Domingo 15 de Noviembre
El ruido impertinente del reloj despertador, que no distingue entre días de trabajo o asueto, me taladra los oídos y casi pego un grito, ante el ataque inclemente del ring y el dolor de cabeza que el alcohol injerido la noche anterior me ha dejado. Tanteo a ciegas para no abrir los ojos y lo primero que consigo de consistencia dura lo utilizo para asesinar al causante de haberme sacado del mundo de Morfeo, pero para mi desgracia el asesinato resulta múltiple, ya que el explotar de vidrios que llegan incluso a mi cuerpo, me hace saber que acabo de utilizar mi lámpara de noche para tan nefasta tarea.
Abro los ojos y confirmo que la cama ha detenido su girar y dando tumbos me voy hasta la sala de baño, donde sin pensarlo el agua fría logra sacar de mi pecho los gritos que el dolor no ha logrado. Imagino la cara de asombro de mi vecino del piso inferior, un viejo reservista del ejercito, quien todas las mañanas, a esa hora aproximadamente, se da un largo baño que sobrepasa los treinta minutos y que acompaña cantando operas, con una voz tan horrible como mi resaca. Siento como el palpitar constante de mi corazón hubiese cambiado de lugar y mudado hasta el interior de mi cerebro. Recuerdo que lo último que ingerí fue una copa de vodka que al parecer provocó esta amnesia temporal que impide que las improntas sean precisas entre el momento de salir del bar hasta llegar a mi apartamento.
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Tras desistir que el agua haga el milagro de alejar los efectos de la intoxicación etílica, aprovechando mi soledad temporal, ya que mi esposa se encuentran de visita de fin de semana a que sus padres, salgo chorreando agua hasta la cocina y como troglodita prehistórico, asalto la nevera y me como un par de tomates y una taza de café instantáneo bien cargado y sin azúcar.
Regreso a intentar recobrar el sueño pero es imposible, por lo que prefiero vestirme y salir a la calle. Es un domingo frío y mi atuendo parece el de una momia egipcia, con nada de mi anatomía expuesta a la vista de la gente. Una cara de asombro, ante mi fealdad, sería suficiente motivo para pensar en suicidarme.
Cuando me canso de deambular sin nada importante que comentar, regreso a mi guarida y capto la mirada curiosa de mi vecino que con un gesto de la mano me saluda.
Tras un almuerzo vegetariano mi sueño regresa e invierto el resto del día en disfrutarlo y alternarlo con pensamientos extraños y reflexiones de momentos pasados, deteniéndome en uno en especial, las bromas de los amigos mutuos de mi esposa y míos, quienes al vernos juntos decían “La bella y la bestia”. Ahora cuando mi ingenuidad ha naufragado recuerdo a las progenitoras de ellos.
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Dia 1:
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