todos lados, se suman a los registros fiscales, como valiosos contribuyentes al tesoro del estado. La verdadera causa fue el ascenso de la moneda fiduciaria, que depreció el dinero, se robó los ahorros, y empujó a la gente a integrar las nóminas de trabajadores y contribuyentes.

Esta historia no surge si miramos solamente estos datos. Para descubrirla hay que ver la demografía.

Básicamente, el enorme cambio demográfico aportó a las familias otros veinte años de aparente prosperidad. Es difícil llamarla así, ya que en realidad no hubo opción al respecto. Si querías seguir viviendo el sueño, el hogar ya no se las arreglaba con un solo ingreso.

Pero este cambio enorme no fue más que un paliativo. Trajo veinte años de leve incremento del ingreso, pero luego la tendencia de los ingresos se niveló de nuevo. En la última década volvimos al fracaso y a la caída. Hoy, el ingreso medio de las familias está apenas por encima del nivel que tenía cuando Nixon hundió el dólar, estableció controles de precios y salarios, creó la EPA y muchas otras agencias federales, y todo el aparato parásito de bienestar y guerra se afianzó y se volvió universal.

Sí, esto es fascismo, y nosotros estamos pagando el precio. El sueño está siendo destruido.

Las conversaciones en Washington sobre reforma, en boca de republicanos o demócratas, son una broma de mal gusto. Hablan de pequeños cambios, pequeños recortes. De las comisiones que van a establecer. De los límites que van a imponer, en el futuro. Todo ruido, por supuesto. Nada de esto resolverá el problema, en lo más mínimo.

El problema está a un nivel más fundamental. Es la calidad de la moneda. Es la mera existencia de miles de agencias regulatorias. Es la asunción general de que uno debe pagarle al estado por el privilegio de trabajar. Esto significa presuponer que el gobierno debe administrar todos y cada uno de los aspectos del orden económico capitalista, refrendando su calidad de estado total. Y el problema es que el sufrimiento y la decadencia persistirán mientras exista este estado total.

Es un hecho que la última vez que alguien se preocupó por el fascismo fue durante la segunda guerra mundial. Se nos decía que estábamos enfrentándonos a este perverso sistema, en el extranjero. USA venció a esos gobiernos fascistas, pero la filosofía de gobierno que representaban no fue derrotada. Apenas después de esa guerra, otra empezó. La Guerra Fría, capitalismo contra comunismo. En este caso, el socialismo era visto como una forma suavizada de comunismo, tolerable, y hasta encomiable en la medida que se asociaba con democracia, el sistema que legaliza y legitima el saqueo constante de la población.

Mientras tanto, todos habían olvidado que hay otros sabores de socialismo, y no todos de izquierda. El fascismo es uno de esos sabores.

No hay duda posible de sus orígenes. Está ligado a la historia de la política italiana después de la primera guerra mundial. En 1922, Benito Mussolini ganó una elección democrática, y estableció el fascismo como su filosofía. Mussolini había sido miembro del partido socialista.

Todos los actores mayores y más importantes del movimiento fascista provenían de los socialistas. El fascismo era una amenaza para los socialistas, porque era el vehículo político más atractivo para la aplicación, en el mundo real, del impulso socialista. Los socialistas cruzaron la vereda para unirse a los fascistas, en masa.

Ésta es también la razón de que el mismo Mussolini tuviera tan buena prensa, por más de diez años desde que comenzó su gobierno. Era alabado en artículo tras artículo en el New York Times, era promovido en colecciones académicas como ejemplo del tipo de liderazgo que necesitábamos, en la era de la sociedad planificada. Las piezas halagüeñas eran comunes en la prensa americana durante todo el final de la década de 1920, y hasta mediados de la década de 1930.

En ese mismo período, la izquierda americana sufrió un viraje muy grande. En las décadas de 1910 y 1920, la izquierda americana tenía un muy loable sentimiento anticorporativo. En general se habían opuesto a la guerra, al sistema penal manejado por el estado, a la prohibición del alcohol, a las violaciones de las libertades civiles. Obviamente no eran amigos del capitalismo, pero tampoco lo eran del estado corporativo del tipo del que forjó FDR, durante el New Deal.

