LA BRUJA ANASTACIA Y EL SUSTO DE MI VIDA

En mi pueblo habían solamente tres calles y unos trescientos habitantes. Todos nos conocíamos y lo que pasaba en el pueblo era de dominio público, es decir se cumplía el dicho de pueblo chico infierno grande.

Anastacia Millan vivía al final de la calle más larga, en el sendero que subía hacia la montaña. Era esta una señora bastante mayor, de mirada fija, sonrisa perturbadora, con muchas arrugas y de edad indefinible, que salía muy poco de su casa y que nadie sabía cómo había llegado allí. Tenía fama de curandera y sanadora por lo tanto era visitada asiduamente por los parroquianos de allí y de otros pueblos en busca de curar tanto sus dolores físicos como espirituales, en fin era la bruja del pueblo.

Desde que tengo memoria, le tenemos un miedo terrible a esa señora debido a tantos cuentos que hemos escuchado de nuestros padres y vecinos.

Pero la curiosidad mato al gato y una tarde bajando de la montaña en una de nuestras tantas excursiones juveniles observamos a la vieja bajando al pueblo, cosa rara en ella y alguien sugirió adentrarnos en los terrenos de la bruja donde inexplicablemente y aun fuera de temporada siempre había mangos, guayabas, cambures y otras frutas.

Como éramos un grupo grande y a pesar de nuestros miedos nos introdujimos a través de la cerca de palos, hasta donde estaban los arboles con las frutas más grandes y maduras. Estos árboles formaban un bosquecillo que a medida que avanzabas se iba haciendo más oscuro y tenebroso llenando mi mente de cualquier tipo de ideas alucinantes y a mi cuerpo de un miedo intenso del cual no decía nada para que no se fueran a burlar de mí y no quedar como un cobarde ante los ojos de mis amigos.

Al llegar a los arboles los más ágiles subieron a sus ramas en busca de los apetitosos frutos y comenzaron a tumbarlos para que los que no subimos empezáramos a recolectarlos. Inmersos en esta tarea nos olvidamos de donde estábamos y no nos dimos cuenta que la atmósfera se volvió pesada y una extraña neblina descendió sobre nosotros volviendo todo oscuro y fantasmagórico y allí el miedo nos arropo, nos juntamos todos, nos tomamos de las manos y con los pies pesados por el miedo comenzamos a buscar la salida de aquel bosquecillo.

Por más que caminábamos no encontrábamos la forma de salir de allí, cansados y llenos de un intenso pavor comenzamos a gritar pidiendo auxilio, nadie contestaba, algunos comenzaron a llorar y en ese momento un horripilante gruñido rompió el silencio y termino de llenar de miedo el cuerpo de los más valientes, tomados de las manos corríamos hacia no sé dónde, nos tropezábamos, caíamos nos levantábamos y nuevamente echábamos a correr en esa oscuridad, con el gruñido horrible detrás de nosotros.

Sentí que me robaban el aliento y el alma, pensé fugazmente en mis padres, me orine encima y lloraba asustado como un bebe, casi me desmaye y entre dientes empece a rezar y todos empezaron a hacer lo mismo, cada quien rezaba lo que supiera con los ojos cerrados esperando lo peor.

De pronto alguien abrió los ojos y diviso una tenue luz que se habría paso entre la oscuridad a lo lejos, pegamos un brinco y con la fuerza de la esperanza corrimos hacia la luz y empezamos a gritar, alguien contesto y la vida volvió a nuestros cuerpos, eran nuestros padres y vecinos que nos buscaban en mitad de la noche.

Demás está decir que nunca me había sentido tan contento de ver gente, les contamos los que nos había pasado y regañándonos pero felices de habernos encontrado, nos dijeron que estábamos muy lejos de la casa de la bruja y que diéramos gracias a dios de estar vivos. De pronto salio la luna y cuando emprendíamos el regreso todos sintieron y escucharon el aleteo furioso y el graznido horripilante de un ave negra como la inmensidad de la noche al emprender el vuelo, produciendo un inmenso escalofrío en todos los presentes.