La casa, la cascada y la lanza | Microrrelato

La casa, la cascada y la lanza

No quedaba para ellos sino la casa, como el último lazo de unión con el pasado. Dentro de la casa solo se escuchaba el salpiqueo de cada paso dado por Isabel, quien subía a encontrarse con la figura de su hombre amado. Era Carlos, siempre elegante y caballeroso, quien la esperaba en el mismo lugar de siempre: al final de las escaleras. Él siempre la escuchaba y la miraba fijamente, disfrutando del bamboleo de las curvas que iban ascendiendo las escaleras. Ella lo miraba como si fuera un dios. Admiraba el paisaje pintado detrás de él. Era una cascada nocturna, casi intacta; una luna llena a su izquierda que solo lograba alumbrar la pintura plasmada; dos cocoteros que adornaban la orilla y un agujero por donde caía el agua enrojecida. La misma agua que bajaba por los escalones pisados por Isabel.

Al fin Isabel llegó al último escalón; ya estaba junto a Carlos y él le daba la espalda al cuadro más hermoso de la casa. Se miraron fijamente, ella lo abrazó y él resbaló de la lanza que lo unía a la cascada, cayendo en los brazos de su amada.