En 1933 y 1934 la izquierda americana tuvo que elegir: si aceptaban el corporativismo y la regimentación del New Deal, o si adoptaban una postura principista basada en sus valores liberales. En otras palabras: si aceptarían el fascismo como una meta a mitad de camino hacia su utopía socialista. Se dio una batalla en ese tiempo, y hubo un claro ganador. El New Deal hizo una oferta que la izquierda no pudo rechazar. Y fue un pequeño paso: de aceptar la economía planificada fascista, a celebrar el estado guerrero en que concluyó el período del New Deal.

Esto es una mera repetición de lo que había sucedido en Italia una década antes. También en Italia la izquierda se dio cuenta de que la mejor forma de concretar su agenda anticapitalista era dentro del marco del estado autoritario y planificador. Claro: nuestro amigo John Maynard Keynes estaba jugando un papel crítico, al proveer una justificación seudocientífica para juntar la oposición al antiguo laissez faire con una nueva valoración de la sociedad planificada. Recordemos que Keynes no era un socialista a la antigua. Como él mismo sostuvo en la introducción a la edición nazi de la Teoría General: “El nacional socialismo es mucho más benévolo con nuestras ideas que una economía de mercado”.

El estudio más destacado sobre el nazismo escrito en aquellos días fue Mientras Vamos Marchando, de John T. Flynn. Flynn fue un gran periodista y académico, con un espíritu liberal. Escribió varios libros de gran tiraje en la década de 1920. Seguramente en aquella época lo más acertado sería calificarlo como progresista. Pero el New Deal lo cambió. Todos sus colegas siguieron a FDR en su fascismo, mientras Flynn mantuvo su vieja fe, que lo hizo combatir a FDR en cada etapa, y no sólo en sus políticas domésticas. Flynn fue figura del movimiento America First, que veía el hecho de que FDR nos metiera en la guerra simplemente como una extensión del New Deal: cosa que ciertamente era.

Como Flynn integraba lo que Murray Rothbard más tarde llamaría “la vieja derecha”, terminó oponiéndose tanto al estado de bienestar como al estado belicista. Después de la guerra, su nombre se perdió en el agujero Orwelliano de la memoria, cuando los conservadores americanos decidieron copiar a FDR.

Mientras Vamos Marchando apareció en 1944, justo al final de la guerra y justo en medio de los controles económicos que la guerra generó en el mundo entero. Es increíble cómo pasó la censura. Siendo un estudio completo de la teoría y práctica fascistas, muestra claramente dónde termina el fascismo: usando la militarización y la guerra como estímulos de demanda. Cuando ya no queda nada en qué gastar dinero, siempre se puede contar con el fervor nacionalista que respaldará un incremento del gasto militar.

Analizando la historia del ascenso del fascismo, Flynn escribió: “Uno de los fenómenos más desconcertantes del fascismo es la casi increíble colaboración entre hombres de la extrema derecha y hombres de la extrema izquierda, para su creación. La explicación radica en esto: la izquierda y la derecha”, dijo, “se unen en su sed de regulación. Los motivos, los argumentos, las formas de expresión, eran diferentes, pero todas iban en la misma dirección. Y ésta era que el sistema económico debe ser controlado en sus funciones esenciales, y que ese control debe ser ejercido por los grupos productores”.

Flynn escribe que la izquierda y la derecha no se ponen de acuerdo en quién es el que encaja en el papel de grupo productor. La izquierda tiende a proponer al trabajo como productor. La derecha tiende a proponer a los empresarios como productores. El acuerdo político, tanto en aquel momento como ahora, termina siendo cartelizar a ambos.

El gobierno fascista se vuelve el instrumento de cartelización tanto de trabajadores como de empresarios privados capitalistas. La competencia, tanto entre trabajadores como entre negocios, se considera un desperdicio sin sentido. La élite política decide que estos grupos deben juntarse y cooperar, bajo la supervisión del gobierno, para construir una nación poderosa.

Los fascistas siempre han estado obsesionados con la idea de grandeza nacional. Para ellos esto no consiste en una nación de gente que es cada vez más próspera, viviendo vidas cada vez mejores y más largas. La grandeza nacional, en cambio, ocurre cuando es el estado el que se embarca en programas gigantescos para construir monumentos nacionales enormes, aborda programas a nivel nacional como ser la construcción de sistemas de transporte, esculpir el monte Rushmore, abrir el Canal de Panamá, y así.

En otras palabras: la grandeza nacional no es lo mismo que nuestra grandeza, o la grandeza de nuestra familia, o la grandeza de nuestra empresa. Al contrario, para alcanzar la grandeza debemos ser gravados, el valor de nuestro dinero debe ser depreciado, nuestra privacidad invadida, y nuestro bienestar reducido. Con este enfoque, el gobierno tiene que hacernos grandes.

