Fascinantes, como esa época que las vio nacer, sus pilares, aquéllos mismos construidos por unos canteros que aspiraban a Dios en las alturas (1), sustituyeron a los antiguos bosques sagrados, donde las culturas precristianas celebraban sus misterios.

Pero más allá de la sintaxis del término referida a los sacramentos o rituales con los que éstas adoraban a sus deidades, las catedrales góticas fueron no sólo receptáculo de una geometría sacra, donde nada se dejaba al azar y donde todo, por consiguiente, tenía su lugar, su peso y su medida.

De entre todos los elementos que hacen que una visita a una catedral sea una auténtica aventura, tanto visual como de aprendizaje, destacan, no sólo por su inconmensurable belleza, sino también por su rico e interesante simbolismo, los rosetones.

Su presencia en los lugares más visibles de las iglesias y catedrales góticas, obedece, además de a la estética y al aprovechamiento de la luz, a motivos de índole simbólica y por defecto, podría decirse que también esotérica.

De tal manera, que si bien en el ámbito meramente cristiano, se la identifica con la Rosa Mística y por defecto, con la figura de María, a quien estaban prácticamente dedicadas todas las catedrales, en un sentido esotérico, representaban también, la Flor del Sabio y la Rueda de la Fortuna que, además, era uno de los Arcanos Mayores de la baraja del Tarot, cuyos enigmáticos orígenes, todavía están en los oscuros charcos de la Antigüedad, si bien algunos historiadores apuestan por la tesis de que posiblemente estuvieran basados en el hermoso poema de Petrarca, ‘Los triunfos y los fracasos’, representando, para el cristiano, la idea básica de que todos estamos sujetos a nuestras acciones, de tal manera que el rey de hoy, puede ser el mendigo de mañana.

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