“¡Ha muerto el comandante!” – exclamaron las ratas. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó, cómo fue y dónde está, lo único seguro es que ha muerto. Hay descontrol en las calles, todas las ratas corren entre callejones sin rumbo fijo. Su estabilidad se ha debilitado.
Estas ratas son distintas a las comúnmente conocidas, han aprendido a vivir con una serie de reglas, instauraron una sociedad donde cada una de ellas tiene un papel en el específico. Hay un grupo de ratas que se ocupan de la producción del queso que será alimento de las demás; otro grupo se ocupa del orden social, otro del orden político. De esta manera las ratas crearon un lenguaje, aprendieron a comunicarse y a trabajar juntas en los menesteres diarios y en la creación de grandes ciudades. Hace años que salieron de las cloacas, de esos caminos llenos de inmundicia y de grotesco andar. Dejaron esa necesidad biológica de robar, de ser aquel animal que provocaba desidia en las calles. Ahora son una serie de roedores que han aprendido a vivir en conjunto, a crear una idea de pensamiento, a ser socialmente funcionales.
Ha florecido un problema en la sociedad de las ratas. Hace unos años, poco después de su transformación social, apareció una rata que nadie conocía y empezó a ser parte, inicialmente, de aquellos que se ocupaban del orden diario de las ratas. Con el pasar del tiempo aquella rata comenzó a conseguir adeptos a él y a sus ideas. Fue tomando fuerza y poder dentro del grupo que poseía la responsabilidad de mantener el orden social dentro de la ciudad. De esta forma, al poco tiempo, fue ascendido a comandante. En ese momento inició su gran ascenso. Sus ideas se hicieron virales, a través de una serie de engatusadoras palabras que estaban a la postre de una retórica nunca antes escuchada dentro las ratas. Esto lo hizo traspasar su restricción, dar un golpe en la mesa, y comenzar a ser parte del orden político. Desde aquel estrado sus palabras se fueron introduciendo, como la bacteria que se adueña, hace vida y transfigura a todo ser, en la cabeza de esa gran masa de ratas unidas, viendo hacia arriba mientras escuchaban con incesante interés y una benevolente esperanza a esa rata que parecía hablar con tal fluidez que engatusó a cada uno de aquellos pequeños corazones.
La rata dejó de ser un peón y ahora es el rey. “Rata” en mayúscula, recalcando su poder, es ahora su epíteto. Nadie puede utilizar otra forma de llamarlo, ni entre los callejones más oscuros. Ya en el poder de Rata encontró un espacio para materializar sus ideas, para tratar a la ciudad de los roedores y cada uno de sus habitantes a su merced, siendo capaz de amalgamar la masa, dándole forma, su forma, a todos. Al principio nadie refutó, nadie se molestó y todos siguieron con su camino entre callejones. El incesante discurso se adueñaba de cada parte de la ciudad, en todos lados era escuchado, entraba en todas las cabezas y se adueñaba de ellas. Todas crearon alrededor de la figura de Rata un halo de divinidad, donde ni con la palabra era posible tocarlo. Se sintieron identificados con esa rata que les hablaba, ya que los anteriores líderes siempre quisieron ser humanos, y se comportaban como tales y veían al populo como simples ratas sin importancia. Aunque ellos también eran ratas y de la peor calaña, de la alcantarilla más sucia y putrefacta, se humanizaron entre ellas y hacía las demás. Pero llego ésta rata y se sintió rata, jugó como rata, trabajó como rata y creó toda una idea de idiosincrasia en base a lo que era ser rata. Ese era su discurso y a todas engatusó. Se hizo parte de las ratas como un elemento indispensable.
Capitulo II.
Las cosas en la ciudad se han ido desmoronando. Los tres poderes esenciales que permitían el funcionamiento de la sociedad de las ratas se han ido fracturando. El queso es cada vez más escaso y su producción ha disminuido, ya que las ratas encargadas han sido despojadas de sus aposentos, cayendo los mismos en desuso. Al encontrarse el queso en escasez las ratas, ya transformadas en seres compenetrados, se vieron obligados a buscar el queso en todos lados. Algunas volvieron a su primitiva forma de robarlo del mundo de los humanos. Otras robaron a aquellas que lo habían robado. Otras, simplemente, esperaron las pocas migajas de queso restante. Ahora la vida de las ratas dejó atrás su polifonía de pensamiento y responsabilidad y se vio obligada a volver a uno solo, que antes se había visto llenado: el queso. El alimentarse, la base de todo, que antes era irrelevante la forma de conseguirlo, porque era accesible para todos, ahora es un delirio y lo único que se ha visto bien alimentado ha sido la desesperanza entre ellas.