Trágicamente, un programa de este tipo tiene posibilidades de éxito político mucho mayores que el socialismo a la vieja usanza. El fascismo no nacionaliza los bienes de propiedad privada, como hace el socialismo. Esto significa que la economía no colapsa inmediatamente. El fascismo tampoco promueve la igualdad de ingresos. No se habla de abolir el matrimonio, o nacionalizar a los niños.

La religión, en vez de abolirse, se usa como herramienta de manipulación política. En esto, el estado fascista fue mucho más astuto políticamente que el comunismo. Entrelazó religión y estatismo, como un solo paquete que estimula que Dios sea adorado, en tanto el estado sea visto como el intermediario.

Bajo el fascismo, la sociedad que conocemos se mantiene intacta, aunque todo es supervisado por un poderoso aparato estatal. Mientras que la prédica del socialismo tradicional ensalzaba una perspectiva global, el fascismo era explícitamente nacionalista. Abrazaba y exaltaba la idea del estado-nación.

En cuanto a la burguesía, el fascismo no busca expropiarlos. Por el contrario, la clase media obtiene lo que quiere, en forma de seguridad social, atención médica, y fuertes dosis de orgullo nacional.

Es por todas estas razones que el fascismo adopta un molde derechista. No ataca los valores fundamentales de la burguesía, sino que se apoya en ellos para cosechar apoyo para establecer, con una base democrática, regimentación completa a nivel nacional, control económico, censura, cartelización, intolerancia política, expansión geográfica, control desde el poder ejecutivo, estado policial, y militarización.

Personalmente no tengo problema en ver el programa fascista como de derecha, aunque sí cumple algunos aspectos del sueño de la izquierda. El tema crucial en esto se relaciona con su atractivo público para grupos demográficos que normalmente se inclinan por ideas políticas de derecha.

Puestos a pensar, el estatismo de derecha tiene color, envase y tono diferentes del estatismo de izquierda. Cada uno de ellos es diseñado para atraer a un grupo distinto de votantes, con un conjunto diferente de valores e intereses.

Sin embargo, estas divisiones no son estrictas. Ya vimos cómo un programa socialista de izquierda puede adaptarse y convertirse en un programa fascista de derecha, con muy poquitos cambios en su sustancia, que no sean simplemente cambios en su programa de marketing.

La paradoja de que casi todos los demás eligieran ignorar lo que él veía asqueaba a John T. Flynn. Que, al tiempo que luchaba fuera de fronteras contra regímenes autoritarios, el gobierno de USA adoptaba esa misma forma de gobierno internamente. Control de precios, racionamiento, censura, dictadura del ejecutivo, y hasta campos de concentración para grupos enteros que eran considerados poco confiables en su lealtad al estado.

Luego de su análisis histórico, Flynn procede a establecer un resumen de ocho puntos que considera las señas de un estado fascista.

Al presentarlos iré ofreciendo comentarios sobre el estado centralista americano moderno.

Punto uno. El estado es totalitario, ya que no reconoce límites a sus poderes.

Este aspecto es muy revelador. Sugiere que el sistema político de USA puede considerarse totalitario. Este comentario resulta chocante para la mayoría. Pueden rechazar esta caracterización, siempre y cuando no se vean directamente enredados en la telaraña del estado. Si eso pasara, descubrirían rápidamente que lo que el estado puede hacer no tiene límites. Esto puede pasarnos al subir a un avión, al dar una vuelta en auto por el barrio, o cuando alguna agencia del gobierno decide agarrárselas con nuestra empresa. Al final, deberemos obedecer, o seremos encerrados como animales. Así, podemos creernos tan libres como queramos, pero todos estamos potencialmente a un paso de Guantánamo.

En tiempos tan cercanos como la década de los noventa, soy capaz de recordar que había momentos que hasta Clinton parecía reconocer que había algunas cosas que su administración no podía hacer. Hoy, no estoy seguro de recordar a ningún jerarca del gobierno que mencionara las limitaciones establecidas por la ley, o las establecidas por la realidad, con respecto a lo que el gobierno puede, o no puede hacer. No hay ningún aspecto de la vida que la intervención del gobierno no afecte. Y muchas veces adopta formas que en principio no vemos. Sabemos que todo lo relacionado con lo que se llama salud pública está regulado. Pero lo mismo pasa con cada elemento de nuestra comida, transporte, vestimenta, productos para el hogar, hasta relaciones personales.

