La imaginación –recordó el hombre- aparte de ese hogar para desamparados en el que solían refugiarse constantemente los románticos de todas las épocas, poseía, también, otra cara de perversa siniestralidad, equiparable a Jano, el dios romano de las dos caras. Y esa otra cara, como no tardó en comprobar el muchacho, se llamaba sugestión. La sugestión, puede llegar a ser esa extraña razón que consigue embaucarte miserablemente cuando te sientes perdido, haciéndote pensar que has dejado de temer incluso al miedo. El tiempo se relativiza, y en ese eterno segundo logra que el cómo, el cuándo, el dónde y el por qué sean como los enanitos del cuento de Blancanieves que se encuentran inesperadamente con la sorpresa cuando regresan a casa silbando después de trabajar. El lobo simplemente estaba allí, observando fijamente al muchacho con unos ojos de color gris perla -¿o eran, quizás, verdes como las esmeraldas que lucen por ojos, según dicen las bonas xentes del llugar, esas xanas que se peinan los cabellos en las fuentes con sus peines de oro puro o quizás como el color de las velas que se encendían en honor de las Vírgenes Negras y las Matres celtas?- que durante una eternidad le parecieron dos bolas de cristal a través de las cuales se filtraban innumerables de esas historias atrapadas para siempre en las nieves de antaño. Eso no lo sintió el muchacho, pero sí el hombre que ahora cohabitaba con él y que conocía en parte la poesía de ese espíritu inquieto, al que todavía se le sigue considerando como libertino, que fue el poeta francés François Villon.
¿Por qué se queda uno quieto?. ¿Por qué no correr como alma que lleva el diablo o subirse a un árbol para evitar la dentellada?. ¿O en su defecto, por qué no esconder la cabeza bajo tierra, como hace el avestruz, y no ver, al menos, el fatal zarpazo?. Ni siquiera el hombre pudo contestar nunca esa pregunta, salvo pensando que el miedo puede llegar a ser, comparativamente hablando, como esos ‘zapatos de cemento’ que los gángsteres de Nueva York ponían en los pies de sus víctimas antes de arrojarlos a las profundidades del río Hudson desde lo más alto del Golden Gate. El lobo no se movió. Tal vez fuera ese el detalle que impidió que el muchacho reaccionara y corriera sin mirar atrás, buscando imperiosamente la seguridad de la aldea. Tenía la boca abierta y la lengua, colorada como esas tentadoras y dulces manzanas que crecían en La Barraca, le colgaba por un lateral como la borla de la gorra de un legionario español, de esos de pelo en pecho que se consideran a sí mismos novios de la muerte. Se diría que tampoco respiraba, de no ser por ese apenas perceptible movimiento de marea que se advertía en la luna menguante de su pecho, cuyo color blanco contrastaba con el gris oscuro del resto de su pelaje, así como en el alentoso vaho que salía de su hocico. Pero sus ojos, esos espejos del alma que contienen el lenguaje del mundo, hablaban más que la más animosa de las comadres: aquella que siempre solía llevar la voz cantante en los filandones vecinales, y a la que hoy en día llamarían ‘cuñada’ por pretender saberlo todo.
Hablaban a gritos, sin necesidad de cuerdas vocales. Y desde lo más profundo de los agujeros negros de sus iris, transmitían sensaciones de libertad; de horizontes perdidos; de cantos de alevosa nocturnidad en honor de Selene; de fidelidad a la manada; de esa naturaleza indómita y sobrenatural que circulaba como una fuerza abrasadora por la sangre de sus venas de la misma manera que el rocío prendía en su piel cada mañana, templando sus músculos como el agua y el fuego lo hacen con el hierro en la fragua del herrero. Había, en esa mirada, historias de amor y desengaño; de fuerza y de astucia; de dolor y de pena, pero además –pensó el hombre, volviendo a posar la vista en los ojos del lobo a través del canal que le proporcionaban los ojos del muchacho-, había también orgullo y crecimiento frente a la adversidad.
Como guardián conmiserativo de ese metafórico reino de Perséfone que en el fondo es todo bosque, la mirada del lobo penetraba las oscuridades del alma. Y lo hacía, con la precisión de aquéllas afiladas hoces de oro con las que los antiguos druidas recolectaban cuidadosamente el sagrado muérdago. Quién sabe si quizás no habitaba en su interior el espíritu de uno de aquéllos ancestrales y sabios sacerdotes, que se dejaban crecer la barba como un templario y juraban en gaélico por Dana y por Tutatis. Cuando desapareció, perdiéndose monte arriba arropado por la niebla, el muchacho, aun sin poderlo precisar, tardó un rato en reaccionar. Luego, acercándose al alto de las Cruces, caminó despacio en dirección a la aldea. Vio el humo que salía por las chimeneas y por alguna extraña razón, pensó, observando sus curiosas formas, que podían tomarse por genios orientales liberándose de su encierro mágico en lámparas y botellas. Oyó el canto del petirrojo, escondido entre los zarzales del camino, y más allá, acercándose en la distancia, el familiar tintineo de los corales que se balanceaban del cuello de las vacas y pensó que Conchita Parlero regresaba a la cuadra con el ganado, guarecidos sus graciosos piececillos en las toscas madreñas de madera, con el cabello recogido en una larga coleta y la vara de avellano, cual arco de Artemisa, firmemente empuñada en la mano. Vio también a su madre, desenvainando guisantes con la abuela Alejandra, a un lado de la puerta de casa y al gato atigrado, plácidamente recostado sobre uno de los pegollos del hórreo de la Fernanda. Y cuando estaba llegando, oyó claramente la voz de la abuela Alejandra, que decía:
- Por el alto de las Cruces va María, la del Pinto.
