La sirenita románica de Barcelona

Puede que su nombre sea Ariel, como la protagonista de la película de Walt Disney. O quizás, se trate de la Ayfir de la que nos hablaba Álvaro Cunqueiro en alguno de esos capítulos de su libro Los otros caminos. Pudiera ser, también, que no fuera ni una ni otra y sí, quizás, una de aquéllas polidas damas del océano -como diría el padre Benito Feijóo, que creía firmemente en ellas- que intentaron seducir a Ulises, tal y como nos cuenta Homero en ese drama psicológico que es la Odisea. En realidad, poco importa: ella es la que es, como diría Yáhveh. Todo un mito que ha acompañado la imaginación de los hombres desde el alba de los tiempos. Y como todo mito que se precie, su vida, después de todo, se basa en el recuerdo y en la evolución.

El románico, un arte que después de todo, significó una luminaria para esa sombra en que se había convertido Europa después de la caída del Imperio Romano, la representó de muchas maneras. Y en las representaciones románicas, fue evolucionando, de su primitivo origen aéreo, hasta ser representada con dos colas y en muchas ocasiones, mostrando claramente su sexo. No es el caso de nuestra sirenita de Barcelona. Una sirenita, cuyo canto se advierte en la distancia y atrapa, con el hechizo de su belleza, a todo aquél que acude a la catedral. Tampoco se localiza en un lugar cualquiera, sino que forma parte de la portada románica original, que conecta la nave de la iglesia con el claustro. Un claustro que cuenta, además, con otra singular maravilla, como es el Jardín de las Ocas, cuyo simbolismo conoce bien el peregrino que recorre los mil y un caminos a Santiago.

Por su forma, es muy posible que sus antecedentes se localicen allende los Pirineos y esta representación sea mucho más común en Francia. Pero, sin pecar de exceso, podría decirse que a este lado de la frontera y entre el románico peninsular, ésta espléndida sirena es un ejemplar único. Simplemente por admirarse con su belleza y la perfecta ejecución desplegada por el anónimo cantero en su diseño, bien merece una visita a la Ciudad Condal y su catedral