El propio Mussolini presentaba el principio de esta forma: “Todo en el estado, nada fuera del estado, nada contra el estado”. También dijo: “La piedra fundamental de la doctrina fascista es su concepción del estado. De su esencia, sus funciones, y sus fines. Para el fascismo el estado es absoluto; los individuos y los grupos, relativos”.

Yo pongo a su consideración que esta es la ideología que prevalece en USA hoy. Esta nación, que fue concebida en libertad, ha sido raptada por el estado fascista.

Punto dos. El gobierno es una dictadura de facto, basada en el principio de liderazgo.

Yo no diría que realmente tenemos una dictadura de una sola persona, en este país. Aunque sí tenemos una forma de dictadura, de un sector del gobierno, sobre el país entero. La rama ejecutiva se ha expandido tan dramáticamente en el correr del último siglo, que hablar de oposición de intereses resulta una broma. Lo que los niños aprenden en clase de educación cívica no tiene nada que ver con la realidad.

El poder ejecutivo es el estado que conocemos, desde la Casa Blanca para abajo. El rol de los juzgados es aplicar los designios del ejecutivo. El rol del legislativo es ratificar la política del ejecutivo.

Además, el ejecutivo no es la persona que parece estar al frente. El presidente es tan sólo la fachada, y las elecciones sólo el ritual de viaje a que somos sometidos para otorgar algo de legitimidad a la institución. En realidad, el estado vive y medra por fuera de cualquier mandato democrático. En él encontramos el poder de regular todos los aspectos de la vida, y el vil poder de crear el dinero necesario para alimentar este reinado del ejecutivo.

En cuanto al principio de liderazgo, no hay mayor mentira en la vida pública americana que la propaganda que oímos cada cuatro años sobre cómo el nuevo presidente mesías nos va a conceder la gran bendición de la paz, igualdad, libertad, y felicidad humana en general. La idea de esto es que la totalidad de la sociedad está en realidad moldeada y controlada por una única voluntad. Un concepto que requiere un acto de fe tan vasto, que uno debe desestimar todo lo que sabe de la realidad para creerlo.

Y sin embargo la gente cree. La añoranza de un mesías alcanzó un pico febril en la elección de Obama. Una religión cívica instauró una total adoración del ser humano más grande que jamás haya vivido, o vaya a vivir. Qué despliegue más despreciable.

Otra mentira que el pueblo americano se cree es que las elecciones presidenciales traen consigo un cambio de régimen. Esto es un completo sinsentido. El estado de Obama es el estado de Bush. El estado de Bush era el estado de Clinton. El estado de Clinton era el estado de Bush. El estado de Bush era el estado de Reagan. Podemos rastrear esto más y más atrás en el tiempo viendo cómo se solapan mandatarios, burócratas, tecnócratas, diplomáticos, jerarcas de la Reserva Federal, élites financieras, y así. La rotación de los mandatos no sucede por las elecciones, sino por la mortalidad.

Punto tres. El gobierno administra un sistema capitalista, con una burocracia inmensa.

Nuestra administración burocrática es una realidad que nos ha acompañado por lo menos desde el New Deal, cuyo modelo fue la burocracia planificadora que vivió durante la primera guerra mundial. Una economía planificada, sea la de Mussolini o la nuestra, requiere de burocracia. La burocracia es el corazón, los pulmones y las venas del estado planificador. Y así, regular una economía de manera tan extendida como sucede con esta economía hoy, es matar a la prosperidad con un billón de minúsculos cortes.

No significa, necesariamente, un crecimiento económico negativo desde el principio. Ciertamente significa matar crecimiento que habría ocurrido en una economía de mercado.

¿Dónde está nuestro crecimiento? ¿Dónde están los beneficios en términos de paz que se suponía vendrían con el fin de la guerra fría? ¿Dónde están los frutos de los asombrosos progresos en eficiencia que la tecnología nos otorgó? Fue todo comido por la burocracia, que maneja cada uno de nuestros movimientos, en cualquier lugar del planeta. Ese monstruo voraz e insaciable, como bien podríamos llamar al Código Federal, que recurre a miles de agencias para ejercer el poder policial de impedirnos vivir vidas libres.

