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Aquellas ocasiones en las que abandonábamos la humilde casa familiar de la aldea para disfrutar de un día de asueto y mar en la playa de Salinas, en Luarca, la tía Tarsila nos despedía siempre con una cesta de mimbre -cuyo olor inconfundible ya nos avisaba de que en su interior había un par de tortillas de patata con chorizo, una impresionante empanada, de carne o de congrio y una generosa hogaza de pan de maíz recién horneada- recomendándonos siempre que tuviéramos mucho cuidado con la mar, pues era brava y traicionera y podía sorprendernos en cualquier momento. Y dado que la tía Tarsila era mariñana, algo de la mar y de sus tretas debía de saber. A tal respecto, puedo asegurar que si tuviera que hacer una comparación, diría que aquellas despedidas eran lo más parecido que puedo imaginar, al comienzo de El cuento del Grial, de Chrétien de Troyes, donde la madre le ofrece todo tipo de recomendaciones y buenos consejos a un joven y rudimentario Perceval, que no tiene otro sueño que el de llegar a ser armado caballero y protagonizar hermosas y cumplidas gestas. O lo que viene a ser lo mismo: formarse como hombre y ocupar su lugar en el mundo, fuera cual fuera el que su quest o búsqueda personal le tuviera reservado. Ignorante y torpe, pues, como el héroe del cuento del Grial, Luarca resultaba ser esa oportuna y encantada floresta, en cuyo interior habitaban infinidad de sorpresas y aventuras, que era necesario descubrir.
Ahora bien, para llegar a esa encantada floresta, había que pasar primero por La Barraca, donde vivían Ángel y Ofelia, parientes cuya hacienda superaba con creces la de los abuelos y los tíos que vivían en la casa familiar de Boronas, detalle que resultaba más que suficiente para elevarlos varios grados en el estirado escalafón social de la época. Recuerdo que en mi imaginación, siempre comparaba La Barraca con el Jardín de las Hespérides, pues era el único lugar de los alrededores, cuyas manzanas, de un color rojo intenso –como ese tipo especial de hongos, en cuya carne habitan enanos cojos, cíclopes, gigantes, centauros, ángeles y demonios- tenían un sabor tan dulce como la miel y por eso, suponían una auténtica tentación, donde no era necesario dejarse dorar la oreja con los engatusamientos de la serpiente, para darse un suculento atracón de aquello que Goethe, por boca de Mefistófeles, llamaba ‘la vieja levadura’. Por supuesto, eran muy diferentes a las manzanas que crecían en las tradicionales pomaradas -pequeñas, amarillas y ácidas como limones salvajes del Caribe- cuyo destino, paradójicamente, no era otro que el de ser gloriosamente sacrificadas en los altares industriales para convertirse en esa suprema ambrosía -conocida desde el tiempo de los celtas, milenios antes de que Uderzo y Goszynni inventaran a Asterix y la poción mágica de Panoramix con la que ponían en jaque a los sufridos legionarios romanos- que se conoce con el nombre de sidra. Ésta, por descontado, era –y continúa siéndolo- la bebida sagrada del Principado y escanciarla sin su tradicional acompañamiento ritual, constituía no sólo un delito, metafóricamente hablando, sino también un insulto a las buenas costumbres asturianas y una falta de respeto a las antiguas divinidades, a las que había que dedicar convenientemente su ofrenda, dejando caer un culín en la tierra, de la misma manera que los peregrinos depositan piedras en las encrucijadas de los caminos para atraerse la protección de los dioses Lares.
Primera Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/boronas-de-otur-luarca-y-el-mito-personal-i
Con esas manzanitas ácidas y pequeñas también se hace un vinagre estupendo, que vale lo mismo para una ensalada, para la piel o para limpiar la cocina. Una pregunta a un entendido: ¿la sidra se escancia por el oxígeno, por removerla, o sólo para que caiga ese culín de invitación a las divinidades?
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Me temo que de entendido en sidras tengo poco. Pero siendo honesto, yo diría que, objetivamente, te has respondido perfectamente sobre el tema fisiológico del escanciado. Sin embargo, mi vertiente romántico-animista, también quiere darle una oportunidad a la fantasía y mantener esa vieja costumbre que existía en los pueblos de la antigüedad de ofrecer los mejores manjares a los dioses. Y después de todo, literariamente hablando, se podría decir que adorna un poco.
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https://steemit.com/aceh/@mahyul/jalan-jalan-ke-waduk-jelekat-lhokseumawe-8edd295ed6fc1
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