Entonces el hombre, que todavía acompañaba a un muchacho cuya palidez parecía la mortaja de un cadáver, comprendió. María, la del Pinto, había fallecido aquélla madrugada. Intuyó, por consiguiente, que la presencia del lobo tan cerca de la aldea no era casual, sino que se había atrevido a llegar tan cerca, porque tenía una misión que cumplir. Después, antes de que la abuela Alejandra añadiera aquello de ‘qué pálido estás, meu neno’, el muchacho, el lobo y el hombre se reconciliaron. Sabían que se volverían a encontrar.
Primera parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-muchacho-el-lobo-y-el-hombre-primera-parte
Segunda parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-muchacho-el-lobo-y-el-hombre-segunda-parte
Tercera parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-muchacho-el-lobo-y-el-hombre-tercera-parte
Que puedo decirte, ya te lo dijeron. Magia de la buena. Me has hecho quedar fascinado en cada asociación de los recuerdos. Realmente pude sentirme observando la inmensidad de aquella mirada. Excelente amigo. Tuve que releer todas las partes para poder sentir la magia de la historia al completo. Muy muy bueno.
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Muchas gracias. Supongo que cuando se hace una mirada retrospectiva hacia el pasado y se llega a un punto en el que ciertos recuerdos emocionan, la magia de la creatividad fluye sola. Un fuerte abrazo y Feliz Año.
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Estuve leyendo tus comentarios y me sorprendió que fuese una historia real, a pesar de los adornos literarios. Buen poder tienes en tu puño y letra.
Este post ha sido propuesto para que lo vote Cervantes. Saludos!
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Estimado amigo Goya: mi más sincera gratitud por tu comentario y tu proposición. En mi descargo, sólo puedo decir que fue Shakespeare, si no me falla la memoria, quien dijo aquello de que la realidad a veces supera la ficción. Lo que cuento es verídico en su parte esencial. Los episodios del lobo y la abuela Alejandra se produjeron el mismo día. También es cierto que aquél verano de 1979 fue el último que pasé en la casa de los abuelos, en aquél mágico terruño asturiano cercano a una de las villas más bonitas del Principado: Luarca. Conservo unos recuerdos realmente sorprendentes de aquélla época. En cuanto a la segunda parte de tu comentario, te diré que soy de la opinión de que el escritor nace, pero también se hace. No hay mejor anzuelo para atraer a esa escurridiza sirena que es la Musa, que la constancia, el esfuerzo y sobre todo el entusiasmo. Cuando estos ingredientes se unen, ese poder al que te refieres fluye solo. También las críticas y los batacados ayudan a mantenerse en forma. Muy agradecido y mis más cordiales saludos. Y por supuesto, Feliz Año.
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Magia de la buena es lo que transmites de ese encuentro extraordinario. Un placer de lectura.
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Gracias. Si bien con una prosa adornada, lo que te puedo decir es que la historia es real. Fue el mismo día en el que mi abuela Alejandra, como Gustele, la abuela de Jung, nos sorprendió con su, al parecer, demostración de la Facultad X, como diría Colin Wilson. Yo entonces no lo comprendí, pero hoy en día, cada vez que recuerdo ambos episodios, estoy más convencido de que aquél encuentro no fue de ninguna manera fortuito. Y pecando ya de ñoña romanticonería, me gustaría que fuera precisamente un lobo quien me acompañara en el tránsito al reino de Perséfone.
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El lobo vuelve al noroeste. Algo bueno tiene que tener la despoblación humana.
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El noroeste, en realidad, es su lugar, puesto que como seres lunares, pertenecen al ocaso. El problema está en que precisamente en ese mismo noroeste, se les martiriza, se les acorrala y se les persigue, sin importar que sean una especie protegida, por lo menos en algunas zonas del Principado. Creo que fue el año pasado, cuando salieron imágenes bárbaras de cierto hijo de mala madre que mataba lobos, les cortaba la cabeza y la exponía junto al cartel del nombre del pueblo que te encuentras en la carretera. Sucedió por la zona de Cangas de Onís, donde otra mala bestia fue detenido martirizando a un caballo. En fin, aparte de la leyenda que arrastra, falsa en su mayor parte, el simbolismo del lobo es de lo más interesante. Como decía Alvaro Cunqueiro, con respecto a San Froilán: ¿qué turba el corazón de un santo que pueda también turbar el corazón de un lobo?. Dice la leyenda, que como castigo por comerse su burra, el santo obligó al lobo a cargar con los libros sagrados. Imagen que puedes ver en un retablo muy curioso que hay en la catedral de Lugo.
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Me encanto, tienes un poder de lexico muy grande. Exitos amigo!
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Muchas gracias, Fernando. Más que éxitos, me conformo con que a la gente le guste y en la medida de lo posible, les haga pasar un rato de lectura cuando menos agradable. Feliz Año y un abrazo
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Vaya escrito que me dejó boquiabiertas. Cuanta genialidad para hacer de las letras una mágica impresión. De verdad, te felicito. Te sigo desde ahora.
Un saludo!
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Muchas gracias, amigo Jesús, por tu amable comentario. Como se suele decir, nos vemos en Steemit. Saludos cordiales
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