Como dijo Bastiat, y también Hazlitt: el verdadero costo del estado está en la prosperidad que no vemos, los puestos de trabajo que no existen, las tecnologías a las que no accedemos, las empresas que no llegan a existir, y el futuro luminoso que nos es robado. El estado nos ha saqueado, tanto como un ladrón que entra en nuestra casa en la noche y se roba todo lo que amamos.

Punto cuatro. Los productores se organizan en carteles, al estilo de los sindicatos.

Ahora bien, normalmente no vemos a nuestro sistema económico actual como sindicalismo. Pero recordemos que sindicalismo significa control económico en manos de los productores. El capitalismo es diferente, ya que, en virtud de las estructuras del mercado, deposita todo el control en los consumidores. El único interrogante con respecto al sindicalismo es, entonces, qué productores van a disfrutar de privilegios políticos. Podrían ser los trabajadores, pero también podrían ser las grandes corporaciones.

En el caso de USA, si pensamos solamente en los últimos tres años, hemos visto que bancos gigantes, firmas farmacéuticas, empresas de seguros, empresas automotrices, casas bursátiles de Wall Street, empresas hipotecarias cuasiprivadas, han sido beneficiados con vastos privilegios, a expensas de nosotros.

Esto también es una expresión de la idea sindicalista, que le ha costado a la economía americana cifras que llegan a los trillones, y que, al evitar los ajustes post boom que el mercado habría establecido, mantuvo la depresión económica. El gobierno ajustó su lazo sindicalista, en nombre del estímulo.

Punto cinco. La planificación económica se basa en el principio de autarquía.

La autarquía es el nombre dado a la autosuficiencia económica. Principalmente se refiere a la autodeterminación económica del estado-nación. El estado-nación debe ser enorme geográficamente, para poder mantener un crecimiento económico rápido para una población numerosa y creciente.

Esta fue, y es, la base del expansionismo fascista. El fascismo cree que, sin expansión, el estado muere. También es la idea que hay atrás de la extraña combinación presente de presiones proteccionistas y militarismo, que en parte es impulsada por la necesidad de controlar recursos.

Miren las guerras en Irak, Afganistán y Libia, por sólo mencionar tres. Seríamos soberanamente ingenuos si no creyéramos que estas guerras no están parcialmente motivadas por el interés de los productores de la industria petrolera. Esto es cierto también para el imperio americano en general, con respecto a su empuje en apoyo de la hegemonía del dólar.

Es la razón de la unión norteamericana que se viene planeando.

El objetivo es la autosuficiencia nacional, y no un mundo de comercio pacífico. Observen también los impulsos proteccionistas de la fórmula electoral republicana. No hay un solo candidato republicano, que no sea Ron Paul, que sinceramente esté a favor del libre comercio, en su definición clásica.

Desde la antigua Roma hasta la América moderna, el imperialismo es una forma de estatismo que la burguesía ama. Esta es la razón por la que el empuje post 911 que dio Bush al imperio global pudo ser vendido como amor a la patria, en vez de lo que claramente es: el saqueo de la libertad y la propiedad para beneficiar a las élites políticas.

Seis. Es el gobierno el que mantiene la vida económica, por medio del gasto y el endeudamiento.

Este punto casi no requiere explicaciones, ya que ha dejado de estar oculto. Hubo estímulo uno, estímulo dos, ambos tan desprestigiados que el estímulo tres tendrá que tomar otro nombre; llamémoslo “Ley del Empleo Americano”.

En un discurso emitido en el horario central, Obama hizo su argumentación a favor de este programa, con algunos de los análisis económicos más burros que he oído (aplausos del público). Caviló, preguntándose cómo es que hay gente desocupada mientras las escuelas, los puentes, y la infraestructura requieren ser reparadas. Exigió que demanda y oferta se junten, para calzar el trabajo que se necesita, con empleos.

¿Perdón? Las escuelas, los puentes y la infraestructura que menciona Obama son todos construidos y mantenidos por el gobierno. Es por eso que se caen a pedazos (risas del público). Y la gente no consigue trabajo porque el gobierno ha hecho que sea demasiado caro contratarlos. No es complicado. Sentarse y soñar otros escenarios no es diferente de intentar que el agua fluya cuesta arriba, o que las rocas floten en el aire. Se reduce a la negación de la realidad.

Aún así, Obama prosiguió, invocando la vieja añoranza fascista de grandeza nacional. “Construir un sistema de transporte de primera calidad a nivel mundial”, dijo, “es parte de lo que nos hizo una superpotencia económica”. Después preguntó: “¿Nos vamos a quedar sentados, mientras China construye aeropuertos más modernos que los nuestros, o carreteras más rápidas que las nuestras?”.

