El camoatí

Con el nombre de camoatí se conoce a una avispa Latinoamericana común en Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil, de hecho el nombre proviene de las palabras guaraníes caba (avispa) y atí (reunión), pero nada más lejos de mi interés hoy que departir sobre zoología, mi intención es hablar de crimen y dinero, más precisamente de agiotistas, especuladores, de compra y venta de oro, moneda extranjera y acciones.

Con el nombre de camoatí se conoció la primera bolsa de comercio de la Argentina, era ilegal y clandestina, hasta 1854, en ese año los mismos integrantes fundaron la Bolsa de Comercio de Buenos Aires (BCBA).

Una Bolsa de Comercio es el centro de la actividad mercantil de un pueblo civilizado y es además uno de los exponentes de su riqueza, la primera bolsa fue creada en el país por Bernardino Rivadavia con el nombre de Bolsa Mercantil en el año 1821 pero la misma fracasó.

Los primeros miembros de la sociedad de corredores Camoatí

Sin embargo varios comerciantes agiotistas, principalmente de origen británico, ejercían la especulación con la compra y venta de oro y monedas extranjeras y por ese hecho eran perseguidos y censurados al igual que los masones; debido a esa persecución no conseguían afianzarse y la actividad era escasa.

Un hecho policial ocurrido en el año 1845 propinó que todo cambiara hasta llegar a la legalización de la actividad.

El 16 de julio de 1845 el británico Stephen P. Achinelly (conocido también como Felipe Accinelli) quien se dedicaba a la compra y venta de moneda extranjera, acciones y metales preciosos en forma clandestina, fue visitado en su escritorio de la calle De la Piedad (hoy Bartolomé Mitre) y Florida por un tal Juan Larrea, quien no tenía nada que ver con el prócer de igual nombre que había sido integrante de la primera junta de gobierno de 1810 y que casualmente era el único de los nueve integrantes que aún estaba con vida.

Este señor Larrea concurrió con el propósito de efectuar una transacción en moneda extranjera por valor de 1700 pesos oro, una pequeña fortuna en aquella época; salieron con destino desconocido y el Sr. Accinelli llevaba un paquete que había extraído previamente de su caja fuerte.

Por la tarde su señora esposa y su hijo preocupados por la falta de noticias concurrieron a la policía, se montó un “operativo” de búsqueda por el centro porteño que incluía al jefe de la seccional llamado Juan Moreno y dos agentes, también fue de la partida el hijo de Accinelli quien participa debido a que había visto a Larrea cuando salió con su padre, “era alto y usaba capa” relató el adolescente a la policía.

Anduvieron circulando por la zona sin mayores novedades hasta que pasaron por la joyería de Carlos Lanata sobre la calle Hipólito Yrigoyen muy cerca del Cabildo donde el muchacho reconoce a Larrea, inmediatamente el sospechoso es detenido y en sus bolsillos encuentran el reloj de Accinelli y un fajo grande de billetes.

Larrea había asesinado al inglés en su casa y a solo dos cuadras del escritorio del desdichado agiotista.

Solo habían pasado dos días del crimen y el por entonces todo poderoso gobernador Juan Manuel de Rosas lo hace fusilar y colgar su cadáver por 48 horas para que todos pudieran verlo, luego el cráneo del asesino fue enviado al Tribunal de Medicina para su estudio.

Un año después de la muerte de Accinelli, 48 de sus pares corredores agiotistas se reúnen para brindarle homenaje y deciden refundar la sociedad camoatí para organizarse y también por seguridad.

Después de la Batalla de Caseros acaecida en 1852 y donde Rosas es derrotado y obligado a renunciar, los corredores del camoatí se instalaron en el escritorio del Sr. Haedo ubicado entre las calle San Martín y Cangallo (actual J. D. Perón), en ese lugar se constituyó la Bolsa impulsada principalmente por el comerciante británico Daniel Gowland quien además fue el primer tesorero de la institución fundada el 1 de julio de 1854.

Y ¿por qué el nombre de camoatí?

Por la intensa circulación que tenía el lugar (escritorio) donde se reunían los participantes de la sociedad, los corredores entraban y salían, rondaban y se cruzaban por la ferviente actividad de las transacciones, igual que como lo hacen esos insectos en la entrada de la colmena.

Héctor Gugliermo

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