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No lo mató un coche de milagro al cruzar una calle parisina, cuando acudía a la estación de Austerlitz a esperarme. Tuvieron que operarlo aquella misma tarde en un quirófano de urgencias. Después de operado, la compañía de seguros del coche lo evacuó en un avión ambulancia hasta el aeropuerto de Barajas para permanecer inmóvil varios meses en España. Al profesor le preguntaron a ver si quería quedarse en Francia o volver a España y eligió volar, pues la compañía aérea le había dado todas las garantías. Alguna complicación surgió en el transporte que al llegar a Madrid volvieron a operarlo para descomprimirle la médula. Estaba bien de ánimo aunque atravesado con hierros y tornillos de cadera a cadera. Le dijeron que se despertó de la anestesia preguntándole al médico a ver dónde coños se había metido Leo y hablándole a la enfermera acerca de Nogaret, de Felipe IV, de Baphomet y de los templarios.
Al parecer fue la atracción de todo el personal sanitario, porque, delirando, se cagaba en la puta madre de todos los franceses, a excepción de la madre de Gotier que era una santa —decía—, por haber educado tan ejemplarmente a su hijo. El pobre hombre pasó un calvario todo el verano y parte del otoño, pero quedó perfectamente, sin secuelas, que fue lo más importante.
Cuando me llamó por teléfono, lo tenían inmovilizado, sólo manejaba los brazos y movía el cuello en una cama antiescaras pasando, a pesar de todo, la de Dios es Cristo —se lamentaba.
Me había llamado para darme la dirección de París, donde vivía Madame Denisse, la descendiente de Counillac porque en su puerta había un letrero en el que se solicitaba pintor de brocha gorda y chapuzas a domicilio”.
A los dos días lo llamé yo, y fue cuando me dijo que, desde que habló con mis padres para pedirles permiso, no había cesado en la búsqueda de detalles. Había continuado incansable con su investigación después de haber conseguido, del mendigo de la tejera, el hilo que lo llevaría al ovillo de París.
Me decía que no le había resultado difícil entrar a los archivos. Como tenía el carné de investigador de la Biblioteca Nacional, se le abrieron todas las puertas en bibliotecas y archivos de Francia.
El profesor había investigado los descendientes del capitan Counillac.
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