Y bueno, la respuesta es sí. ¿Saben una cosa? No hay un solo americano que salga perjudicado por el hecho de que una persona viaje, en China, en un sistema ferroviario más rápido que el que tenemos nosotros. Sostener otra cosa es simplemente incitar a la histeria nacionalista.

En cuanto al resto de su alocución, Obama prometió, por supuesto, otra larga lista de programas de gasto público. Simplemente, digamos la pura realidad. Ningún gobierno en la historia del mundo ha gastado tanto, se ha endeudado tanto, y ha creado tanta moneda falsa como USA.

Pero ninguno de esto sería posible, si no fuera por la participación de la Reserva Federal, el gran prestamista del mundo. Esta institución es absolutamente crítica para la política fiscal de USA. No hay forma de que la deuda nacional pueda crecer a una tasa de cuatro billones de dólares por día, sin esta institución.

Bajo el patrón oro, todo este gasto maniático se terminaría. Y si la deuda americana fuera cotizada en el mercado incorporando el riesgo de default, veríamos una calificación mucho menor que A+.

Punto siete. El militarismo es el ancla del gasto público.

¿Han notado alguna vez que el gasto militar nunca se discute en serio en los debates sobre política económica? USA gasta más que casi todo el resto del mundo junto.

Sin embargo, uno oye a nuestros líderes decir que USA es una pequeña república comercial, que quiere la paz pero que es constantemente amenazada por el resto del mundo. Les encantaría que creyéramos que todos nosotros estamos desnudos, y somos vulnerables. Por supuesto que esto es una espantosa mentira. USA es un imperio militar global, el mayor de la historia del mundo, y la principal amenaza presente a la paz, en todo el mundo.

Es realmente impactante visualizar el gasto militar de USA comparado con el de otros países. Un gráfico de barras que se encuentra fácilmente en Internet muestra que el presupuesto militar de USA de más de un trillón de dólares es un rascacielos, rodeado de diminutas chozas. El país con el siguiente mayor gasto, China, gasta menos del 10% de lo que gasta USA.

¿Dónde está el debate sobre esta política? ¿Dónde está la discusión? Simplemente no ocurre, ya que ambos partidos asumen que es esencial para el modo de vida de USA que USA sea el país más mortífero del planeta, que amenaza a todos con la extinción nuclear, a menos que obedezcan. Esto debería ser considerado indignante, fiscal y moralmente, por cualquier persona civilizada.

Tal vez ni el mismo Mussolini habría aceptado este nivel de gasto militar. Pero no hablamos sólo de las fuerzas armadas, la CIA, y otros escuadrones de la muerte. Es también la policía, a todos los niveles, con su actitud militar. Vale para la policía local, la policía estatal, hasta las guardias de frontera de nuestras comunidades. La mentalidad de comisario. La postura de matón, con el gatillo fácil, se ha vuelto la norma en todos los niveles de la sociedad.

Si quieren presenciar algo indignante, no es difícil. Simplemente ingresen al país desde Canadá o México. Observen a los matones con chalecos antibalas paseando sus perros por los corredores, registrando a la gente al azar, acosando a los inocentes, haciendo preguntas sobre cosas que no los incumben en absoluto.

Uno tiene la fuerte impresión de entrar en un estado policial. Por supuesto que esa impresión es correcta.

Y sin embargo, para el hombre de la calle la solución a todos los problemas sociales parece ser más cárceles, condenas más largas, más fuerza pública, más poder arbitrario, más mano dura, más autoridad, más pena capital. ¿Dónde termina todo esto? ¿Llegará ese final antes de que nos enteremos de qué le pasó a nuestro país, que una vez fue libre?

Punto ocho. El gasto militarista es con fines imperialistas.

Ronald Reagan solía sostener que su crecimiento militar era esencial para mantener la paz. La historia de la política exterior americana desde los 80 mostró que estaba equivocado. Tuvimos una guerra tras otra. Guerras llevadas a cabo por USA contra estados que no llenaban los requisitos, y la creación de más y más estados satélite y colonias.

Nuestra fortaleza militar no lleva a la paz, sino todo lo contrario. Ha hecho que la mayoría de los pobladores del mundo vean a USA como una amenaza, y ha llevado a incontables guerras contra un gran número de países. Nos olvidamos de que, en Nuremberg, el primer crimen contra la humanidad era definido como “hacer la guerra de agresión”.

