Libro introductorio recomendado sobre la reflexión poética del gran escritor mexicano

¿Conoces alguna cosa en el mundo, en el universo que no tenga nombre?

Piensa un momento, unos minutos, el tiempo que quieras… ¿has encontrado algo? Con esas nos sale la realidad, estampándonos el imposible de palpar un mundo sin palabras.

Cada cosa en el universo posee nombre.

El designar con la palabra es necesario desde el nacimiento, ¿qué es lo primero que nos dan al nacer, incluso antes del alimento?, nos nombran para darnos lugar en este universo de palabras, salvarnos de tanta orfandad.

Nuestros nombres nos determinan, hálito que configura secretamente el andar, singladura del misterio que persigue al faro del verbo en el oscuro mar de las palabras.

Dice Alfonso Reyes en La Experiencia Literaria que el lenguaje escrito no deja de ser una razón accidental del hombre, es decir, que pudo o no pudo haber sido; allí el salto cuántico del balbuceo al gesto cuneiforme en las tablillas sumerias.

Es entonces la transcripción poética, el acercamiento imagético del mundo en lo escrito, la transmutación de una realidad a otra realidad de signos que nos someten a sus arbitrariedades.

¿Te ha pasado que sabes lo que quieres decir pero no puedes? Los enamorados y enamoradas han tenido esos grandes ojos vidriosos en frente y se han quedado sin palabras, aunque con cientos emociones que no encuentran asidero en el lenguaje hablado.

Porque el hecho de que sea hablado no quiere decir que se haya desprendido del tartamudeo arquetipal al que está sujeto.

Otro extraordinario libro iniciático del filósofo francés

Damos entonces –en el lenguaje poético- la cualidad de imagen y objeto a todo lo creado, tanto tangibles e intangibles, en ese afán de asirnos, en esa aspiración de poder aprehenderlos; desde el viento a la nostalgia, desde el día a la noche, de lo invisible a lo infinito.

Mientras el ser humano pueda nombrar algo, ese algo existe para él.

Aunque el sino de nuestra generación reside en la proyección multimedia-voyeurista (redes sociales, internet, teléfonos celulares), sigue sometida al lenguaje. Este tiempo, aunque exacerbado en el protagonismo de los personajes públicos y la cultura del espectáculo, no puede negar su eterna filiación al lenguaje, como dice el venezolano Luis Britto García “el signo es nuestro sino”.

Seguimos soñando que se caen nuestros dientes, seguimos soñando que nos quedamos paralizados. En la ensoñación estáticos lloramos la imposibilidad de la huída en la obsesiva pesadilla de la persecución; la sincronicidad y el inconsciente colectivo sigue dándonos demostraciones de la gran red que nos une en la multiplicidad de las imágenes que dan vida a la realidad.

Mientras haya ese símbolo que nos une en la ensoñación, habrá poesía.

Gracias al Sr. Freud, y Bretón, por supuesto, los surrealistas nos han legado para ayer, hoy y siempre el automatismo psíquico en la literatura, en la poesía –que no es lo mismo- una es agente documentador, herramienta sistemática para clasificar lo escrito, mientras que la otra es constructo catalizador del ser, la fenomenología del espíritu que llamó Bachelard. Justifican en pleno siglo XX que la poesía puede seguir siendo vanguardia, elemento necesario para la vida humana.

Pasa que lees un poema y no lo entiendes, ¿cierto?.

Al parecer son palabras y situaciones raras, pero trata de sentirlo, no de entenderlo.

Ahí es donde te encuentras con las imágenes, pues sí, la respuesta más certera en algunos momentos sobre de qué está hecha la poesía es con palabras, pero resulta que está hecha de imágenes.

Uno de mis ensayos preferidos de la filósofa española

Al ubicar la poesía más en la imagen que en las palabras es donde comienzan –de repente – a tener sentido algunas cosas, la poesía sigue siendo el canto arquetipal, el canto modelo que fue lanzado por el primer ser vivo sobre la tierra, transmitido a través de nuestra memoria genética, encriptado en símbolos que el lenguaje escrito intenta transcribir en otros símbolos, que al momento pretenden hacernos satisfechos.

¿El grito, la incertidumbre, la emoción, la decepción, la alegría, la nada, el vacío al leer un poema? Toda la humanidad y su historia, toda la humanidad y su condición, comunicándose en ese instante a través de algunos versos que son capaces de sostener esa brevedad que nos emplaza.

¿Conoces alguna cosa en el universo que no tenga nombre?, le pregunté a un niño en un taller escolar de poesía. Me respondió:

– Lo innombrable.

La poesía es un juego de niños, y que quede claro que nadie ha dicho que los juegos y los niños no son cosa seria; seriecísima.

@hipertextual

(Texto publicado originalmente en la columna Por la palabra)

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Todas las imágenes son originales del autor.