La virtud de comprender

Hoy he ido a visitar un amigo a su tienda de informática. Mi pobre portátil sufrió en sus teclas las consecuencias de mi despiste crónico — le tiré un vaso de agua por encima — y su teclado dejó de funcionar. De vuelta a casa, me encontré con mi hermana, y, en lo que la saludé, me choqué contra un hombre que pasaba a nuestro lado. Me dijo en un tono antipático:

—Vaya, hombre, ¿no tienes espacio suficiente?— y siguió caminando.

Yo me disculpé enseguida siguiendo mi costumbre en estos casos, al fin y al cabo no era mi intención chocarme contra él, pero el hombre siguió caminando y rechistando entre murmullos. Mi hermana, al ver esto, se enfadó y le dijo en tono amenazador:

—¿Pero tú de qué vas? ¿no ves que se ha chocado contigo sin querer?— pero el hombre no se disculpó.

Siguió caminando y murmurando, como queriendo desacreditar a mi hermana. Entonces esta, cuando ya había caminado unos cuantos metros, le gritó: «¡Gilipollas!». Al escuchar esto, el hombre retrocedió con aire alterado y nos amenazó con llamar a la policía. En ese momento me di cuenta de que era mi antiguo entrenador de fútbol sala, quien me había visto crecer durante mis años de colegio. Fueron unos momentos tensos, hacía más de siete años que no lo veía. Al final no ocurrió nada. Él me reconoció y me preguntó si todo me iba bien y yo respondí que sí. Luego se marchó y yo me quedé pensando.

"Time with dad" by Steve Hanks

A decir verdad me afectó bastante lo ocurrido. Entiendo la reacción de mi hermana, porque tiene un carácter muy fuerte, pero no la de aquel hombre. Sé que puede parecer una tontería, pero que Vicente — así se llama — se mostrase tan susceptible ante mi torpeza me sorprendió bastante y me hizo creer que quizás esté pasando por una mala racha. Quizás acababa de divorciarse y había perdido la custodia de sus niños, o quizás alguno de sus familiares estaba gravemente enfermo... En definitiva, la enseñanza que he extraído de este desencuentro es la siguiente: todo el mundo puede tener una vida tan compleja como la tuya; todo el mundo tiene problemas, sufre desgracias y disfruta de sus alegrías. La diferencia es que no somos tan conscientes de las vidas ajenas como de la propia. En suma, no somos el centro del universo. Todo el mundo se merece un poco de respeto y comprensión, ya que todo el mundo tiene a sus espaldas una historia de la que no sabemos absolutamente nada.

• Hyperion