Se suponía, por supuesto, que Obama iba a terminar con esto. Todos sus partidarios creían eso. Por el contrario, hizo lo opuesto. Aumentó el número de efectivos, afianzó las guerras en curso, empezó nuevas. La realidad es que ha encabezado un estado guerrero tan despiadado como cualquiera de los anteriores. La diferencia es que la izquierda ya no critica el rol de USA en el mundo. Desde este punto de vista, Obama puede ser lo mejor que jamás le haya ocurrido a los belicistas y al complejo industrial militar.

En cuanto a la derecha americana, hubo un tiempo en que se oponía a este fascismo militarista. Pero eso cambió al comienzo de la guerra, la guerra fría. La derecha fue guiada hacia un viraje ideológico terrible, muy bien documentado en la desatendida obra maestra de Murray Rothbard, La Derecha Americana Fue Traicionada. Con la excusa de frenar al comunismo, la derecha terminó siguiendo al ex agente de la CIA Bill Buckley, en su apoyo a una burocracia totalitaria dentro de fronteras, para llevar adelante guerras en todo el mundo.

Al final de la guerra fría hubo un breve rebrote, en el que la derecha de este país recordó sus raíces no intervencionistas. Pero esto no duró mucho. George Bush Primero reavivó el espíritu militarista con su primera guerra contra Irak. Y, desde ese momento, no ha habido más cuestionamientos a los fundamentos del imperio americano. Aún hoy, es enardeciendo a su audiencia con amenazas extranjeras que los republicanos arrancan más aplausos. Nunca mencionan la verdadera amenaza que se cierne sobre el bienestar de los americanos, que está dentro de casa.

No se me ocurre nada más prioritario en el presente que una alianza antifascista seria y efectiva. En cierto modo, ya está surgiendo. No es una alianza formal. Se compone de los que protestan contra la Reserva Federal, los que se niegan a aceptar las políticas fascistas dominantes, los que buscan la descentralización, los que reclaman menores impuestos y libre comercio, los que tratan de ejercer su derecho de asociarse con quien quieran, y de desasociarse de quien quieran, los que procuran ejercer su derecho a comprar y vender según su elección personal, los que educan a sus hijos ellos mismos, los inversores y ahorristas que hacen posible el crecimiento económico, los que no quieren que los palpen en los aeropuertos, y los que se han vuelto expatriados.

También se compone de los millones de empresarios independientes que están descubriendo que la principal amenaza para su capacidad de servir a otros a través del mercado es la institución que dice ser nuestro mayor benefactor: el gobierno.

¿Cuánta gente integra este grupo? Yo creo que son más que los que nosotros conocemos. El movimiento es intelectual, es político, es cultural, es ideológico. Viene de todas las clases, razas, países y profesiones. Ha dejado de ser un movimiento nacional. Es verdaderamente global.

Ya no podemos saber a priori si sus miembros se consideran de izquierda, de derecha, independientes, libertarios, anarquistas, o lo que sea. Incluye gente tan dispar como padres que educan en casa a sus hijos en las zonas suburbanas, o padres urbanos cuyos hijos integran el grupo de dos millones y medio de personas que languidecen en la cárcel sin una razón valedera, en un país que tiene la mayor población carcelaria del mundo.

¿Qué quiere este movimiento? No quiere más que dulce libertad. No pide que la libertad le sea asegurada o conferida. Sólo pide la libertad que promete la vida misma, y que sin duda existiría si no fuera por el ­­estado Leviatán que nos roba, nos etiqueta, nos encierra, nos mata.

Este movimiento no se va. Todos los días nos vemos rodeados por evidencia de que es cierto y correcto. Día a día se hace más y más obvio que el estado no contribuye absolutamente nada a nuestro bienestar, y que, por el contrario, lo reduce enormemente.

Allá por 1930, y hasta 1980 incluso, los partidarios del estado rebosaban ideas. Tenían teorías y planes. Tenían muchos intelectuales que los respaldaban. Estaban muy entusiasmados con el mundo que estaban creando. Darían fin a los ciclos económicos, traerían avance social, desarrollarían la clase media, curarían enfermedades, traerían seguridad para todos, y muchas cosas más. El fascismo creía en sí mismo.

