No puedo decirte adiós | RELATO
Se sentó en el sillón con las piernas cruzadas sobre el asiento y apretó la taza entre sus manos para absorber todo el calor del café. Los nudillos de los dedos le dolían por el frío y aunque ya no temblaba, le parecía sentir leves espasmos que le sacudían todo el cuerpo.
Después de tomar un sorbo de aquella bebida aromática, apoyó la espalda en el mueble sin dejar de mirar las fotografías regadas sobre la mesita de vidrio. Había pasado horas estudiando cada imagen, para hallar recuerdos que la llevaran de nuevo a él. Hacía apenas dos semanas que se despidieron en esa misma habitación, cuando los besos, las caricias, las lágrimas y los juramentos no fueron suficientes para expresar los sentimientos que los embargaban, prometiendo reencontrarse pronto.
Con una mano se acomodó la gruesa cobija que la rodeaba, hubiera preferido que fueran sus brazos los que le dieran calor, pero él ya no estaba, se le adelantó en la partida.
Una de las imágenes parecía resaltar entre las demás, aquella tomada por él hacía algunos años cuando estuvo viajando por el desierto en busca de aventuras. La arena, ese cúmulo de partículas tan livianas y escurridizas que con trabajo dedicado se podía amoldar, pero que, al recibir la inclemencia del viento, se disgregaba fácilmente volviéndose polvo.
Una lágrima cayó rauda por su mejilla hasta hundirse en la espesura del cobertor. Cinco años estuvo a su lado compartiendo risas y emociones, sueños y esperanzas, lamentos y aflicciones, y cuando al fin decidió tomar la iniciativa e intervenir para que sus vidas se unieran en un torbellino de amor y alegrías, un error se lo llevó diluyendo su existencia como lo hacía la caprichosa y soberbia arena.
Solo le quedó una caja con viejas fotos, el sabor de sus besos tatuado en sus labios y un dolor punzante en el pecho. Todo lo demás desapareció, llevándose su alma y su corazón, dejándola vacía e invadida por un frío perpetuo que le entumecía los pensamientos.
Después de un último sorbo de café, apoyó la taza en su regazo y la cabeza en el sillón, y dejó que el líquido hiciera su efecto y los restos de vida se le esfumaran como arena entre los dedos, como el indetenible tiempo que nunca paraba su andar.
Cerró los húmedos ojos y dejó brotar una última sonrisa. Ahora era dichosa, porque lo había encontrado de nuevo.
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Agradable conjunción de narración y descripción de situación que periten fácilmente imaginar con precisión. Muy bien, Jonaira. Eres buena narradora.
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