A todo esto, me había distraído de mi preocupación más acuciante: que pasaban los días y la llamada o la visita del profesor de Lengua no llegaba. ¡Algo raro le habría pasado!
Me acordaba de Clara y me reprochaba a mí mismo tener un corazón de cuarcita, porque no sentía arrepentimiento ni nostalgia. Sólo tenía ganas de repetir, y comprendí que, de momento, había tenido suerte, pues la Marguerite me lo había puesto todo muy fácil.
Me ofusqué pensando cómo podría aprovechar aquella circunstancia para no pagar nada de pensión en el hotelillo, pero eso no se me arregló. Hubiera sido lo último —¡un gigoló!—, pero en aquellos momentos estaba dispuesto. Desde luego, en la comida siguiente me traía las mejores tajadas.
El que llevaba las cuentas y la caja era el padre; por eso no pude quitarme de trabajar en la “entreprisa de nettoyage”, que decían los emigrantes de entonces, de la que el profesor de lengua me había informado y para la que me había redactado una carta de recomendación como buen estudiante, aunque Marguerite quería que no trabajara —llegó a decírmelo en el pasillo furtivamente— y estuviera dispuesto para ella todo el tiempo.
Con su padre tenía una relación de rara dependencia, porque solamente ella trabajaba, llevaba el control de todo el hotel, pero no cobraba ni un franco; cuando necesitaba dinero se lo pedía al viejo. Éste no le negaba nada, pero le controlaba hasta una entrada de cine.
Si se hubiera muerto el padre, que era lo que se me pasaba de vez en cuando por la cabeza que tendría que suceder para quedar yo bien situado, ese verano habría quedado yo de jefe de la casa.
Menos mal que no fue así, porque yo era tan bisoño que hubiera picado y vete tú a saber qué hubiera sido de mí en aquellas circunstancias. Se me puede reprochar que era una locura, pero en lo más sincero de mí mismo he de confesar que estaba en las nubes y había picado en su anzuelo como un pardillo. Hasta pasado algún tiempo no me dio vergüenza ante mí mismo.
Por fin, me llamó el profesor desde Madrid, desde el hospital “La Paz”, operado de varias fracturas en la pelvis y la quinta vértebra lumbar dañada —¡vaya chasco!
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