El orden social se ha fracturado y ya no hay control entre ellas. Todo es un gran pasillo de anarquías chocantes, que explotan y alcanzan al resto. El efecto cíclico del robo de queso ha decantado en una idea imparable de viveza. La más viva será aquella que mayor queso consiga. Esa viveza callejera, repugnante, que era la columna que mantenía la mente caníbal de las ratas de alcantarilla volvió a adueñarse de ellas. Hasta las mismas que se encontraban encargadas de restringir se hicieron parte de esa viveza, despojando con su poder pírrico a toda aquella, distinta o igual. La fractura de ese poder u orden fue gracias al derrumbe del primero y desencadenará la desidia del tercero.
El poder y orden controlador de todo se ha ensuciado, se ha manchado, se ha vuelto de ratas inmundas. El orden político siempre tuvo rupturas y coyunturas desde su creación dentro de la ciudad de las ratas. Tiempo antes ocurría el desecho y desprecio de los manejadores de ese orden hacía el resto, cosa que producía rupturas que se acrecentaban con el tiempo en la estructura de las ratas. Todo fue decreciendo, involucionando y decayendo. Fue un efecto domino que fue tumbando todo lo funcional que las ratas habían conseguido ser.
Capitulo III.
“¡agárrenlo, me acaba de robar el queso!” – exclamó una vieja rata señalando un ratón de mal aspecto con su voz rasgada y en shock después del robo.
Todas las ratas cercanas salieron corriendo detrás de aquel ratón que se escapaba entre callejones, huecos y salidas diminutas. –“¡Agarren a ese ratón. Háganlo tropezar. Acaba de robar!” – exclamaba la multitud perseguidora.
En uno de esos callejones el ratón se encontró, justamente, uno sin salida y fue acorralado. La muchedumbre embravecida tomó armas improvisadas del entorno y empezó a abatir a ese ratón, a golpearlo de la manera más salvaje antes vista. Fracturaron a aquel ratón de pies a cabeza, lo dejaron ciego, cojo y mudo, ya que su lengua y sus patas fueron cortadas. “Ayuda. Ayuda.” – balbuceaba aquel ratón maleante. Pero nadie encontró compasión hacia él, sus acciones lo predisponen a un pensamiento de odio.
Habiendo fracturado cada uno de los huesos y coyunturas del ratón, inclusive así la turba colérica no encontraba sosiego y seguía golpeando a diestra y siniestra; gritando las desdichas de la lengua. En un momento, viendo al ratón tirado, magullado, casi muerto en el suelo, una de las ratas aglomeradas en ese tumulto, con días sin comer, con la mente revoloteando ideas desquiciadas, gritó – “¡Quémenlo. Que no quede nada de él, sólo cenizas!” Y sin perder tiempo, encontraron la chispa de un cable roto y ataron al ratón al fuego que producía la chispa. A fuego lento el ratón fue quedando incinerado, llenando de un putrefacto olor las calles aledañas a ese callejón. Murió quemado y fue comido por toda esa turba hambrienta y embravecida. Las ratas que habían creado, hecho y transformado una sociedad para ellas y de ellas, que habían olvidado esas mañas primitivas de su ser de alcantarillas, fueron decayendo en lo olvidado, reviviendo de las entrañas esa idea caníbal de viveza y robo, llegando al punto de comerse entre ellas. Hasta la lengua que habían creado para encaminar su pensamiento fue destruida desde sus cimientos, volviendo a un solo y monótono sonido que producía una fonología que chocaba en el oído. Ese susurro chillón volvió a ser su método de comunicación. La ciudad decayó, los edificios pequeños se derrumbaron. De la ciudad sólo quedaron escombros y fantasmas, ratas que deambulaban entre aquellos callejones oscuros y putrefactos. El resto volvió a las cloacas, a los huecos, a la peste, a su caníbal alimentación. Ya no había salida, la involución fue completa, el proceso del comandante fue exitoso y destructivo.
Este relato también se encuentra publicado en mi anterior blog llamado "Ronmario".
Aquí adjunto el link: https://jmigueferrer.wordpress.com/2016/04/03/el-gobierno-de-las-ratas/