El enigma de Baphomet (233)

in spanish •  6 years ago 

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Una vieja, con camisón de flores parecidas al empapelado de las paredes, que escuchaba mis movimientos detrás de la puerta, entró sin pedir permiso a ver qué había pasado. Me daba unos chillidos que me traspasaban el cráneo; y entre todos los improperios que me debía de estar echando, sólo le entendía la palabra “merde”.
Mi reacción debió de ser de lo más estúpido por lo sorpresivo del momento, pero no me daba tiempo a recuperarme, de tal manera que me apuntaba con el dedo índice la puerta y la ventana como si estuviera representando una astracanada en gorro tejido con ganchillo, y sin un solo diente en sus mandíbulas.
Debía de estar diciéndome que me echaba, que a hacer ruidos a otra parte; pero como yo estaba inmóvil, sin decir palabra, y con aspecto de inocente, desistió del intento de expulsarme.
Yo, por quitármela de encima trataba de decirle que no se preocupara, que la arreglaría; pero aquello parecía un diálogo de idiotas, porque ella farfullaba palabras francesas como si fueran tacos o improperios. Sin dentadura, con pómulos y mofletes abultados en un solo cuerpo, parecía una babosa con cara de leona enfurecida. ¡Era feísima la condenada vieja! Debía de ser una pensionista meticona que vivía de continuo en el hotel. Sin hacerle caso le di la espalda y me dispuse a deshacer la maleta y a colocar la ropa en las estanterías del armario, con lo que se dio media vuelta dando voces y abandonó la habitación en medio de alaridos atronadores. Por fin se perdió en el silencio y allí no apareció nadie. La habitación no tenía baño ni ducha, pero sobre la misma moqueta desgastada y desteñida, de floronas que habían perdido los colores, como de haber aprovechado dos retales distintos, había un bidé viejo con dos grifos decimonónicos y sendas letras indicativas para el agua fría y para la caliente. Tampoco tenía lavabo. No podía entender cómo una habitación de un hotelucho tenía en la misma habitación un bidé con agua fría y caliente y sin embargo carecía de ducha. Se lo pregunté a la hija del hotelero mientras, al día siguiente, desayunaba; me contestó con una risilla picarona mirando a otros clientes que también se guardaron la cara en la barbilla sonriendo

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