Creo que esto ha dejado de ser cierto. Como el comunismo perdió la fe en sí mismo, a mi me parece que el fascismo a perdido la fe en sí mismo. Ya no surgen grandes ideas ni grandes proyectos. Ni siquiera sus partidarios creen que pueda lograr lo que se propone. El mundo que crea el sector privado es tanto más útil y hermoso que todo lo que el estado haya hecho alguna vez, que los propios fascistas están desmoralizados, y son conscientes de que sus planes no tienen fundamento intelectual.

Cada vez es más difundida la certeza de que el estatismo es una gran mentira. El estatismo genera exactamente lo opuesto de lo que promete. Promete seguridad, prosperidad, y paz. Nos da miedo, pobreza, guerra, y muerte. Si queremos un futuro, ese futuro será el que construyamos nosotros. El estado fascista no nos lo dará. Todo lo contrario: nos obstruye el camino.

Y me he dado cuenta también de otra cosa. Tal vez el viejo romance de los liberales clásicos con la idea de estado limitado haya terminado. Hoy, es mucho más probable que la gente joven reciba la idea que hace cincuenta años se creía impensable. La idea de que la sociedad está mejor sin estado.

Yo señalaría el ascenso de la teoría anarcocapitalista como el viraje intelectual más dramático que ha ocurrido durante toda mi vida adulta. La visión del estado como el guardián nocturno que salvaguarda nuestros derechos fundamentales, resuelve disputas, y protege la libertad, es cosa del pasado.

Esta visión es penosamente ingenua. El guardián nocturno es el que tiene las armas. Es el que tiene el derecho legal de agredir. El que controla todo lo que entra y todo lo que sale. El que está instalado en la altura, y todo lo ve. ¿Quién lo vigila a él? ¿Quién limita su poder? Nadie, y éste es precisamente el origen de los mayores males de la sociedad. No hay constitución, o elecciones, o contrato social que puedan contrarrestar su poder.

El guardián nocturno ha obtenido el poder total. Es el estado total. El que Flynn describe como un gobierno que “tiene el poder de poner en vigor cualquier ley, o de tomar cualquier medida que le parezca apropiada”. “Cuando el gobierno”, dice, “puede hacer lo que sea, sin que haya ninguna limitación a sus poderes, es totalitario, tiene poder total”.

Esto es algo que no puede seguir siendo ignorado. El poder que ha tomado el guardián nocturno no es un tema que pueda reservarse para fiestas y cócteles, o para seminarios académicos. El guardián nocturno debe ser destituido, y sus poderes deben ser distribuidos entre toda la población. Y debemos ser gobernados por las mismas fuerzas que nos brindan todas las bendiciones del mundo material.

Al final, ésta es nuestra opción: estado total, o libertad total. ¿Cuál elegiremos? Si elegimos el estado, seguiremos hundiéndonos más y más, hasta que finalmente perdamos todo lo que amamos, como civilización. Si elegimos la libertad, podremos servirnos del notable poder de la cooperación humana, que nos permitirá seguir construyendo un mundo mejor.

No hay razón para perder las esperanzas, en la lucha contra el fascismo. Por el contrario, si seguimos peleando con toda la confianza que podamos hallar, el futuro es nuestro, no de ellos.

Su mundo se cae a pedazos. El nuestro está recién empezando.

Su mundo se basa en ideas caducas. El nuestro tiene sus raíces en la verdad acerca de la libertad y la realidad.

Su mundo sólo puede mirar a sus pasados días de gloria. El nuestro mira hacia adelante, a un mundo que estamos creando nosotros mismos.

Su mundo se apoya en el cadáver del estado nación. Nuestro mundo se nutre de la energía y la creatividad de todas las personas del mundo, unidas en el noble proyecto, en el gran proyecto de crear una civilización de prosperidad, por medio de la cooperación pacífica entre los humanos.

Es cierto que las armas que tienen ellos son más grandes. Pero las armas grandes no aseguran una victoria permanente, como podemos ver en Irak y Afganistán, entre otros.

Por otro lado, nosotros tenemos la única arma que es realmente inmortal: la idea correcta. Y esto es lo que nos llevará a la victoria.

Tal vez fue Mises el que lo presentó mejor: “A largo plazo, hasta los gobiernos más déspotas, con toda su brutalidad y crueldad, no son rival para las ideas. Al final, prevalecerá la ideología que se haya granjeado el apoyo de la mayoría, y serruchará la rama en que se sienta el tirano. La mayoría oprimida se alzará, y su rebelión derrocará a los amos”. Gracias.

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